Cuando Ana Hernández Díaz recibió su terreno en la provincia de Atlántico, costa norte de Colombia, este parecía una árida cancha de fútbol. Sin embargo, fue un primer paso hacia la estabilidad de su quebrantada familia. Ahora, a la sombra de los árboles, rodeados de verdes prados, mariposas y pájaros cantores, es posible imaginar renovación e, incluso, crecimiento.
Como muchos otros colombianos, Ana fue desplazada por la violencia. Dos de sus hijos —de 18 y 19 años— fueron asesinados, con pocos días de diferencia, en 1997 por hombres armados no identificados. “No pude comer nada por ocho días. Yo también me quería morir”, recuerda. Su familia se vio obligada a abandonar Guacamayal, un pueblo bananero ubicado en el departamento del Magdalena, y se mudó a la ciudad de Barranquilla. Para ganarse la vida, Ana preparó empanadas y bocadillos de yuca frita que sus hijos vendían en las calles. Pero no se sentía segura. “Me ponía nerviosa cada vez que veía un auto blanco con vidrios polarizados”, dice. Finalmente, Ana se puso en contacto con un grupo de desplazados que pidió apoyo al Gobierno y terminaron allí, en un pedazo de terreno en una zona tropical árida en el año 2006.
Su granja es parte de un área de 270 hectáreas que fue comprada por el Estado a un gran terrateniente y parcelada para 43 familias desplazadas. Es también parte de un experimento nacional para mejorar la sostenibilidad económica, ambiental y social de la ganadería en Colombia.
El Proyecto Ganadería Colombiana Sostenible, que se ejecuta hace 10 años, ha ayudado a 4 100 granjas familiares en cinco zonas distintas de Colombia a adoptar sistemas productivos “silvopastoriles” que combinan árboles (silvo) y pasto, lo que beneficia a los ganaderos, sus reses y el medio ambiente en general. Al igual que el café cultivado a la sombra, los animales criados a la sombra son más productivos y sostenibles que aquellos criados a campo abierto. La sombra disminuye el estrés por calor en los animales y estos producen menos metano, en tanto que la variada vegetación mejora su dieta y productividad.
Hasta la fecha, alrededor de 32 000 hectáreas se han convertido a sistemas silvopastoriles, aumentando los ingresos en hasta USD 523 por hectárea al año y elevando la productividad de la leche en 36,2 % como promedio. Al compensar a los agricultores con pagos por servicios ambientales e incentivar la regeneración natural, el proyecto también ha contribuido a la conservación y el enriquecimiento de 21 000 hectáreas adicionales de ecosistemas que son fundamentales para la biodiversidad mundial. El proyecto ha ayudado a los agricultores a plantar más de 2,6 millones de árboles de 80 especies diferentes y a secuestrar más de 1,2 millones de toneladas de carbono.
El proyecto, que cuenta con el respaldo del Banco Mundial, es implementado por la Federación Colombiana de Ganaderos (FEDEGAN), en asociación con The Nature Conservancy, el Centro para la Investigación en Sistemas Sostenibles de Producción Agropecuaria (CIPAV) y el Fondo Acción, con el apoyo financiero del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) y el Gobierno del Reino Unido. Los ganaderos participantes también han contribuido con una cantidad importante de trabajo físico, tiempo, cercas y material vegetal para el éxito de la restauración del paisaje.
Para Ana, plantar árboles y arbustos comestibles en un área amenazada por fenómenos climáticos extremos ha sido difícil, pero ha valido la pena: la producción lechera ha aumentado de alrededor de 2 litros de leche por vaca al día a 4,5 litros. “Si no fuera por los árboles, mis animales producirían mucho menos leche”, dice.
El proyecto introdujo varios arbustos forrajeros por su alto contenido proteico y su resistencia a la sequía. El terreno de Ana de 5,8 hectáreas se dividió en seis potreros para permitir que el pasto creciera de nuevo entre periodos de pastoreo. Un cercado eléctrico móvil ayudará próximamente a mejorar el sistema y le permitirá alimentar más animales que las ocho vacas que mantiene ahora, aumentando aún más sus ingresos.
El sistema ganadero predominante en Colombia es extensivo e ineficiente, lo que significa que pocas vacas ocupan una gran cantidad de terreno. En el país, un impresionante 89 % de la tierra agrícola se dedica a la ganadería, con un promedio de 0,7 cabezas de ganado por hectárea. La ganadería, a menudo relacionada con la tenencia de tierra con fines especulativos, es un factor importante que impulsa la deforestación. Criar la misma cantidad de animales en una superficie más pequeña de tierra es esencial para aumentar la sostenibilidad de la ganadería (i) y permitir la restauración forestal.
La plantación de árboles en fincas ganaderas requiere un gran cambio cultural. Los ganaderos generalmente talan los árboles porque creen que compiten con el pasto por el sol y el agua. Incluso los árboles aislados son considerados a veces como un problema, ya que las vacas tienden a juntarse bajo su sombra, pisotean el suelo y afectan la salud de los árboles. “Las ramas que caen pueden matar a las vacas”, señala Juan Pablo Ruiz, el primer jefe de equipo del proyecto, “de modo que los agricultores están felices de deshacerse de los árboles completamente”.
