CIUDAD DE WASHINGTON, 23 de octubre de 2018. Según un nuevo estudio del Banco Mundial, en pérdida de productividad y gastos médicos. Sin embargo, gran parte de estos costos podrían evitarse si se adoptaran medidas preventivas para mejorar la forma en que los alimentos son manipulados desde la explotación agrícola hasta la mesa del consumidor. Una mejor gestión de la inocuidad de los alimentos también contribuiría de manera significativa al logro de varios de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en particular aquellos relacionados con la pobreza, el hambre y el bienestar.
Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, Esta carga mundial de enfermedades transmitidas por los alimentos no se distribuye en forma pareja. En relación con su población, los países de ingreso bajo e ingreso mediano de Asia meridional, Asia sudoriental y África al sur del Sahara soportan una elevada carga. Estos países representan el 41 % de la población mundial, pero registran el 53 % de todos los casos de enfermedades transmitidas por los alimentos y el 75 % de las muertes relacionadas con estas. Los niños pequeños son los más afectados por los alimentos insalubres: , y el 30 % de las muertes infantiles se relacionan con dichas enfermedades.
En el estudio titulado The Safe Food Imperative: Accelerating Progress in Low- and Middle-Income Countries (El imperativo de la inocuidad de los alimentos: Acelerar los avances en los países de ingreso bajo e ingreso mediano), estas sombrías estadísticas se traducen en términos económicos a fin de centrar la atención de los Gobiernos en la necesidad de realizar mayores inversiones, contar con marcos reguladores más adecuados y adoptar medidas que promuevan cambios de comportamiento. Se estima que la pérdida total de productividad asociada con las enfermedades transmitidas por los alimentos en los países de ingreso bajo e ingreso mediano alcanza los USD 95 200 millones por año, y que el costo anual del tratamiento de dichas enfermedades es de USD 15 000 millones. Otros costos —que son más difíciles de cuantificar— son la pérdida de ventas por parte de las explotaciones agrícolas y las empresas, los ingresos comerciales que se dejan de percibir, las consecuencias para la salud cuando los consumidores evitan ingerir alimentos perecederos pero ricos en nutrientes, y la carga ambiental que significa el desperdicio de alimentos.
“La inocuidad de los alimentos recibe relativamente poca atención a la hora de formular políticas y no se destinan suficientes recursos a esta cuestión. Las medidas suelen ser reactivas —ante graves brotes de enfermedades transmitidas por los alimentos, o interrupciones del comercio— en lugar de preventivas”, dice Juergen Voegele, director superior del Departamento de Prácticas Mundiales de Alimentación y Agricultura del Banco Mundial. “Al centrar la atención más deliberadamente en la inocuidad de los alimentos a nivel interno, los países pueden fortalecer la competitividad de sus agricultores y de la industria alimentaria, y desarrollar su capital humano. Después de todo, los alimentos inocuos son indispensables para nutrir a una fuerza de trabajo saludable, instruida y resiliente”.
En el caso de muchos países de ingreso bajo e ingreso mediano, los rápidos cambios demográficos y de alimentación, entre otros, están contribuyendo a exponer en mayor medida a las poblaciones a peligros transmitidos por los alimentos, lo que pone a prueba —si acaso no sobrepasa— la actual capacidad para gestionar los riesgos que amenazan la inocuidad de los alimentos. En el mencionado estudio se describe esquemáticamente la congruencia —o falta de congruencia— entre los riesgos para la inocuidad de los alimentos y la capacidad para gestionar dichos riesgos a medida que los países avanzan en su proceso de desarrollo económico y los sistemas y regímenes alimentarios se transforman. En el estudio se llega a la conclusión de que la brecha es más pronunciada en los países de ingreso mediano bajo, y se formulan recomendaciones específicas para ellos.
“Los Gobiernos de los países de ingreso bajo e ingreso mediano no solo deben invertir más en el área de la inocuidad de los alimentos, sino que también deben hacerlo de manera más inteligente”, dice Steven Jaffee, economista agrario principal del Banco Mundial y coautor del estudio. “Esto implica invertir en conocimientos fundacionales, recursos humanos e infraestructura; establecer sinergias entre las inversiones en inocuidad alimentaria, salud humana y protección del medio ambiente, y utilizar la inversión pública para movilizar inversión privada”.
El estudio también promueve un cambio de los planteamientos con respecto a la regulación sobre inocuidad de los alimentos. El enfoque tradicional se centra en hacer cumplir las normativas mediante la realización de pruebas de productos e inspecciones de las instalaciones donde se manipulan alimentos, y en la imposición de sanciones legales y financieras en caso de infracción. Se debe insistir más en la necesidad de proporcionar información y otros recursos, a fin de motivar y empoderar a los operadores del sector alimentario para que cumplan la regulación sobre inocuidad de los alimentos.
“Los resultados de la regulación deben medirse en términos de empresas que la cumplen, la confianza de los consumidores, y los efectos directos de la inocuidad de los alimentos, y no en función de la cantidad de multas o cierres de empresas”, dice Jaffe.
El estudio The Safe Food Imperative: Accelerating Progress in Low- and Middle-Income Countries contó con el respaldo de la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos. Es un esfuerzo colaborativo en el que participaron numerosos investigadores y profesionales, y se basa en datos y aportes del Programa de Investigación sobre Agricultura para la Nutrición y la Salud del Grupo Consultivo sobre Investigaciones Agrícolas Internacionales, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, el Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud, la Organización Mundial de Sanidad Animal, y otros asociados.