Introducción
Hace casi 80 años, uno de los grandes economistas del s. XX y prohombre de la Inglaterra de su época, John Maynard Keynes, compareció ante un comité del gobierno británico. El mundo se hundía en la Gran Depresión. En su alocución, pronunciada a tan sólo unos kilómetros de aquí, exhortó a quienes lo escuchaban a superar la estrechez mental de la burocracia y observar el panorama completo.
Aún faltaban seis años para que Keynes publicara su obra decisiva, Teoría general, pero ya anticipaba las agudas observaciones que luego plasmaría en su libro: “Entramos en un círculo vicioso: no hacemos nada porque no tenemos dinero, pero es precisamente porque no hacemos nada que no tenemos dinero”.
Keynes quería salvar la economía de mercado y, en una era de comunismo y fascismo, lo atemorizaban las consecuencias políticas de no hacerlo. Su llamado a superar los intereses estrechos no encontró eco. La reacción de los gobiernos ante la Depresión fue ineficaz. Las naciones se entregaron a políticas competitivas de egoísmo nacional. Y llegó la catástrofe.
Sin embargo, las ideas de Keynes, surgidas de la oportunidad impuesta por la crisis, ejercen influencia aún hoy. Él y otros hombres de su generación crearon el sistema multilateral que todavía perdura y que nosotros debemos reformular para abordar los desafíos de nuestra era.
Lo que Keynes y los demás lograron, aun en el fragor de la Segunda Guerra Mundial, se debió a la combinación de ideas respaldadas por acciones. Ayudaron a crear la estructura económica de la posguerra. Sentaron las bases para la conformación del Grupo del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y lo que luego se convirtió en la Organización Mundial del Comercio.
Hoy no debemos rehuir la tarea de unir ideas y acciones. En una época en que se ha perdido la confianza, necesitamos hechos que restablezcan la fe del público en que los gobiernos están a la altura del desafío. Es más riesgoso hacer muy poco que hacer mucho.
La crisis actual
Los líderes mundiales se reúnen esta semana en Londres, en un contexto que a Keynes le resultaría familiar. Las estimaciones más recientes del Banco Mundial acerca del crecimiento de la economía mundial para 2009, dadas a conocer hoy, señalan una contracción del 1,7%, mientras que el año anterior se registró un crecimiento del 1,9%. Ésta sería la primera retracción de la economía internacional desde la Segunda Guerra Mundial. También nos enfrentamos a una caída del 6% en el volumen del comercio mundial de bienes y servicios, la mayor reducción de los últimos 80 años.
Lo que comenzó en 2007 como crisis financiera, rápidamente se transformó en crisis económica. Hoy en día, se trata de una crisis de desempleo. Según nuestras previsiones, este año el crecimiento económico de los países en desarrollo se desacelerará marcadamente, hasta llegar al 2,1%. Se espera una reducción real en Europa central y oriental, Asia central, y América Latina y el Caribe.
En esta crisis, los países en desarrollo reciben los golpes en oleadas sucesivas. Estas oleadas se generan por la abrupta contracción del crecimiento económico y la restricción del crédito en el mundo desarrollado. Así como anteriormente la economía mundial ayudó a cientos de millones de personas a salir de la pobreza, hoy existe el riesgo de que el desarrollo se revierta, puesto que nuestro mundo interconectado transmite las crisis con más potencia y velocidad.
Los flujos de capitales privados al mundo en desarrollo experimentan caídas pronunciadas: en 2009 las entradas netas de capitales se reducirán a aproximadamente un tercio del pico de US$1,2 billones alcanzado dos años atrás. Las remesas están en disminución: se prevé una reducción de al menos un 5% en 2009.
Asimismo, algunas de las medidas que aplica el mundo desarrollado, si bien son comprensibles, complican la situación de las naciones en desarrollo. Los gobiernos de los países desarrollados emiten grandes montos de deuda garantizada y, como consecuencia, están dejando sin financiamiento a los países en desarrollo de sólida administración. Por su parte, los países en desarrollo, aun aquéllos con déficits moderados, o bien no logran acceder a préstamo alguno o deben hacer frente a márgenes mucho más elevados.
