El cielo raso de la vivienda de Rai Tausoro fue arrasado por vientos huracanados. El hombre, de 43 años de edad, logró salvar la vida de su madre, una mujer mayor, ubicándola en un baño de concreto, así como la de una embarazada a la que puso a resguardo.
En la misma aldea de Fiji, Asmita Kama, una maestra de 24 años, se refugió con su abuela debajo de una mesa y su familia se escondió bajo una cama mientras el ciclón Winston arrasaba el poblado. A pesar de que hicieron todo lo posible por proteger su casa, los fuertes vientos destruyeron casi todo.
A principios de 2016, la provincia fiyiana de Ra fue azotada por el ciclón Winston, la mayor tormenta registrada en el hemisferio sur, que afectó al 62 % de la población de Fiji y ocasionó daños por 2000 millones de dólares de Fiji (el 20 % del PIB). Provocó 44 víctimas fatales y cientos de heridos, y dejó a 131 000 personas sin hogar. La tormenta, de categoría 5, tocó tierra por primera vez en Ra, cuyas comunidades quedaron completamente devastadas.
El ciclón Winston fue un ejemplo de los nuevos enemigos a los que se enfrentan las comunidades, enemigos que están relacionados con el cambio climático.
Y 2017 no fue mejor. Ha sido un año de fenómenos climáticos catastróficos. Un número sin precedentes de huracanes se ha cobrado vidas y ha destruido obras de infraestructura en varios Estados insulares del Caribe y en pueblos y ciudades importantes del sur de Estados Unidos. , sino que también sumen aún más en la pobreza a las comunidades, dado que los pobres tienen más probabilidades de residir en viviendas frágiles, ubicadas en zonas propensas a desastres, y de trabajar en sectores altamente vulnerables a los fenómenos climáticos extremos, como la agricultura y la ganadería. En definitiva,