La primavera puede dejar de ser una de las estaciones más esperadas para convertirse en una de las más temidas para millones de latinoamericanos. Los científicos han determinado que, en esos meses, parte de la región está expuesta a una lluvia potencialmente letal de rayos solares que se cuela por el agujero de la capa de ozono en la Antártida, el cual, pese a los esfuerzos de contención, se expande marcadamente durante la temporada primaveral.
Este fenómeno afecta una vasta área que comprende a Chile y Argentina e incluso podría llegar hasta Brasil y Uruguay. Ha volcado a científicos y autoridades a la búsqueda de respuestas apremiantes que van desde campañas para usar protección solar, hasta acelerar la eliminación de productos químicos que dañan la capa de ozono.
Los países latinoamericanos más afectados han logrado importantes avances en reducir el consumo de clorofluorocarbonos (CFC), hasta llevarlo prácticamente a cero. En Argentina, por ejemplo, el consumo bajó de 6.371 toneladas en 1995 a 28 toneladas en 2011, según datos del gobierno. Actualmente, varios de estos países consideran otras opciones para reducir al mínimo el consumo de hidroclorofluorocarbonos (HCFC), que también tienen un impacto en la capa de ozono.
Tales químicos se hallaban comúnmente en refrigerantes, heladeras comerciales, aparatos de aire acondicionado, y aerosoles entre otros, y una vez emitidos en la atmósfera, no solo agotan la capa de ozono, sino también son gases de efecto invernadero hasta 10.000 veces más potentes que el CO2.
El desgaste de la capa de ozono implica una mayor exposición a los rayos UV-B, que producen quemaduras superficiales y están vinculados al cáncer de piel y las cataratas. Por ejemplo, durante los últimos 20 años, Punta Arenas, en el sur de Chile, ha experimentado con regularidad índices altos de UV-B. Y Argentina está particularmente preocupada porque, además de su exposición, aún produce remanentes de sustancias dañinas al ozono.
Una mayor radiación, además de tener más impacto sobre la salud, también provoca cambios en el clima estival del hemisferio sur, afectando a las temperaturas, la lluvia e incluso hasta el océano, según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).