Salir a la calle y mirar a todos lados por miedo a un asalto. Trabajar hasta altas horas de la noche debido a la fuerte carga laboral y por temor a perder el trabajo. Endeudarse con la tarjeta de crédito por los bajos ingresos y los crecientes costos de mantener a la familia.
Estas situaciones, parte del día a día de miles de latinoamericanos, tienen una característica común: producen un estrés constante que al acumularse puede convertirse en una bomba de tiempo.
El estrés es la enfermedad de salud mental del siglo XXI y puede ser el detonante de la depresión o incluso del suicidio, según los expertos.
Las enfermedades mentales, que son las que más se extienden en el tiempo de vida del ser humano, generan altos costos económicos. Personas enfermas y sus familiares, o quienes cuidan de ellos, a menudo reducen su productividad tanto en el hogar como en el trabajo. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, una de cada cuatro personas, 450 millones en el mundo, sufren de al menos un trastorno mental.
Perder los ingresos y además incurrir en gastos de salud puede reducir la economía de los pacientes y sus familiares, generando o agravando las condiciones de pobreza. En Estados Unidos, por ejemplo, la carga económica total de las enfermedades de salud mental se ha estimado en US$148.000 millones anuales donde la mayor parte se puede atribuir a la discapacidad laboral y a las pérdidas de productividad.
Pocos especialistas
Y todo podría empezar por un cuadro simple de estrés en el hogar o en el trabajo.
En América Latina, la situación es un poco más complicada, sobre todo en las zonas de menos ingresos. De acuerdo a la Asociación Mundial de Psiquiatría, la mayoría de países latinoamericanos dedican menos del 2% de su presupuesto total de salud a las enfermedades de mentales.
Si a esto se le suma un panorama constante de inequidad social, de inseguridad y de violencia tanto en las calles como en el hogar o en el trabajo y, además, el riesgo constante de enfrentarse a desastres naturales, entonces tenemos como resultado una población altamente estresada y proclive a enfermedades mentales más severas.
El problema no acaba ahí. Para el tratamiento de enfermedades mentales, los recursos humanos de la región son escasos: menos de 2 psiquiatras y de 3 psicólogos por cada 100 mil personas. La mayoría de estos especialistas están concentrados en la zona urbana.