Desafío
A comienzos del año 2000, el transporte urbano en Lima se había vuelto insostenible y necesitaba una reestructuración profunda. La congestión del tráfico, los tiempos promedio de viaje y los gastos del transporte público eran altos. El sistema enfrentaba un aumento de los accidentes de tránsito y costos operativos elevados. Debido a estas ineficiencias, el consumo de combustible también era elevado. Esta situación, combinada con las emisiones considerablemente altas de contaminantes atmosféricos provenientes de una flota obsoleta, constituía una amenaza continua para la salud y una fuente importante de gases de efecto invernadero. La calidad de los servicios de transporte público era baja. El acceso a los autobuses para las personas con problemas de movilidad era limitado, en el mejor de los casos. La seguridad personal era una preocupación importante, especialmente para las mujeres. Esta calidad caótica y deteriorada de los servicios de transporte público urbano era también el resultado del marco institucional débil, la gestión deficiente y la falta de capacidad en materia de transporte sostenible.