Sandra Ayala Reyes, de 18 años, es empleada doméstica en la Ciudad de México. Con el salario que gana, si Sandra se enferma, no podría pagar por la consulta médica.
Por eso, un día que sintió mareos y náuseas, Sandra fue a una clínica y pidió el Seguro Popular. Los médicos la examinaron, le hicieron análisis de sangre y le recetaron un tratamiento, todo gratis.
Hace más de 10 años, eso habría sido más difícil. Los que no tenían seguro carecían de un paquete especial de salud, y los servicios dependían del presupuesto local y la disponibilidad de personal.
En 2003, una revisión de la Ley General de Salud creó el Seguro Popular, pensado para todos los que no estén cubiertos de otro modo.
“Me siento segura”
“Me siento segura”, dice Sandra, “porque sé que en cualquier momento cuento con acceso a especialistas para mi salud”.
El programa cubre ahora a más de 52 millones de personas, incluye más de 250 procedimientos médicos y 500 productos farmacéuticos.
Además, se ofrecen casi 60 intervenciones complejas a los afiliados, en caso de ser necesarias. Esto incluye, por ejemplo, los tratamientos antirretrovirales para el VIH.