Estás en el supermercado, ¿dejarías una bolsa entera de alimentos en la caja después de haberla pagado? Seguramente no, a menos que sea por equivocación. Sin embargo, a nivel mundial, cada año alrededor de una tercera parte de los alimentos producidos -desde su cosecha y producción hasta el consumo humano- termina alimentando a los vertederos.
Según la FAO, los consumidores en países con economías desarrolladas desperdician unas 222 millones de toneladas de comida al año, suficiente para llenar el equivalente a 2,5 estadios de fútbol al día. Además, si fuera un país, los alimentos que se producen pero no se comen ocuparían el tercer lugar detrás de China y Estados Unidos en cuanto a las emisiones de dióxido de carbono, emitiendo unos 3,3 gigatoneladas al año.
El panorama completo es de un enorme e innecesario gasto económico, ambiental, ecológico y energético. “Todos los países de ingresos altos ya tienen entre 1,5 y 2 veces la cantidad de comida que necesitan en sus locales y restaurantes”, destaca Tristram Stuart, autor y activista contra el desperdicio de alimentos. “Esta actitud de producir más y más es errada. De hecho, es una de las amenazas más grandes a la seguridad alimentaria mundial a largo plazo”, agrega.
A nivel mundial, los mayores infractores son EE UU - el 40% de comida comprada no se consume - y la Unión Europea. Sin embargo, el problema está encontrando cada vez más eco en Latinoamérica.
En cifras, la región es responsable de un 6% de las pérdidas globales de alimentos, según la FAO. Y un 15% de los alimentos disponibles en Latinoamérica se pierden o se desperdician, lo cual implica un gasto de grandes cantidades de energía, agua, tierra y nutrientes consumidos durante su producción.
Además, una vez tirados, los alimentos siguen cobrándole un peaje al planeta: desde los vertederos se produce y emite metano, un gas de efecto invernadero 21 veces más potente que el dióxido de carbono.
Visto desde la perspectiva humana, el 8% de la población latinoamericana tienen hambre y por ello tirar comida es un doble desperdicio.
De hecho, se calcula que con solo los residuos de alimentos al por menor se podrían satisfacer las necesidades nutricionales de más de 30 millones de latinoamericanos, un 64% de los que no tienen suficiente para comer en la región.