¿Qué es más valioso: ser un pez pequeño en un gran acuario o un pez grande en un acuario pequeño? ¿Es más rentable vender materias primas en gran cantidad o apostar por productos de mayor valor agregado? ¿Es mejor asociarse con una empresa reconocida o tener un negocio propio?
Aunque todos los emprendedores suelen hacerse estas preguntas, ellas surgen con más frecuencia entre los agricultores de América Latina, una de las principales regiones productoras de alimentos del mundo. Encontrar las respuestas correctas puede hacer una gran diferencia en sus vidas: tener éxito en el campo o abandonarlo para probar suerte en las grandes ciudades.
A los 33 años, el productor de pollos Gilberto Giombelli cree haber encontrado una receta para el éxito: abrir su propio negocio y vender productos de valor agregado (cortes sazonados). Hoy en día, estos productos llegan a 30 puntos de venta en el sur de Brasil. Ya han pasado 12 años desde que abrió la empresa y todavía lucha diariamente para mantenerla y hacerla crecer un poco más.
Brasil es el mayor exportador de aves de corral y el segundo productor más grande del mundo (después de China). Santa Catarina - donde Gilberto nació y creció- es, a su vez, el segundo estado brasileño que más pollo produce. Las grandes empresas operan allí y compran las aves de miles de familias de pequeños agricultores con la familia Giombelli.
"Por más de 20 años, mi suegro crió pollos para vender a una gran empresa. Nuestras ganancias eran mínimas", dice Gilberto.
Negocio difícil
El suegro de Gilberto participó en un sistema llamado "integración", por el cual las fábricas de Santa Catarina proporcionan a las aves, la alimentación y el cuidado a cargo de veterinarios y otros profesionales. El problema de este sistema es que las familias de productores tienen que realizar las inversiones necesarias en infraestructura para criar animales bajo los estándares de calidad de las grandes empresas.
"La empresa fue cada vez más exigente y excluyente porque habían varios productores de pollos haciendo competencia. La inversión era demasiado cara y poco remunerada ", recuerda. Posteriormente, el suegro dejó el negocio de los pollos a Gilberto, quien, junto a su familia, decidió independizarlo, con todas las ventajas y desventajas que esto representaba.
Lado positivo: en 12 años, la producción y los ingresos aumentaron lo suficiente como para garantizar todos sus gastos. En los tiempos de “integración”, la familia entregaba 75 pollos por semana. Ahora vende 600 kilogramos de trozos sazonados y congelados repartidos en mercados, kioscos y escuelas. Las seis personas que participan en la operación - él, sus padres, su esposa, su hermano y su cuñada- pueden sacar al menos un salario mínimo por persona cada mes.