Basta que pensemos en cómo nos comunicábamos tan solo hace 30 años, cómo hacíamos las transacciones bancarias o las compras de alimentos o ropa para reconocer que el cambio tecnológico ha cambiado drásticamente nuestras vidas. Y en este contexto, el mercado laboral va galopando al ritmo de la innovación y cada transformación va reelaborando el boceto del mañana.
Muchos de los trabajos que los niños y adolescentes de hoy harán en el futuro aún no existen. Los posibles #EmpleosdelFuturo son sorprendentes: cosechadores de agua atmosférica, optimizadores de biodesechos, diseñadores de modificaciones genéticas, optimizadores del tráfico de drones o chefs de impresión de comida 3D son algunos de los que enumeran futuristas como Thomas Frey, director ejecutivo del Da Vinci Institute.
Nuevas variables entran en juego a la hora de responder una pregunta que antes parecía tener respuestas más evidentes: ¿Cómo será el trabajo del futuro? ¿Hacia dónde virar el timón a la hora de decidir cómo formarnos para no estar en desventaja? ¿Qué herramientas se le pueden brindar a los niños para prepararlos para esa suerte de escena de Futurama que quizá no está tan lejos de lo que imaginamos?
Las nuevas tecnologías han sido caldo de cultivo para crear nuevas oportunidades de trabajo, han abierto posibilidades para ser más competitivos y aumentar la productividad. ¿Quién pone en duda que las plataformas de comercio en línea han podido conectar pequeños negocios con un mayor número de clientes y de forma más inmediata? ¿Está en tela de juicio que esa pequeña empresa haya podido ampliar su mercado a un menor costo?
Las ventajas también implican desafíos. En el estudio Cambio tecnológico y el mercado de trabajo en Argentina y Uruguay. Un análisis desde el enfoque de tareas, elaborado por el Banco Mundial, los expertos señalan que “el cambio tecnológico, tal como el avance en las tecnologías digitales, las comunicaciones y la robótica, pueden implicar una mejora en el bienestar general de la población y reducir la pobreza, a partir del incremento de la productividad global de la economía. No obstante, si este proceso no es acompañado por inversiones complementarias, es decir reformas y políticas públicas dirigidas a aprovechar las ventajas que este proceso otorga, el avance tecnológico también podría profundizar una situación de desigualdad”.
En este sentido, al compás de los nuevos tiempos late un riesgo: que se desplace a parte de los trabajadores. El cambio tecnológico implica que las máquinas, a través de ingeniosos algoritmos, se encarguen de hacer, cada vez más, las tareas manuales rutinarias. El Banco Mundial estima que, aunque no todos los trabajos son susceptibles de ser automatizados, “en promedio el 50% del actual empleo en América Latina podría no seguir siendo realizado por personas en el futuro”.
Frente a los temores, las alternativas también levantan la mano. Los especialistas del área concluyen que ese escenario se puede afrontar con acciones que apuesten a una fuerza laboral que pueda adaptarse a los cambios. Aún estamos a tiempo para prepararnos.
Una acción esencial, proponen, es crear programas de reentrenamiento para que los trabajadores de hoy adquieran nuevas habilidades a través de las cuáles puedan insertarse en los nuevos escenarios siendo cada vez más capaces de hacer tareas intelectuales no rutinarias, que no son susceptibles a la automatización, pues no pueden ser determinadas por reglas de programación. Estas acciones implican la cooperación entre el sector público y privado para redefinir el entrenamiento requerido, a partir de la identificación de las habilidades necesarias en el mercado laboral y la creación de empleos en los que los trabajadores puedan reubicarse.
La educación tendría que inclinarse por el desarrollo de nuevas habilidades que tienen que ver más con lo intelectual que con lo manual; que deberían relacionarse más con el pensamiento crítico que con la capacidad de memorizar.
Si los futuros trabajadores crecen y se capacitan con esta forma de pensar, se promoverá la calidad, la creatividad y su capacidad para participar o emprender proyectos exitosos que colaboren con la diversificación de la economía de los países en desarrollo. Flexibilidad, afán constante de aprender y, por qué no, valentía para romper esquemas serán cualidades apreciadas por los empleadores del futuro.