La pobreza causada por la COVID-19 está avanzando en poblaciones donde sus efectos eran relativamente menores. A diferencia de los pobres crónicos, es probable que los nuevos pobres vivan en zonas urbanas, tengan un nivel educativo más alto y trabajen más en los sectores de servicios informales y manufacturas y menos en la agricultura. Los países de ingreso mediano, como India y Nigeria, podrían albergar al 75 % de los nuevos pobres.
La COVID-19, los conflictos y el cambio climático generarán enormes costos humanos y económicos. El informe Poverty and Shared Prosperity 2020 muestra que el objetivo de bajar la tasa de pobreza extrema mundial por debajo del 3 % para 2030 —algo difícil de alcanzar incluso antes de la aparición de la COVID-19— ahora es imposible si no se adoptan medidas de política rápidas, significativas y sustanciales.
Este momento de crisis es extraordinario. Ninguna otra enfermedad se había transformado en una amenaza mundial tan rápido como la COVID-19. Nunca una proporción tan elevada de las personas más pobres del mundo había vivido en territorios y países afectados por conflictos. Los cambios en los patrones climáticos mundiales inducidos por la actividad humana no tienen precedentes.
El modo en que el mundo responda hoy a estos graves desafíos tendrá una influencia directa en la posibilidad de contrarrestar los actuales reveses en la reducción de la pobreza a nivel mundial. La prioridad principal e inmediata en todas las regiones debe ser salvar vidas y restaurar los medios de subsistencia. Algunas de las políticas necesarias para lograr esto ya se están aplicando, como los sistemas de protección social. Por ejemplo, ya hay medidas en curso en Brasil e Indonesia para ampliar los programas de transferencias monetarias existentes.
Si bien abordar la COVID-19 es fundamental, los países también deben continuar generando soluciones a los obstáculos tradicionales a la reducción de la pobreza. En el informe Poverty and Shared Prosperity 2020 se ofrecen recomendaciones para un enfoque complementario de dos frentes: responder eficazmente a la crisis urgente a corto plazo y continuar centrando la atención en los problemas de desarrollo de base, como los conflictos y el cambio climático.
1. Cerrar la brecha entre las aspiraciones y los logros en materia de políticas
Muy a menudo se produce una gran brecha entre las políticas formuladas y los logros en la práctica; lo mismo se replica entre lo que debidamente esperan los ciudadanos y lo que experimentan a diario.
Las aspiraciones normativas pueden ser loables, pero habitualmente se observa una variación considerable en lo que respecta a concretarlas plenamente y los grupos que se benefician con ellas. Por ejemplo, a nivel local, los grupos que tienen menos influencia en una comunidad podrían no llegar a tener acceso a servicios básicos. A nivel mundial, las cuestiones de economía política se verán reflejadas en el nivel de acceso a los limitados suministros mundiales de equipos médicos que obtengan las naciones ricas y las pobres. Es fundamental plantear estrategias de implementación que puedan responder de forma rápida y flexible para cerrar estas brechas.
2. Ampliar el aprendizaje y mejorar los datos
Aún no se sabe mucho sobre el nuevo coronavirus. La velocidad y la escala con la que ha afectado al mundo han sobrepasado los sistemas de respuesta, tanto en países ricos como pobres. Las respuestas innovadoras a menudo llegan de manos de comunidades y empresas, que pueden tener una idea más concreta de los problemas a los que debería darse prioridad y suelen gozar de mayor legitimidad a nivel local para transmitir y hacer cumplir decisiones difíciles, como el requisito de quedarse en casa. Mientras más rápido aprendamos unos de otros, más útiles serán las medidas.
Por ejemplo, la respuesta de la República de Corea a la COVID-19, ampliamente reconocida, se ha atribuido en parte a esfuerzos intencionales por aprender de la “dolorosa experiencia” de respuesta al coronavirus del síndrome respiratorio de Oriente Medio en 2015.
3. Invertir en preparación y prevención
“Pague ahora o pague después” puede ser un cliché, pero en la situación actual es evidente que el mundo está aprendiendo de nuevo la lección, y de la peor manera. Las medidas de prevención suelen tener una baja recompensa política: se otorga poco crédito a los desastres que se evitaron. Con el tiempo, las poblaciones que no han experimentado este tipo de adversidades pueden volverse autocomplacientes y pensar que los riesgos se han eliminado o son fáciles de abordar.
La COVID-19, junto con el cambio climático y los conflictos extendidos, son un recordatorio de la importancia de invertir en medidas de preparación y prevención de forma integral y proactiva.
4. Ampliar la cooperación y la coordinación
Para contribuir a los bienes públicos y mantenerlos, se necesita una amplia cooperación y coordinación. Esto es fundamental para promover un aprendizaje amplio y mejorar las bases de la formulación de políticas a partir de datos, y también para generar un sentido de solidaridad compartida durante las crisis y garantizar que las difíciles decisiones normativas que toman las autoridades sean confiables y seguras.
Por último, como parte de una respuesta eficaz, se debe empezar por reconocer los elementos que hacen que estos desafíos no solo sean diferentes y difíciles, sino también tan severos para los pobres. Si no se actúa en todos los ámbitos y con urgencia, se generarán desafíos aún mayores en el futuro. Además de abordar estas alteraciones en el presente, se debe dedicar constante atención al programa de desarrollo en curso, que implica promover el crecimiento inclusivo, invertir en el capital humano y en activos productivos y protegerlos, si es que los países quieren sostener la reducción de la pobreza.
No obstante, detener y deshacer este tremendo cambio de suerte planteado por la COVID-19 es necesario y posible. Se ha hecho en el pasado, con lo que en su época se consideraban desafíos insuperables —erradicar la viruela, poner fin a la Segunda Guerra Mundial, cerrar el agujero de ozono—, y se podrá volver a hacer.
El mundo debe comprometerse urgentemente a trabajar de manera colectiva y a trabajar mejor, en particular ahora, y a largo plazo.