En el informe Poverty and Shared Prosperity 2020 (La pobreza y la prosperidad compartida 2020) se ofrecen recomendaciones para un enfoque complementario de dos frentes: responder eficazmente a la crisis urgente a corto plazo y continuar centrando la atención en los problemas de desarrollo de base, como los conflictos y el cambio climático.
1. Cerrar la brecha entre las aspiraciones y los logros en materia de políticas
Muy a menudo se produce una gran brecha entre las políticas formuladas y los logros en la práctica; lo mismo se replica entre lo que debidamente esperan los ciudadanos y lo que experimentan a diario.
Las aspiraciones normativas pueden ser loables, pero habitualmente se observa una diferencia considerable respecto de la medida en que pueden implementarse y los grupos que se benefician con ellas. Por ejemplo, a nivel local, los grupos que tienen menos influencia en una comunidad podrían no llegar a tener acceso a servicios básicos. A nivel mundial, las cuestiones de economía política se verán reflejadas en el nivel de acceso a los suministros mundiales de equipos médicos que obtengan las naciones ricas y las pobres. Es fundamental plantear estrategias de implementación que puedan responder de forma rápida y flexible para cerrar estas brechas.
2. Ampliar el aprendizaje y mejorar los datos
Aún no se sabe mucho sobre el nuevo coronavirus. La velocidad y la escala con la que ha afectado al mundo han sobrepasado los sistemas de respuesta, tanto en países ricos como pobres. Las respuestas innovadoras a menudo llegan de manos de comunidades y empresas, que pueden tener una idea más concreta de los problemas a los que debería darse prioridad y suelen gozar de mayor legitimidad a nivel local para transmitir y hacer cumplir decisiones difíciles, como el requisito de quedarse en casa. Mientras más rápido aprendamos unos de otros, más útiles serán las medidas.
Por ejemplo, la respuesta de la República de Corea a la COVID-19, ampliamente reconocida, se ha atribuido en parte a esfuerzos intencionales por aprender de la “dolorosa experiencia” de respuesta al coronavirus del síndrome respiratorio de Oriente Medio en 2015.
3. Invertir en preparación y prevención
“Pague ahora o pague después” puede ser un cliché, pero en la situación actual es evidente que el mundo está aprendiendo de nuevo la lección, y de la peor manera. Las medidas de prevención suelen tener una baja recompensa política: se otorga poco crédito a los desastres que se evitaron. Con el tiempo, las poblaciones que no han experimentado este tipo de adversidades pueden volverse autocomplacientes y pensar que los riesgos se han eliminado o son fáciles de abordar.
La COVID-19, junto con el cambio climático y los conflictos extendidos, son un recordatorio de la importancia de invertir en medidas de preparación y prevención de forma integral y proactiva.
4. Ampliar la cooperación y la coordinación
Para contribuir a los bienes públicos y mantenerlos, se necesita una amplia cooperación y coordinación. Esto es fundamental para promover un aprendizaje amplio y mejorar las bases de la formulación de políticas a partir de datos, y también para generar un sentido de solidaridad compartida durante las crisis y garantizar que las difíciles decisiones normativas que toman las autoridades sean confiables y seguras.
Por último, como parte de una respuesta eficaz, se debe empezar por reconocer los elementos que hacen que estos desafíos no solo sean diferentes y difíciles, sino también tan severos para los pobres. Si no se actúa en todos los ámbitos y con urgencia, se generarán desafíos aún mayores en el futuro. Además de abordar estas alteraciones en el presente, se debe dedicar constante atención al programa de desarrollo en curso, que implica promover el crecimiento inclusivo, invertir en el capital humano y en activos productivos y protegerlos, si es que los países quieren sostener la reducción de la pobreza.
No obstante, detener y deshacer este tremendo cambio de suerte planteado por la COVID-19 es necesario y posible. Se ha hecho en el pasado, con lo que en su época se consideraban desafíos insuperables —erradicar la viruela, poner fin a la Segunda Guerra Mundial, cerrar el agujero en la capa de ozono—, y se podrá volver a hacer.
Ningún país puede, por sí solo, controlar adecuadamente, ni menos aún prevenir, el tipo de emergencia que el mundo está experimentando hoy en día. En el futuro, la preparación, la prevención y las respuestas a las crisis deberán tener carácter mundial y colaborativo. Revertir incluso un giro dramático de los acontecimientos como el que estamos observando con la COVID-19 es posible. Se ha hecho muchas veces en el pasado y volverá a hacerse. A fin de abordar los desafíos del desarrollo, sean grandes o pequeños, el mundo debe comprometerse a trabajar urgentemente en conjunto de modo de lograr una recuperación resiliente y garantizar que no se escatimen esfuerzos para ayudar a millones de personas como Tucker y los habitantes de su aldea.