Según nuestras estimaciones, 84 de los 109 países en desarrollo que analizamos enfrentan un déficit de financiamiento de entre US$270.000 millones y US$700.000 millones para este año. Los dos interrogantes principales reflejados en este amplio rango son el monto de la deuda privada que se refinanciará y el nivel que registrará la fuga de capitales.
Al mismo tiempo, la caída de la demanda está reduciendo la producción industrial, y la baja de los precios de los productos básicos comprime la situación fiscal de muchas economías que dependen de las exportaciones. Sólo una cuarta parte de los países en desarrollo tiene recursos suficientes para financiar programas destinados a mitigar los efectos de la crisis.
Estos acontecimientos podrían devenir en el futuro en una crisis social y humana, con consecuencias políticas. Hasta el momento, la atención se ha centrado principalmente en los países desarrollados, cuyos habitantes enfrentan la pérdida de hogares, bienes y empleos. Éstas son penurias reales. Pero las personas que viven en los países en desarrollo tienen mucho menos margen con que protegerse: carecen de ahorros, de seguros, de beneficios por desempleo y, a menudo, de alimentos.
Estimamos que este año caerán en la pobreza 53 millones de personas más, quienes tendrán que subsistir con menos de US$1,25 al día a causa de la crisis. Esto se produce luego del desmedido aumento de los precios de los alimentos y los combustibles observado en los últimos años, que empujó a entre 130 millones y 155 millones de personas a la pobreza extrema, muchas de las cuales aún no se han recuperado.
El mundo ya encontraba dificultades para alcanzar los ocho objetivos de desarrollo del milenio para 2015. Estas metas parecen aún más lejanas ahora. Tomemos como ejemplo la mortalidad infantil, una de las causas más apremiantes: según nuestros cálculos actuales, este año morirán entre 200.000 y 400.000 bebés más debido a la caída en el crecimiento.
En el mundo
Vivimos en un mundo interrelacionado, pero la crisis se siente en grados diversos en las distintas regiones.
- Es posible que los países de Europa central y oriental se encuentren en la situación de mayor riesgo, aun cuando sus niveles de ingresos sean superiores a los de otros Estados. Desde el fin de la Guerra Fría, las estrategias de crecimiento en la región se basaron en la integración con la Unión Europea y la economía mundial a través del comercio, las inversiones, el movimiento de personas y las remesas. En consecuencia, la retracción de estos factores los afecta con especial agudeza.
Asimismo, a medida que se encaminaban hacia la incorporación a la zona del euro, algunos países contrajeron préstamos internos en euros o en francos suizos, lo que eleva el riesgo de incumplimiento en caso de que los valores de las monedas locales caigan. La mayor parte de los bancos de Europa central y oriental son ahora propiedad de sus vecinos del oeste, por lo que se incrementa el riesgo de que se les retire el apoyo. Las pérdidas por concepto de préstamos en el este pueden, a su vez, minar la solidez de los bancos de toda Europa.
Sin duda, es necesario distinguir entre los diversos países. Pero la propia lógica de la integración europea —uno de los logros económicos y políticos más notables de los últimos 60 años— sugiere que el todo europeo sólo será mayor que la suma de sus partes si los países que lo componen se apoyan mutuamente. De modo similar, a lo largo de su historia, las naciones de Europa central y oriental han tratado de diferenciar su situación de la de sus vecinos, sólo para comprobar que la debilidad de uno genera peligro para todos.
Más al este, la crisis económica de Ucrania constituye toda una prueba de coherencia política, incluso quizá de sostenibilidad. Los letreros vacíos de Kiev brindan una metáfora de la falta de rumbo. La tercera parte de los carteles que hace menos de tres meses instaban a los consumidores a gastar más está ahora vacía: sólo metal y cartón en blanco reemplazan las incitaciones de días más prósperos.
