El 10 % de los latinoamericanos vive hoy con una enfermedad crónica: una enfermedad que puede tener efectos devastadores para su salud y su bolsillo, y que sin el tratamiento adecuado puede causar ceguera, amputaciones, accidentes cerebrovasculares, infartos e incluso la muerte.
Se trata de la diabetes, cuyas tasas de incidencia, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), van en aumento en el mundo. Y aunque existen múltiples razones para ello, el incremento en la diabetes tipo 2, la variante más común, está estrechamente relacionado con un número cada vez mayor de personas que registran sobrepeso, o son obesas o sedentarias.
Hoy en América Latina, solo en Haití los adultos tienen un índice de masa corporal (IMC) promedio menor a 25 (el límite superior del rango de peso saludable), pero en el caso de muchos otros países, especialmente en el Caribe, el IMC promedio se sitúa entre 28 y 29, justo debajo del rango de obesidad.
Y esto, en este contexto, se podría tratar de una bomba de tiempo para el desarrollo futuro de la región.
Además del costo del tratamiento, que es una carga significativa para los servicios nacionales de salud, la diabetes y otras enfermedades no transmisibles afectan de manera considerable la productividad, especialmente en relación con la pérdida de días laborales o la reducción de la jornada de trabajo debido a la enfermedad.
Crisis potencial
En el Caribe —donde 1 de cada 8 personas tiene diabetes, y las enfermedades no transmisibles representan 4 de cada 5 muertes—, ya se están sintiendo los primeros síntomas de una crisis inminente.
En términos económicos, el costo anual del tratamiento de apenas un solo caso de diabetes es 1,2 veces superior al gasto per cápita anual en salud en el Caribe oriental. Y la mayor carga del costo recae principalmente en los más pobres.
En Santa Lucía, donde más de la mitad de la población sufre de sobrepeso, el 36 % del gasto anual de los hogares se destina en promedio a salud. Sin embargo, el costo no se distribuye de manera equitativa y los hogares de bajos ingresos terminan pagando un precio mucho más alto: el 48 % de sus ingresos en comparación con solo el 20 % en el caso de los hogares de mayores ingresos, según un último informe sobre atención médica en el Caribe.
Además, es más probable que las familias pobres reciban salarios por hora, lo que significa que la pérdida de un día laboral o la reducción de la jornada de trabajo traen consigo una disminución adicional en el ingreso familiar. Y las visitas médicas tienden a aumentar en un 20 % cuando se vive con una enfermedad no transmisible.
Al mismo tiempo, el Caribe enfrenta una falta preocupante de personal de enfermería especializado en la prevención y el tratamiento de estas condiciones.
Pese a que el 10 % de los santalucenses vive con diabetes, el país cuenta con apenas una sola enfermera especializada en la enfermedad, de acuerdo a un estudio del Banco Mundial. Y no solo se trata de eso. La investigación también reveló disparidades similares en materia de tratamiento en toda la región, debido a que el rápido aumento en las tasas de prevalencia no se ha traducido en una mayor especialización en el tratamiento de la afección.
Y si bien las tasas de prevalencia son mayores en el Caribe, ningún país latinoamericano está exento de que se produzca una transición epidemiológica en que las enfermedades transmisibles den paso a las no transmisibles como principales causas de muerte.