Fernando Gomez, habitante de toda la vida de Malargüe, empezó a trabajar en el Complejo Fabril en 1971, procesando mineral de uranio a tan sólo metros de su casa. Ahora, ya jubilado, es testigo de la inauguración del parque comunal “El Mirador”, en un área donde antes había restos de uranio dispersos en la tierra. Ahora Fernando vuelve a mirar el paisaje de su ciudad con una nueva perspectiva gracias a la primera obra de remediación ambiental de la minería del uranio en Argentina.
“Hoy ganamos un nuevo lugar para disfrutar con nuestra familia. Nunca se ha visto algo así en esta ciudad”, afirma. El Departamento de Malargüe cambia radicalmente ya que por casi 50 años el terraplén que enmarcaba la ciudad fue reemplazado por un parque de siete hectáreas, con una bicisenda y un playón deportivo de usos múltiples con cancha de fútbol y básquet. Además, hay sectores con áreas sociales, juegos infantiles y un anfiteatro.
“Miles de habitantes van a poder disfrutar de este parque para practicar todos los deportes, en compañía de la belleza natural de la Cordillera de los Andes”, señala orgulloso el intendente de Malargüe, Jorge Vergara Martínez.
Convertir el pasivo ambiental en un parque fue idea de la comunidad, pero lo más importante es el impacto en la salud.
“Lo transcendental es el encapsulamiento de la contaminación y cómo esto va a impactar positivamente en la población”, cuenta Verónica Iraola, una vecina de la localidad que trabajó para hacer este hito realidad.
Una obra modelo en América Latina
Tras el cierre de un viejo complejo fabril en 1986 en Malargüe, 710.000 toneladas de colas producto de la minería de uranio habían quedado expuestas, según los usos de la época, lo que representaba una amenaza a la salud de los pobladores por la posible contaminación del aire, agua y suelo.
Hoy, esos taludes que invadían el paisaje son parte del pasado, porque después de años de intenso trabajo se concretó la primera obra de remediación de los pasivos de la minería de uranio, algo sin precedentes en el país y en América Latina.
“Este proyecto es pionero, son pocos los gobiernos en el mundo que invierten en la recuperación de pasivos ambientales de la minería y más en la de uranio. Esta obra se llevó a cabo de acuerdo a las mejores prácticas internacionales, y esta experiencia sirvió además para fortalecer capacidades nacionales y locales”, opina Ruth Tiffer-Sotomayor, Gerente del proyecto y Especialista Ambiental del Banco Mundial.
¿En qué consistió la obra? Se trató de un proceso de encapsulamiento, en el que se compactó el suelo natural, y se lo cubrió con capas de grava, cal, suelo arenoso y arcilla, para luego intercalar delgadas capas de las colas de mineral, entre arenas y arcillas finas. Finalmente, se construyó un enrocado que permitió aislarlas totalmente del ambiente y, de esta manera, asegurar la seguridad pública de la comunidad y la protección ambiental. Esta remediación fue realizada por la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y contó con apoyo del Banco Mundial.
Ahora todas las colas del mineral quedaron encapsuladas bajo un predio de aproximadamente 700 metros de largo por 250 de ancho y 10 metros de altura. Este terreno, gracias a la técnica utilizada, tiene garantizada la sequedad, estanqueidad y resistencia estructural a largo plazo (se estima en 500 años) soportando factores externos como nevadas, vientos, lluvias, terremotos, inundaciones e intrusión de raíces arbustivas o animales cavadores.
“Este proyecto es un ejemplo exitoso de desarrollo sostenible, con desarrollo social, económico y respeto con el ambiente” destaca Enrique Cinat, Gerente General de la CNEA.
En Argentina aún existen otros siete sitios con pasivos ambientales de la minería de uranio, algunos de estos son considerados prioritarios por sus ubicaciones, ya sean cercanos a zonas urbanas densas (como en el caso de la Ciudad de Córdoba) o cerca de sitios de interés turístico (el Parque Nacional Los Cardones, en la provincia de Salta o el lago San Roque, en la Provincia de Córdoba). El Banco Mundial también ha acompañado a la CNEA en el desarrollo de opciones técnicas, ambientales y sociales para la remediación de estos espacios, así como también en la compra de equipamiento y el fortalecimiento institucional con los gobiernos provinciales y municipales.
Malargüe, sin duda, será recordada como el faro que marcó el camino para la transformación de otras localidades con pasivos ambientales en áreas donde regresa la calidad del ambiente y abre las puertas a un desarrollo sostenible que mejore la calidad de vida de sus habitantes.