Centro de São Paulo, Estación de Luz, hora del almuerzo. En la plataforma por donde pasa la línea 4 (amarilla) del metro, un niño con un celular en las manos espera atentamente el tren. Breno Xavier, de 11 años, quiere grabar el momento exacto de la llegada. No hay riesgo de que caiga a las vías porque la plataforma está protegida por puertas con vidrios gruesos. Solo se abren sincronizadamente con la parada del tren, que opera de forma autónoma, sin interferencia humana. Es la única línea de metro en América Latina con este nivel de automatización.
"¿Me tapas los oídos?", le pide a su madre, Paula Xavier.
Breno vive con un grado leve del espectro autista y es sensible al ruido del freno del metro. Al mismo tiempo, tiene un hiperenfoque en trenes y una pasión por la línea 4. Una vez por semana, él y su madre recorren el trayecto que va de Luz a Vila Sônia, en el oeste de São Paulo. Salen de casa, en la zona noroeste de la ciudad, van al centro, hacen un viaje de ida y vuelta por la línea amarilla y, finalmente, se dirigen a la zona norte, donde Breno asiste a terapia. Como los trenes de la línea no tienen conductor, el niño finge que está al mando.
"Es su paseo favorito", cuenta Paula. "Tiene mapas de todos los metros de la ciudad y terminó contagiando a sus amigos con ese entusiasmo."
La historia de Breno y Paula demuestra que, además de transportar trabajadores de todas las clases sociales, estudiantes y turistas, entre otros públicos, la línea 4 es un lugar donde se crean recuerdos.