Distrito de Surkh-Rod, provincia de Nangarhar. Entre los residentes de la aldea de Qala-e-Naw, que se encuentra al oeste de la ciudad de Jalalabad, en el este de Afganistán, se desató el desasosiego cuando llegaron las primeras noticias sobre el coronavirus (COVID-19) y los estragos que podría causar en la salud de la población.
Muchos recurrieron a los antibióticos para prevenir la enfermedad, a pesar de su ineficacia frente a los virus.
Los antibióticos también eran el medio de defensa de Qamara, una madre de seis hijos, y de su familia, hasta que buscó el consejo de los trabajadores sanitarios y cambió de opinión. “Me dijeron que no tomara ningún medicamento sin receta médica”, afirmó.
La amenaza de la COVID-19 se cierne sobre Afganistán. Hasta el 17 de mayo, el país había confirmado oficialmente 2469 casos de la enfermedad desde que en febrero se registró el primero en la provincia de Herat. Pero la desinformación se ha extendido aún más rápido.
por no hablar de la electricidad, lo que dificulta la difusión de los avisos y mensajes de prevención frente a la COVID-19.
Las anécdotas y las pruebas infundadas sobre la pandemia circulan rápidamente entre las comunidades, sesgando las percepciones y dando lugar al incumplimiento de las instrucciones sanitarias y las directrices médicas.
Para sensibilizar sobre la pandemia y disipar los mitos sobre ella, los especialistas en salud del programa gubernamental de apoyo a los medios de subsistencia, Focalización en los Ultrapobres (TUP, por su sigla en inglés), han unido sus fuerzas a las de los ancianos influyentes de las comunidades de aldeas empobrecidas de tres distritos de la provincia de Nangarhar.