Los goles de Messi, Falcao, Neymar o Luis Suárez, aparte de darles triunfos a sus respectivos equipos, están consumando el idilio que vive América Latina con el fútbol, y que alcanzará su punto álgido el próximo 12 de junio, cuando suene el pitido que dé comienzo al partido inaugural del Mundial de Brasil 2014.
Y es justamente ese mismo entusiasmo por el fútbol -alejado de las barras bravas y de las pasiones- el que están usando cada vez más los gobiernos y expertos de la región para reducir los niveles de pobreza y ayudar a que miles de niños vulnerables tengan mejores oportunidades en sus vidas. Y es que según Unicef, la pobreza infantil en América Latina alcanzaba en 2007 a 80 millones de menores de 18 años.
No importa si es en canchas de tierra o en campos deportivos. La ilusión y los resultados son similares: el fútbol inculca valores cívicos y disciplina, mantiene a los chicos saludables y alejados del crimen, de acuerdo a los expertos.
Bajo el sol implacable de la ciudad colombiana de Barranquilla, Jairo, de 14 años, no duda en afirmar que de mayor quiere ser futbolista. Incluso mejor que Falcao, dice.
De origen humilde, participa, junto a más de 2.000 niños y niñas de comunidades vulnerables de Colombia, del programa Fútbol con Corazón, una iniciativa que combina deporte, talleres lúdicos y educación nutricional para brindar un futuro mejor a los más pequeños.
En cuanto al fútbol, tienen sus propias reglas de juego. Con equipos mixtos, no gana el equipo que marca más goles, sino el que obtiene más corazones. Y estos corazones se obtienen, nada más y nada menos, en función de si han respetado los valores que previamente acordaron (respeto, tolerancia, solidaridad y honestidad).
“Estamos trabajando para llevar la metodología de Fútbol con Corazón al sistema educativo, para que forme parte de las actividades extraescolares”, dice Deisi Agudelo, coordinadora de Kokoro, una de las ramas de la fundación que cuenta con aportes del Banco Mundial.
Jugar contra la violencia
Otra muestra del efecto magnético que tiene el balón en Latinoamérica se puede encontrar en Zacatecoluca, uno de los municipios más violentos de El Salvador.
Allí, los índices de criminalidad entre jóvenes era uno de los problemas más acuciantes, hasta que llegó el fútbol al rescate. Para prevenir la violencia se reforzó el equipo de fútbol, se construyó una cancha nueva, se mejoraron las instalaciones, y se convirtió en un lugar donde los niños y niñas de la zona se forjan en los valores del deporte y del respeto.
“El fútbol está sirviendo para que los niños tengan dónde entretenerse, en una actividad que ayuda en lo físico, mental, e incluso en lo social”, dice Manual Vallo, concejal del distrito.
Brasil tampoco se queda atrás en el momento de usar su deporte estrella para marcarle un gol a la pobreza y a la violencia.
En un país donde 1,3 millones de niños no están en el radar del sistema educativo, el programa Espacios de esperanza (i), de Unicef, permite que niños y niñas de las favelas de Río y San Pablo –entre otras- salgan de las calles y estén ocupados jugando a fútbol. Paralelamente, también ofrecen programas de música y teatro y acceso gratuito a librerías y a internet. La leyenda del fútbol brasileño Zico inauguró, en una antigua base militar en Panamá, su primera escuela de fútbol fuera de Brasil, proyecto que busca sacar a cientos de niños de la pobreza y la violencia.
“El futbol es un excelente medio para instalar en la cultura emociones como la confianza, el respeto, la felicidad, la compasión, la solidaridad, la empatía y el amor. Y el desarrollo de estas competencias es esencial para la formación de los jóvenes en situación vulnerable”, explica Martha Laverde, experta en educación del Banco Mundial.
Mientras todos estos niños y niñas sueñan con algún día ponerse la remera de su país y disputar un mundial, se les va inculcando valores y dotando de herramientas para que, en caso de no llegar a la cima, pueden convertirse en exitosos médicos, empresarios, abogados, o en lo que ellos mismos deseen.