Katya pertenece al grupo de los millones de personas en la República Kirguisa que gastan la mayor parte de sus escasos ingresos para calentar sus hogares y alimentar a sus familias y así sobrevivir a los largos y frígidos inviernos que afectan a la región.
A menudo, incluso eso puede ser un tremendo desafío.
El sueldo de Katya como profesora básica en un establecimiento a pocos kilómetros de la capital, Bishkek, es de unos 5600 som (US$115) mensuales. Ella gana otros 1650 som (US$34) al mes limpiando salas de clase en las tardes. El sueldo de su marido como obrero de la construcción es de cerca de 7000 som (US$145) mensuales y su hija, que trabaja en la Federación de Rusia, envía 9700 som (US$200) mensualmente para apoyar a sus dos hijos pequeños que viven con Katya. Si se combinan todos estos recursos, el total asciende a alrededor de US$4 diarios por persona.
Pero casi no le queda nada después de pagar la calefacción y alimentos básicos como pan, tallarines y papas. Con lo que resta debe cancelar el pasaje del autobús para ir a trabajar y regresar a su hogar, y los gastos médicos de sus nietos. Hasta el momento de la entrevista, Katya debía unos 800 som (US$16,50) en la tienda local de comestibles.
Los duros y largos inviernos en Europa y Asia central hacen que las familias deban pagar mucho más para calentar sus hogares y comer suficientes alimentos —o suficientes calorías— para sobrevivir en condiciones tan implacables si se compara con otras partes más cálidas del mundo. Estos gastos se suman diariamente, y a menudo US$2,50 por persona no son suficientes. Por ello, muchas de estas familias viven en la pobreza.
El Banco Mundial conversó con varias familias en la región para conocer las dificultades que enfrentan los pobres. Aunque todos los entrevistados mencionaron que pagar las altas cuentas de la calefacción es un enorme problema, también manifestaron que era igualmente difícil comprar suficiente comida, ya que las personas necesitan más calorías para sobrevivir en condiciones climáticas tan frías.
La hija de Katya se mudó a Rusia, dejando a sus dos hijos pequeños, para encontrar un empleo a largo plazo y un ingreso modesto, pero estable. Ella envía una parte significativa de su sueldo a Katya para apoyar a sus niños.
Pero muchos otros ni siquiera tienen la opción de irse, y permanecen allí tratando de ganarse la vida como pueden.
Bermet, de 66 años, es uno de estos ejemplos. Ella vive con su familia compuesta por 13 personas -su marido, dos hijos adultos, una nuera y ocho nietos- en el mismo vecindario de Katya.
El ingreso total del hogar de Bermet es de un poco más de 20 000 som (US$395) mensuales o US$1 diario por persona. Eso incluye los 8000 som (US$165) que ella y su esposo reciben como pensión y los 12 000 som (US$247) que su hija gana como costurera. De vez en cuando, otra de las hijas de Bermet envía 2000 som (US$41).
Los 20 000 som (US$410) desaparecen rápidamente cada mes cuando Bermet paga la calefacción y compra apenas las necesidades urgentes de su gran familia, es decir harina, jabón, aceite para cocinar y tallarines. A menudo, la familia solo almuerza macarrones y pan.
Según investigaciones del Banco Mundial, en la República Kirguisa una persona promedio que vive con menos de US$5 diarios termina gastando casi el 55% del total de sus ingresos en alimentos.
Hace poco, los problemas de salud del marido de Bermet los obligó a ampliar la casa para satisfacer sus necesidades, lo que les significó endeudarse en 100 000 som (US$2056) para cubrir los costos de construcción.
“No nos queda otra opción que ahorrar en comida”, dijo ella. “Si no pagamos el préstamo, nos quitarán la casa. Quisiéramos comer carne, verduras y mermelada, pero no podemos comprar nada de eso. Tampoco podemos hacernos exámenes médicos”.
Por ahora, Katya y Bermet serían más felices si pudieran pensar más allá de cuál será la siguiente comida que van a servir en la mesa y planear más acerca de las necesidades a largo plazo de sus familias.