“Sale humito”, señala Sara mientras llena una olla con agua caliente de la canilla en una escuela rural en Tucumán, en el norte de Argentina. Allí cientos de niños se sientan a disfrutar del mate cocido —una infusión hecha de yerba mate— y pan casero que Sara misma prepara. Muchos de ellos necesitan recuperar energías ya que recorrieron varios kilómetros en bicicleta, en mula o a pie para asistir a clases.
Ya en las afueras de la escuela, se distingue un paisaje tallado con una belleza única de montañas y valles multicolores. Y tanto las aulas como el comedor de la escuela cuentan con calefones y con paneles solares que les permiten tener agua caliente y luz eléctrica en las aulas. La energía solar permitió dar este paso, allí donde el tendido eléctrico no hubiera llegado nunca.
Al igual que en la mayoría de los países de ingreso medio de América Latina, el nivel de electrificación de Argentina es alto y se estima que un 98% de la población tiene acceso. El sistema eléctrico argentino es el tercero más grande de América Latina y depende en gran parte de la energía térmica —que representa a un 60% de la matriz— y de la energía hidroeléctrica, con un 36%. La demanda, por su parte, está muy concentrada en las zonas urbanas.
Sin embargo, la extensión del país, su topografía, y la baja densidad de población rural permanecen como barreras para el suministro universal de electricidad a un costo razonable. Así, muchas personas permanecen sin acceso a servicios energéticos modernos, mientras que muchas otras sólo tienen un acceso parcial, inadecuado e ineficiente, lo que se traduce en pocas horas al día y que dependen del transporte de combustible, muy costoso y complejo dado lo aislado e inaccesible de las zonas.
Se estima que son alrededor de 750.000 personas —la mayoría pertenecientes a comunidades indígenas— quienes todavía no cuentan con este servicio, lo que limita sus oportunidades sociales y económicas. “Es muy difícil que se pueda llegar a ciertas zonas con el servicio tradicional de electricidad”, dice Lucia Spinelli, especialista en energía del Banco Mundial.
“La ventaja de las energías renovables es que pueden conectarse en estos lugares aislados”, destaca la experta. “Una vez instalado el sistema, el mismo puede operar y no hace falta un flujo de combustible para asegurar el acceso a la electricidad de estas personas”, agrega.
Cocinar, bañarse y conectarse con energías renovables
Hasta hoy, unas 150.000 personas en zonas remotas de Argentina usan las energías renovables —paneles solares, sistemas hidroeléctricos y energía eólica— para tareas diarias como iluminar sus casas, cargar un celular o incluso escuchar la radio.
“Los sistemas fotovoltaicos (paneles solares) que se instalan en los hogares es lo que llamamos una electrificación básica”, aclara Spinelli.
“Uno no se da cuenta de la inmensidad de cosas que nos puede dar el sol”, comenta por su parte Fanny Ávalos, la maestra de jardín de la escuela Manuela Pedraza que es parte de los casi 3.000 edificios públicos —la mayoría instituciones educativas— en donde se han instalado paneles, calefones, cocinas y hornos que funcionan con energía solar.
“Cuando instalaron este sistema, los nenes estaban muy contentos. Han sido años en que sus padres y sus abuelos dependían de una vela o un mechero”, cuenta. Todo esto formó parte del proyecto de energías renovables en zonas rurales de la Secretaría de Ambiente de Argentina que tuvo apoyo del Banco Mundial y por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM).
Y Argentina no es el único país donde el sol brilla para las energías renovables. De hecho, según WWF Latinoamérica, 19 de los 26 países de la región cuentan con programas que buscan electrificar zonas rurales con energía limpia. Tal es el caso de Perú, que actualmente cuenta con un plan para proveer de energía solar a 500.000 hogares pobres. De acuerdo con la organización, “la energía solar ha demostrado ser una buena alternativa para resolver la pobreza energética”.
Un paso más hacia el acceso universal
Sin embargo, Argentina quiere llegar aún más lejos. “Lo que se busca ahora es llegar a los lugares aún más aislados con un servicio de electricidad básico”, destaca Spinelli en relación al nuevo apoyo que se recibirá y que permitirá al país avanzar hacia el acceso universal de energía.
Así, se espera que alrededor de 560.000 personas accedan a un servicio de electricidad para iluminación, comunicaciones y otros servicios, como el bombeo de agua.
“Esto se hace de una manera sustentable, tanto desde un punto de vista medio ambiental como desde un punto de vista de la operación de los sistemas porque se asegura que los sistemas sigan funcionando a lo largo del tiempo”, subraya la experta. De esta manera, en cada zona tiene que haber una entidad encargada de operar y mantener estos sistemas. “El beneficiario pasa a ser un usuario de un servicio, no dueño de un sistema”, destaca Spinelli.
“Es un servicio que tiene características distintas a las del sistema eléctrico integrado pero que definitivamente permite mejorar la calidad de vida de la gente” agrega.
En esta nueva etapa, también se instalarán sistemas fotovoltaicos de mayor envergadura para instituciones públicas, lo que indirectamente favorecerá a unas 200.000 personas. “En este caso son sistemas más complejos y ahí sí, el servicio que se obtiene es equivalente a un servicio tradicional”, cuenta Spinelli.
También en pequeños pueblos rurales, se financiarán mini redes —esto es un sistema de generación que puede ser una combinación de distintos recursos como paneles solares y energía hidráulica— y un tendido de red que permite abastecer al conjunto de casas que forman el pequeño pueblo rural. En los últimos años ya se instalaron unos 2.000 sistemas en el país.