Es la hora de la siesta en las afueras de la ciudad de Canelones, a unos 50 km. de Montevideo. La intensidad del sol no cesa y las temperaturas hacen imposible trabajar después del mediodía por lo que lo que los campos de la zona se han convertido, al menos durante unas horas, en un páramo sin personas a la vista. Tampoco se ven muchos animales. El calor los ha obligado a resguardarse.
Para el agricultor Orlando Marenco, este es su merecido descanso luego de una jornada laboral que empezó antes de que salga el sol. Aunque nada parece fuera de lo común en el predio donde cultiva ajíes, calabazas y boñatos, es él mismo quien se encarga de aclarar que ha sido necesario introducir mejoras tecnológicas para mitigar el impacto de la falta de lluvias en sus cultivos.
Entre estas mejoras se encuentra un sistema de solarización, que en pocas palabras significa colocar un plástico que cubra en su totalidad a las parcelas de ciertos cultivos, para que puedan conservar el calor y la humedad.
“Los soles son más fuertes y si no se planta con sombra, el sol quema”, explica Marenco mientras ofrece probar uno de sus manjares más preciados: los dulces tomates cherry. “Está complicado el clima y no hay otra que adaptarse”, agrega.
La historia de Orlando es una más de las tantas que se pueden contar sobre cómo el campo uruguayo se está adaptando al cambio climático: un problema que ya no es parte del futuro, está aquí y es ahora.
Un Uruguay casi 4° más caluroso
En los últimos años, el país ha padecido un aumento de la temperatura y una mayor frecuencia de inundaciones y sequías extremas, más intensas y frecuentes que las de los registros históricos.
Este escenario supone grandes pérdidas económicas, en especial en un país donde el sector agropecuario es uno de los principales motores económicos, representando un 70% de las exportaciones uruguayas.
Para ponerlo en perspectiva, el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca de Uruguay (MGAP), estima que el valor de las pérdidas económicas de la industria del ganado vacuno durante la sequía de 2008-2009 osciló entre los US$750 millones y los US$1000 millones.
Así, la variabilidad climática en un país que depende altamente de sus recursos naturales, tiene un impacto especialmente negativo sobre los productores familiares como Orlando, que representan el 63% del total de los productores rurales del país.
El panorama no es mucho más alentador en el futuro. Según estimaciones del portal de conocimiento del cambio climático del Banco Mundial, para el año 2100 el país enfrentará un aumento promedio de la temperatura en unos 3,4ºC, un 57% más de precipitaciones y mayor frecuencia e intensidad de fenómenos climáticos extremos que ya se están manifestando en la actualidad: violentas lluvias, vientos, tormentas de granizo, pero también intensas sequías.