Es ya mediodía en la zona de Remanso, a orillas del río Paraguay y a escasos kilómetros de la capital Asunción. El calor todavía es agobiante pero los restaurantes reciben a turistas con ansias de degustar el variado menú de pescado: pacú a la parrilla, pizza de dorado o chupín que se consiguen por unos pocos guaraníes. A metros de allí, las vendedoras de pescado – quienes aseguran tener los mejores precios del mercado- comienzan a limpiar sus puestos de trabajo.
Antonia, quien fundó la Asociación de Vendedoras del Remanso hace más de 11 años, se siente orgullosa del crecimiento de sus compañeras en los últimos años. “Con la ayuda de la gobernación pusimos unas mesas y empezamos a crecer”, cuenta. Sin embargo, su actividad muchas veces tiene límites: “Nosotros tenemos que tener el pescado bien refrigerado y cuando no tenemos luz, se nos echa a perder la mercadería. Y esa es una pérdida muy grande”, explica.
Al lado de la asociación, Antonia montó un pequeño bar donde ofrece algunos platos de pescado al paso. “La heladera ahora está vacía porque ayer se cortó la luz y tuve que sacar todo para que no se eche a perder”, se lamenta.
Hacia la orilla, un grupo de estibadores intenta descargar las últimas cajas de una barca que se encuentra anclada en la zona. “Ellos también dependen mucho de la energía eléctrica. Son trabajadores muy humildes que solamente dependen de esto. Todos son padres de familia”, agrega Antonia.
Este escenario ecléctico es usual en el Paraguay. Diferentes actividades confluyen en un mismo paisaje y muchas de ellas se ven afectadas por los ya casi usuales cortes de energía.