Tal vez luego de leer este artículo, usted piense dos veces antes de tirar algo a la basura. Una de las claves para que millones de personas en América Latina tengan un trabajo más digno puede estar al alcance de nuestras manos: separar los desechos “reciclables” de los “no reciclables”, distinguir entre lo que se tira en el recipiente verde o el azul.
Para ponerlo en perspectiva, a nivel mundial unas 15 millones de personas se ganan la vida recuperando material reciclable en la basura. De ellas, cuatro millones lo hacen en América Latina, donde al menos un 75% lo hace de forma insalubre. Recorren todos los días las montañas de basura que generamos en las ciudades en busca de cartón, papel, plásticos, vidrios, telas y otros materiales para vender.
Ya sea que se los llame cartoneros, pichacheros, pepenadores obuzos, según el país, el denominador común son las condiciones inhumanas en las que trabajan y viven los recuperadores informales.
Su tarea es mucho más sacrificada de lo que se ve. “Muchas veces nos teníamos que quedar a dormir entre la basura porque nos robaban lo que habíamos juntado durante el día” cuenta Sebastián Masa, quien trabajó en el basural a cielo abierto de Mar del Plata, en la costa argentina, durante más de cinco años.
“La gente que trabaja en basurales sufre de enfermedades crónicas y envejecimiento prematuro” explica Ricardo Schusterman, especialista en desarrollo social del Banco Mundial. “Los pobres mueren jóvenes; y los pobres que trabajan en basurales, mueren más jóvenes todavía”.
Además de las condiciones insalubres que supone revolver la basura, existen también otros problemas. En la recuperación hay una larguísima cadena de intermediación “donde se dan muchas situaciones de explotación y de delito”, aclara el especialista.
Un ejército “verde”
“Hay montañas de basura en todo Latinoamérica y allí hay personas trabajando”, dice Albina Ruiz, quien se define a sí misma comobasuróloga y en la actualidad preside Ciudad Saludable, una asociación que busca un cambio de actitud frente a la problemática de los residuos sólidos y que ha capacitado y formalizado a más de 11.500 recuperadores en el Perú.
“Hemos visto hasta niños lactantes en una pila de basura, esperando mientras sus mamás trabajan”, cuenta Ruiz. “Si trabajamos en mejorar los ingresos de esas familias, automáticamente esos niños van a dejar de acompañar a sus papás al trabajo”.
Lo cierto es que en todo la región existen varios programas para abordar la marginación social en la que se ven inmersos los recuperadores informales.
“Tenemos que promover alternativas laborales –ya sea dentro o fuera del sector de residuos sólidos- junto con programas de apoyo social en general y en especial para los recuperadores más vulnerables: adictos, personas sin hogar o enfermas”, propone John Morton, experto ambiental del Banco Mundial.
Una de ellas es concebir a los recuperadores como empresarios. En la región existe un gran potencial económico en un para desarrollar empresas que se dediquen al reciclaje. Un latinoamericano produce de media entre uno y 14 kilos de basura por día, si es separada en origen (es decir, en las mismas casas en las que se produce), alrededor del 90% podría ser reconvertido en combustible, o reciclado.
“Los recuperadores son un ejército verde, porque trabajan por el planeta sin saberlo”, explica Ruiz. “Han hecho un negocio en donde el resto vio desperdicio”.
Justamente es en esas extremas condiciones donde han surgido asociaciones y cooperativas en la búsqueda de condiciones de trabajo dignas y de mayor rentabilidad, ya sea a través de la recolección puerta a puerta o en plantas de separación.
Una de ellas es la cooperativa CURA, que agrupa a los recuperadores de la ciudad de Mar del Plata (400 km al sur de Buenos Aires, Argentina), donde se estima que se producen entre más de 1100 toneladas de residuos por día.
“Formamos la cooperativa para darle una solución laboral a los recicladores que trabajan en el basural de la ciudad”, cuenta Masa. En la actualidad, 32 personas realizan la recuperación en una planta separadora que cuenta con cintas transportadoras, maquinaria adecuada, vestuarios, baños y comedor.
Este espacio se construyó través del proyecto de Gestión Integral de Residuos Sólidos (GIRSU) de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de Argentina, con apoyo del Banco Mundial, y consiste en tratar la basura de manera sostenible desde que se genera en los hogares hasta que llega a un relleno sanitario o se recicla. También iniciativas similares en otras ciudades argentinas como Chubut, Mendoza y Rosario.
“Hubo un cambio muy fuerte en nuestras vidas. Ahora trabajamos ocho horas y nos volvemos a casa. Tenemos vida fuera del trabajo”, agrega Masa. Sin embargo, está pendiente resolver la situación de unas 200 personas – el número cambia según las variaciones del mercado laboral- que comen y trabajan en condiciones inhumanas en el basural, a escasos 5 kilómetros de las oleadas de turistas que vienen a veranear todos los años en este lugar.