- En Asia central, las economías pobres, que apenas comenzaban a reabrir la antigua “ruta de la seda” luego de siglos de aislamiento, enfrentan perspectivas poco auspiciosas. El año pasado, las remesas enviadas por trabajadores emigrados proveyeron el 43% del producto interno bruto en Tayikistán y el 28% en la República Kirguisa. Pero la desaceleración que se observa en Rusia y Kazajstán enviará a los trabajadores de regreso a sus países de origen. En Kazajstán, el gobierno prevé que, para fin de año, el índice de desempleo se duplicará hasta llegar al 12%. Almaty, anteriormente rica a causa de los ingresos derivados del auge del petróleo, es ahora una ciudad con construcciones sin terminar, grúas detenidas y edificios fantasma sin ocupantes: un monumento no buscado a las expectativas truncas.
- América Latina, con una base fiscal, monetaria y financiera más sólida que en el pasado, siente los primeros efectos de la crisis a través del comercio y la economía real. Mientras que en las economías desarrolladas, el peligro se inició en las finanzas y se extendió luego a las manufacturas y otros servicios, el golpe a los países en desarrollo comenzó con los sectores productivos y es posible que luego afecte a los bancos que les otorgan préstamos. México y América Central se han visto damnificados a causa de la caída de la demanda proveniente de los Estados Unidos y la merma de las remesas. La abrupta baja de los precios de los productos básicos perjudica a Brasil; si bien su enorme mercado interno ha amortiguado el golpe en cierta medida, Brasil se verá cada vez más restringido si el comercio continúa en disminución. Países como Chile y Perú han aprovechado los años buenos para mejorar su situación fiscal y de reservas, lo que les deja cierta comodidad; pero si la recesión es prolongada y profunda, empujará a todos hacia una espiral descendente. Las economías vulnerables del Caribe están padeciendo debido a la marcada disminución del turismo.
- La crisis financiera ha restringido fuertemente el ya limitado margen de maniobras con que se contaba en Asia meridional. India perdió US$45.000 millones de reservas a causa de la fuga de capitales; el tipo de cambio se devaluó más del 20% y los precios de las acciones se desplomaron un 50%. Los costos sociales también van en aumento. El gobierno de India estima que entre octubre y diciembre del año pasado se perdieron 500.000 puestos de trabajo del sector formal. En Bangladesh se informó que, tan sólo el último mes, más de 4.000 trabajadores emigrados regresaron al país, donde se acaba de restablecer una frágil democracia. Pakistán se ha ajustado el cinturón para permanecer en un programa del Fondo Monetario Internacional (FMI) mientras su nuevo gobierno lucha tanto con grupos violentos como con conflictos constitucionales.
- Asia oriental ha sentido los efectos de la crisis a través de sus fuertes vínculos con las cadenas internacionales de suministro y tercerización. Los países más pequeños y pobres, como Camboya, son especialmente vulnerables a las bajas en sectores y mercados clave. Camboya ha perdido cerca de 50.000 puestos de trabajo en el sector de la indumentaria, su única industria exportadora importante. Las mujeres jóvenes, que se beneficiaban especialmente con el empleo derivado de este sector, son las que se encuentran en situación de mayor riesgo actualmente. Las familias de pastores nómades, que aún componen un tercio de la población de Mongolia, observaron una caída del 40% en el precio de la cachemira, su principal producto comercial.
Las economías más grandes de Asia oriental también hacen frente a movimientos de gran envergadura. En China, se estima que 20 millones de trabajadores emigrados han perdido sus empleos en los sectores de las manufacturas y la construcción. Algunos regresan al interior, pero se quedan en las ciudades en lugar de volver a las minúsculas parcelas agrícolas. China ha puesto en marcha un plan de reactivación de gran importancia; pero aun así, prevemos que el crecimiento se desacelerará del 9% registrado en 2008 al 6,5% este año.
- África, si bien representa una pequeña parte del comercio y las inversiones de la globalización, no está a resguardo de la crisis mundial. Un funcionario de la República Democrática del Congo advirtió que podría haber 350.000 desempleados más en la provincia de Katanga cuando las empresas mineras reduzcan su producción. Debido a la disminución de los precios del diamante, la República Centroafricana prevé una disminución del 50% en los ingresos fiscales en relación con los de 2008. En Kenya, las remesas están mermando. Y en vista de que los ingresos derivados del turismo probablemente disminuyan con rapidez, las perspectivas son sombrías para un país como Seychelles, donde se prevé que el turismo, su principal fuente de empleo y divisas, se contraerá un 25% tan sólo en 2009.
