Para el 2030, el Banco Mundial estima que el 60% de la población del planeta vivirá en las ciudades. Esto no solo implica más demanda de viviendas, sino también un incremento del parque automotor en sus calles. En el caso de América Latina, ya ocho de cada 10 de sus habitantes viven en ciudades.
Según datos del Observatorio Iberoamericano de Seguridad Vial (OISEVI), en la región existen, en promedio, 230 vehículos por cada 1.000 habitantes -cifra que crece año a año-, mientras que en países como Argentina, Brasil o República Dominicana se superan los 300 vehículos por cada 1.000 habitantes.
Estos datos representan uno de los más importantes desafíos para el medio ambiente y para las sociedades. La cuestión que surge es ¿Cómo hacer para que las personas y los bienes se transporten de forma sostenible?
El transporte sostenible en las ciudades implica buscar soluciones relacionadas a mejorar las redes del transporte público, promover el uso de la bicicleta e incluso caminar; es decir, trasladarse de una forma que tenga un impacto menos negativo en el medio ambiente. En resumen, dejar en casa el automóvil y moverse en medios más “ecoamigables”.
Esto suena lógico, pero en Latinoamérica existe otro problema: son justamente los más pobres los que no tienen auto y contaminan menos, pero a la vez, al vivir en la periferia, tienen mayores necesidades de un transporte rápido, seguro y económico para ir a trabajar o a estudiar.