La mesa tiembla, uno se sienta mareado y las lámparas empiezan a moverse: otro temblor en México. Suceden con regularidad con diferentes intensidades.
Escuelas, oficinas y hogares han sido capacitados para seguir ciertas instrucciones ante estos fenómenos naturales. “No corro, no empujo, no grito”, repiten los niños mexicanos.
Con más de 90 sismos al año con magnitudes de 4.0 grados o más en la escala de Richter, México es uno de los países en el mundo más expuestos a riesgos naturales de todo tipo.
El país tuvo que aprender una muy dura lección con el terremoto de 1985, que dejó miles de personas muertas y pérdidas estimadas en US$11,400 millones.
La destrucción que dejó aquella catástrofe forzó al gobierno a usar sus recursos para la reconstrucción, en lugar de, por ejemplo, expandir la infraestructura del país.
Con tanta vulnerabilidad frente a los desastres, México ha tenido que prepararse para proteger los ciudadanos y la economía. Por eso, México y el Banco Mundial tienen una larga historia de cooperación en financiamiento y manejo de riesgo, así como resiliencia al clima, que va más allá que los tradicionales servicios de préstamos.
A través de los años, el Banco Mundial ha dado máxima prioridad a este asunto, ofreciéndole a México un paquete integrado de servicios que incluye asesoría técnica, convocar a actores claves nacionales e internacionales y preparar reportes relevantes sobre el tema.