El equipo verde-amarillo, que se estrena en la Copa del Mundo de 2014 el próximo jueves frente a Croacia, es la parte más visible de un deporte tan desigual como la sociedad a la que representa. La élite brasileña del balón es joven y globalizada: 17 de los 23 convocados compiten en el torneo por primera vez, y 18 juegan en ligas extranjeras. El equipo tiene el mayor valor de mercado de todos los que participan en el Mundial, más de 700 millones de dólares, según la consultora Pluri.
A pesar de todo, historias de jugadores que nacieron pobres y se enriquecieron en la cancha inspiran a millones de niños brasileños a intentar recorrer el mismo camino. Sin embargo, hay un problema. "Para aquellos que tienen el talento y la suerte, el fútbol es sin duda una manera de escapar de la pobreza. Sólo una minoría puede", dice Luis Fernando Restrepo, periodista deportivo colombiano de DirecTV.
Esa minoría –futbolistas que ganan más de 20 salarios mínimos mensuales (6.380 dólares)- es apenas el 2% de los casi 31.000 jugadores registrados por la Confederación Brasileña de Fútbol en 2012. Casi 25.000 jugadores (82%) tienen un ingreso mensual inferior a dos salarios mínimos (US$638).
En cambio, en el resto de la sociedad, la proporción de personas con menos de dos salarios mínimos es del 68%, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).
"La renta de los brasileños en general sigue siendo baja. Pero en el caso de los futbolistas, llama la atención el hecho de que es aún más baja", dice Claudia Baddini, especialista en protección social del Banco Mundial.