Durante 23 años, la vida de Ednalva Belo da Silva, de 47 años, fue la misma: levantarse temprano y trabajar hasta que el cuerpo aguantase en el vertedero de Parelhas, una ciudad de 20.000 habitantes en el interior del Nordeste brasileño. De esas montañas de desperdicios salieron la comida y ropa para ella y sus seis hijos, dos de ellos adoptados.
Moana Nunes, a los 19, es mucho más joven que Ednalva. Pero también lleva en su espalda largos años de trabajar en un vertedero. Cuando tenía seis años, su padre abandonó a la familia, así que comenzó a ayudar a su madre. Hasta quinto grado, trabajó media jornada en el basurero de Caicó, a 60 km de Parelhas. A partir de entonces, comenzó a trabajar tiempo completo.
Ha pasado más de un año desde que Ednalva y Moana salieron de los vertederos. Ahora trabajan como "recolectoras de materiales reciclables". No se trata únicamente de una definición políticamente correcta. La naturaleza de su trabajo cambió por completo cuando los municipios locales prohibieron trabajar dentro de los vertederos y crearon programas de recolección selectiva.
Cada una en su localidad, hoy trabajan en régimen de cooperativa, usan uniforme y solo se ocupan de los desechos secos, sin restos de comida y otros residuos orgánicos. Tienen horarios de trabajo definidos. Pasan una parte del día en la calle –en tareas de recolección- y la otra parte en los galpones en los que se hace la separación de los materiales que después se venden a las industrias.
Este nuevo ambiente de trabajo no tiene el mal olor característico de un vertedero, y la posibilidad de contraer una enfermedad es muy baja. Al final del mes, cada asociación cooperativa divide la ganancia entre los participantes.
De las navajas a las palabras
Para quienes trabajaron tantos años en situación infrahumana, las nuevas condiciones significan numerosos beneficios - mejor salud, más tiempo para estudiar, etc.- pero también nuevos desafíos.
Los recolectores se hicieron visibles como nunca antes. Si una vez estuvieron fuera de la ciudad, ahora tienen que salir a las calles en busca de materiales para reciclar. Al principio, no eran bien recibidos. "Nos mandaban a irnos a otro lado, muchas veces me negaron un vaso de agua", dice Moana.
Otra diferencia: la vida en los vertederos era extremadamente individualista. Los recolectores que podían trabajar más, eran los que ganaba más dinero. "Y las disputas laborales se resolvían a punta de navaja", recuerda el educador popular Joseilson Ferreira, de Caritas, institución que apoya las nuevas organizaciones de recolectores de Caicó y Parelhas.
"Hoy en día los conflictos son otros: si alguien irrespeta las normas tiene que ser castigado; si falta al trabajo, también. En el momento de la separación del material, si alguno separa más y otro menos, alguien siempre alerta que el otro no trabaja. Pero la forma de resolver los problemas también cambia, se usa más la conversación", continúa.