Isis Bautista, de 39 años, vende ropa usada en un tianguis (mercado informal) en la Ciudad de México y hace limpiezas en casas. Vive sola con sus tres hijos y a veces amanece con apenas el dinero para ir a comprar dos bolillos de pan. “Con el trabajo que tengo, hay días en que no tengo efectivo”, cuenta.
Pero si sus dos hijos menores necesitan algo para la escuela, sí lo puede comprar gracias a una beca que reciben del programa Prospera. Su tercer hijo, de 21 años, ya trabaja como mecánico. Lo más importante para ella es verlos felices: “Los quiero ver haciendo lo que ellos quieren hacer”.
Además recibe un apoyo económico para ayudarle con los gastos para los alimentos o la energía de la casa. “Es una manera de dar extra. Si vas a comer frijol, come frijoles con huevo. Si vas a comer huevo, pues huevo con jamón, y asi”, explica con una sonrisa.
Este dinero alienta a que sus hijos no falten la escuela y que toda la familia vaya regularmente a chequeos médicos. “Sí me hacía un chequeo de vez en cuando, cuando me sentía mal iba al doctor. Ahora sé que tengo que ir al médico cada año a hacerme el chequeo general. Ahora sé cuánto tengo de glucosa, y cada vez que voy lo apunto”.
Tiene muy claro que el apoyo no significa que deje de esforzarse: “Este programa no es para que te resuelva la vida, si no para que aprendes a resolver ciertas cosas basadas en este programa”.
Más tiempo en la escuela
Isis y sus hijos pertenecen a una de las 5.8 millones de familias mexicanas que se han beneficiado de Prospera, el programa de transferencia de efectivo condicionado, antes llamado Oportunidades.
La idea era simple: dar dinero a una madre de familia para alentarla a que mande sus hijos a la escuela y los lleve a hacerse revisiones médicas periódicas. Pero esta simple idea, que empezó en los años noventa, se transformó en un programa de envergadura nacional en México, que ha beneficiado a la cuarta parte de la población total.
Los estudios muestran varios logros: por ejemplo, hombres jóvenes beneficiarios del Programa han ido, en promedio, cerca de 10 meses más a la escuela, mientras que las mujeres jóvenes fueron en promedio 8 meses más a la escuela.
Jonatán Gallegos, de 25 años, por ejemplo, fue becario de Prospera durante su último año de secundaria y su preparatoria. Después estudió sociología y ahora es servidor público en el programa Prospera. Su padre es mesero y su madre ama de casa, además tiene una hermana mayor (que estudió economía) y dos hermanos menores.
Sin el programa, dice, le “hubiera costado más hacer una licenciatura.” Con el sueldo de su padre solamente, hubiera sido más difícil cubrir los gastos para libros o copias, explica.
“Es superarte un poco, no solo yo, sino como familia”, explica Jonatán y describe el orgullo de sus padres al tener dos hijos ya con licenciatura – su madre solo estudió la primaria y su padre hasta la secundaria.
Empleo y crédito
El programa expandió su alcance hace poco: Prospera ahora amplía la oferta formativa para los jóvenes a través de becas para educación técnica y capacitación para el trabajo y favorece su inserción laboral a través del Servicio Nacional de Empleo; además impulsa la inclusión financiera favoreciendo el acceso de los pobres al ahorro, a microcréditos y a seguros.
“El programa mantiene sus componentes básicos que han demostrado resultados a lo largo del tiempo: alimentación, salud y educación”, explica Francesca Lamanna, especialista en protección social del Banco Mundial, institución que ha contribuido con alrededor de US$2 mil 750 millones para financiar el programa. “Pero además –agrega Lamanna- y aquí radica la parte más innovadora, el programa amplía su acción para favorecer la inclusión social y productiva de sus beneficiarios.”
Para que personas como Isis, por ejemplo, puedan abrir o expandir su negocio, siempre con la visión de vivir mejor.