El sistema silvopastoril demuestra que los árboles, los arbustos y el pasto pueden, de hecho, coexistir: los pastizales son más altos y más verdes bajo la sombra, por ejemplo, de un yopo (Anadenanthera peregrina), un árbol cuyas ramas parecen plumas, o de un totumo (Crescentia cujete), un árbol frutal. Pero se necesita paciencia para convencer a los agricultores que prueben el sistema, especialmente si la sequía u otras adversidades afectan las iniciativas de plantación iniciales.
Una vez que se establece, el sistema silvopastoril habla por sí mismo. Cuando las vacas tienen una abundante vegetación con la cual alimentarse y mucha sombra, no se juntan tanto ni compactan mucho el suelo. La rotación cuidadosa de los potreros permite al pasto recuperarse más rápidamente de las actividades de pastoreo. Arbustos nutritivos como el botón de oro (Tithonia diversifolia), el mata ratón (Gliricidia sepium) y el tilo (Sambucus peruviana) complementan la dieta del ganado, mejoran la cantidad y la calidad de la leche, aumentan las tasas de reproducción y proporcionan recursos que se pueden cortar y guardar para la estación seca. A través de la fotosíntesis natural, también se almacena más carbono en árboles nuevos, arbustos y, debajo de la tierra, en suelos mejorados que son más ricos en materia orgánica.
Hileras de árboles y arbustos forrajeros dividen los potreros en “La Pradera”, una granja donde se aplican técnicas silvopastoriles en Boyacá.
En “La Pradera”, una granja lechera ubicada a 2800 metros de altitud, en la provincia de Boyacá, es fácil comprender el atractivo del cultivo de alimentos nutritivos en casa. Las hileras de arbustos ricos en proteínas, ubicadas estratégicamente alrededor de la finca de 7 hectáreas, permiten a Guillermo Vargas Castañeda y su familia evitar un viaje al mes por un empinado camino de tierra para comprar suplementos alimenticios en el pueblo. “Solíamos comprar suplementos caros para los pastizales. Gastábamos alrededor de 300 000 pesos colombianos (USD 100) mensuales en eso y viajes”, cuenta su esposa, Sandra Cepeda Guatibonza. “Ahora podemos en cambio usar esos recursos para comprar alimentos para nosotros mismos”.
Otros efectos no se observan tan claramente, pero no dejan de ser impresionantes. La presencia de árboles es beneficiosa para los escarabajos estercoleros (Scarabaeus laticollis), que se desplazan desde la base de los árboles para “trabajar” en el campo. En el frío ambiente montañoso, donde el proceso de descomposición es lento, Guillermo acostumbraba a pagarle a alguien para que rastrillara los excrementos del ganado vacuno y así evitar que impidieran el crecimiento del pasto. Gracias a los escarabajos, ahora el estiércol desaparece “por sí solo” en aproximadamente 15 días, dejando espacio para que crezca nuevo pasto.
Las hileras de árboles y de forraje alrededor de la granja silban en la noche y se escucha el dulce sonido de las cigarras. Estas hileras sirven como corredores de biodiversidad para las aves y otros animales entre los bosques de la montaña que se alzan por sobre la granja de Guillermo y la gran diversidad de vegetación que se observa más abajo. Pero quizás lo más importante es que han fortalecido el amor de su familia por la vida rural.
Mientras crecía, Ángela Vargas Cepeda, la hija de Guillermo de 23 años, fue testigo de cómo la granja se transformó de un precario rancho en la ladera de una colina en un lugar productivo y con mucha vegetación. “Es bueno ver que hay un futuro aquí”, dice ella, acompañada de su abuela de 85 años, sus padres y varios papagayos, gatos y perros.
Ángela estudia en la universidad y está a punto de obtener un título en tecnologías de la información. Desea mejorar el rendimiento de la granja, incorporando mayor innovación. “Hay miles de cosas que podríamos hacer con sensores y otras herramientas, pero lo más urgente es un software para la gestión ganadera", afirma.
El fracaso de los productores ganaderos es un problema social que Colombia no se puede permitir: el sector genera el 28 % del empleo rural y medios de subsistencia para 514 000 hogares. “Aunque solo el 1 % de los ganaderos aplica actualmente técnicas silvopastoriles, existe un sólido argumento comercial para expandir el sistema y aumentar la productividad del ganado y, al mismo tiempo, reparar el tejido social de Colombia y restaurar la tierra”, dice Luz Berania Díaz Ríos, la actual líder de equipo del proyecto en el Banco Mundial.
De vuelta en la llanura costera de Atlántico, Juan Carlos Hernández, el hijo de Ana de 28 años, se siente esperanzado. Aunque abandonó la escuela secundaria dos años antes de graduarse, Juan Carlos ha recibido capacitación del equipo de extensión del proyecto y desea aprender más. Sueña con aumentar gradualmente el número de vacas en las 5 hectáreas silvopastoriles, y dedicar 1 hectárea a árboles frutales. “Quiero mantener esto como una granja familiar para mis hijos”, señala. La granja se llama “Si nos dejan”, precisa. “Si nos dejan vivir… Si nos dejan trabajar… Es un símbolo de nuestra esperanza de que haya paz”.