Estamos más cerca que nunca de poner fin a la pobreza en el mundo. En poco más de dos décadas, desde 1990 hasta hoy, la proporción de personas que viven en condiciones de pobreza extrema (es decir, que sobreviven con menos de US$1,25 al día) ha disminuido del 40% al 20% en todo el mundo. En ese período, más de 700 millones de personas han logrado salir de esa situación.
Vamos por buen camino, pero debemos hacer más. La pobreza está disminuyendo, pero no con la suficiente celeridad. Además, en algunos países en desarrollo de rápido crecimiento, la desigualdad del ingreso ha aumentado considerablemente en años recientes. Por eso, el Grupo del Banco Mundial ha fijado dos metas nuevas: poner fin a la pobreza extrema antes de 2030, e impulsar la prosperidad compartida maximizando el crecimiento de los ingresos del 40% más pobre de la población de cada país. Para ayudar a alcanzar estas metas, hay dos grupos fundamentales que pueden cumplir un papel central: el sector privado y la sociedad civil.
El sector privado tiene una función esencial que cumplir para que podamos acabar con la pobreza de aquí al año 2030. En los últimos 20 años, la reducción de la pobreza ha estado impulsada por la creación de millones de nuevos puestos de trabajo, y el 90% de estos se genera en el sector privado. También es necesario que este sector satisfaga las necesidades de inversión en infraestructura de las economías emergentes. El total de la asistencia externa a todos los países alcanza los US$125 000 millones al año, cantidad considerable pero que dista mucho de lo que hace falta. Por ejemplo, en los próximos cinco años India tendrá un déficit de financiamiento para infraestructura de US$1 billón, lo que significa que toda la asistencia externa del mundo no alcanzaría para satisfacer las necesidades de infraestructura de ese país.
Por ello, debemos aprovechar la valiosa asistencia financiera para impulsar nuevas inversiones privadas en el mundo en desarrollo. El potencial es enorme. En los países de ingreso alto hay billones de dólares invertidos en activos de baja rentabilidad, como los bonos del Tesoro de Estados Unidos o los Bunds alemanes. Imaginen todo lo que se podría lograr si tan solo una pequeña parte de esos recursos se invirtiera, en cambio, en países en desarrollo, donde las tasas de rentabilidad potenciales son mucho más altas, y donde mediante alianzas público-privadas se podría suministrar infraestructura y otros bienes y servicios fundamentales a quienes más los necesitan.
El Grupo del Banco Mundial está ayudando a los gobiernos a mejorar el clima para la inversión y a atraer mayores niveles de inversión privada. El año pasado, la Corporación Financiera Internacional (IFC), la institución del Grupo del Banco dedicada al sector privado, invirtió una cifra récord de US$20 400 millones en 103 países en desarrollo, que proporcionaron 2,5 millones de puestos de trabajo. La rentabilidad de esas inversiones ha sido extraordinaria. La rentabilidad media anual de las inversiones de IFC en capital accionario en todo el mundo en los últimos 15 años ha sido del 20%.
Mi mensaje a los líderes del sector privado es el siguiente: Saquen mejor partido de su dinero. Úsenlo para obtener una buena rentabilidad en los países en desarrollo y, al mismo tiempo, sacar de la pobreza a millones de personas. El Grupo del Banco Mundial puede ayudar en esa tarea.
El otro componente fundamental para propiciar un movimiento que permita acabar con la pobreza en el mundo es la sociedad civil. La sociedad civil cumple un rol de vital importancia no solo para prestar servicios a los pobres, sino también para generar movimientos.