Una panadería no suele ser el primer lugar en el que se piensa al hablar de innovación. Si bien muchas grandes ideas comienzan con un dulce, el arte de hacer y vender pan y otras delicias suele percibirse como una industria tradicional, limitada a las fronteras de cada barrio. Pero María Almenara, una pastelería fundada en 2007 en Lima, desafía esa idea: con 22 tiendas en todo el país, más de 500 empleados y una cartera de clientes que incluye gigantes internacionales como Starbucks, se ha convertido en un referente de crecimiento y modernización.
“Hoy, en un solo día, facturamos lo mismo que en nuestro primer año de operaciones”, comenta Carlos Armando de la Flor, cofundador de María Almenara. “Somos un faro de innovación en una industria tradicional. Con otra mentalidad, procesos de transformación y buenas prácticas, se puede convertir un negocio pequeño en algo de impacto”, afirma.
El rápido crecimiento de empresas como María Almenara es lo que necesitan las economías de América Latina y el Caribe para dejar atrás la “mediocridad resiliente” de las últimas décadas. Aunque se prevé que la región crezca un 2,6% en 2025, según datos del Banco Mundial, esta cifra la ubica entre las tasas más bajas del mundo, lo que pone de relieve los persistentes problemas estructurales que, a su vez, elevan las barreras a la innovación.
“Se cree que los rendimientos de la adopción de tecnologías son extremadamente altos, pero los países parecen invertir poco, lo que implica que esta vía para el crecimiento de la productividad todavía no ha sido bien explotada”, explica William Maloney, economista en jefe del Banco Mundial para América Latina y el Caribe. “La región ejemplifica la paradoja de la innovación”, añade.
Los datos lo confirman: la inversión en I+D (investigación y desarrollo) en la región es de solo el 0,62% del PIB, cuatro veces menos que el promedio global. La tasa de retorno, es decir, la ganancia respecto a la inversión en el tiempo, es de alrededor del 55% en Estados Unidos, pero en países de la región podría ser aún mucho más alta. Sin embargo, pese a este alto retorno, los casos de éxito en América Latina, como el de María Almenara, siguen siendo la excepción y no la norma.
Un inconveniente nada nuevo
“El problema tiene bases históricas mucho más profundas”, explica Maloney, quien actualmente trabaja en los detalles finales de un informe sobre esta temática. Las simulaciones realizadas por el equipo del Banco Mundial sugieren que el 83% de la divergencia entre los países de la región y economías avanzadas como Japón, Suecia o España puede explicarse por la adopción lenta y parcial de nuevas tecnologías. “En 1860, los países de la región estaban en la misma situación que España, Suecia o Japón. Sin embargo, el estancamiento posterior duró más de un siglo”, asegura Maloney.
Esto afecta no solo a negocios como las panaderías, sino también a industrias que, en el pasado, fueron clave en la región. “La industria del cobre en Chile casi se extinguió al principio del siglo XX, y fue solo la introducción de nuevas tecnologías norteamericanas lo que permitió evitar su colapso”, comenta Maloney. “Sin embargo, mientras que los países de la región no utilizaban los nuevos procesos para continuar sus exportaciones, la innovación daba lugar en Japón al nacimiento de Hitachi, Fujitsu y Sumitomo, tres enormes gigantes tecnológicos, mientras que en EE UU se consolidaban los cimientos de la industria manufacturera”.
La lección, según destaca el próximo informe, es que el crecimiento de una nación no depende tanto de qué produce, sino de cómo lo produce.