- Hasta el momento, los países de Oriente Medio y Norte de África se han visto menos afectados por la reducción del crédito. Pero los impulsores de la reforma en el Magreb probablemente reciban menos turismo europeo y pierdan mercados para sus exportaciones en Europa. Es posible que ahora los países que dependen del trabajo emigrado deban dilucidar cómo abordarán la disminución de remesas y el regreso de trabajadores. Aun los países productores de energía deben hacer frente ahora a una gran incertidumbre cuando procuran encarar el desafío que implica vincular jóvenes desempleados, educación y trabajo productivo en un contexto en que probablemente las oportunidades de empleo en el sector privado sean limitadas y los precios de los productos básicos sigan siendo volátiles.
También surgirán problemas que afectarán a varias regiones. Ya se están viendo los efectos de la crisis en las mujeres y las niñas. Las mujeres sufren en forma desproporcionada. Cuando las familias deben ajustarse el cinturón, es más probable que saquen a las niñas de la escuela. Y cuando alguien debe quedarse sin comer, en la mayoría de los casos serán las niñas las que padezcan malnutrición.
Innovación y acción
A pesar de que algunas condiciones económicas se asemejan a las del pasado, no estamos en la década de 1930. Los bancos centrales han proporcionado amplia liquidez y algunos han puesto en práctica mecanismos creativos para mantener el flujo de crédito. Los países desarrollados han actuado mucho más rápido que en la época de Keynes para impulsar la demanda con paquetes de reactivación económica. En general, los supervisores de las instituciones financieras han estado atentos a los riesgos sistémicos de desmoronamiento financiero que paralizan a los inversionistas. Las instituciones financieras multilaterales creadas en Bretton Woods han intervenido para ayudar a los países a evitar o enfrentar las crisis. Hasta la fecha, no hemos visto esa completa retracción hacia el proteccionismo que tanto daño causó en los años treinta.
Pero 2009 será un año peligroso y no podemos descuidarnos. No es momento de demostrar una falsa confianza, de aceptar que ya se hizo todo lo posible. No es momento de respuestas nacionalistas estrechas, ni tampoco de soluciones regionales. La única certeza que nos dejaron los acontecimientos del año pasado es que somos incapaces de predecir lo que se avecina o saber cómo esos eventos pueden desatar otras situaciones inesperadas.
Para hacer frente a los desafíos que se nos presentan necesitamos un espíritu de innovación respaldado por la acción.
Debemos ser rápidos y flexibles. Para los problemas debemos encontrar soluciones que conjuguen los recursos y capacidades de múltiples asociados: los gobiernos, las instituciones internacionales, la sociedad civil y el sector privado.
Necesitamos agentes catalizadores que forjen estas nuevas alianzas.
El mes pasado, el Grupo del Banco unió sus fuerzas con el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD) y el Banco Europeo de Inversiones (BEI) para respaldar los sectores bancarios de Europa central y oriental con un paquete de financiamiento de hasta €24.500 millones.
La Corporación Financiera Internacional (IFC), institución del Grupo del Banco dedicada al sector privado, y el Banco de Japón para la Cooperación Internacional realizaron una contribución de US$3.000 millones a un fondo de capitalización que ayudará a fortalecer los bancos de los pequeños mercados emergentes y a mantener el flujo de crédito hacia la pequeña empresa y los particulares.
Además, la IFC se ha asociado con KfW, el organismo de desarrollo de Alemania, para crear un fondo rotatorio de liquidez por valor de US$500 millones, destinado a respaldar las instituciones de microfinanzas, puesto que los empresarios y los pequeños emprendimientos ofrecen la mejor red de seguridad en tiempos difíciles: los nuevos empleos.
Y ahora estamos evaluando los efectos de la recesión mundial en empresas del mundo en desarrollo y considerando cómo podríamos ayudar a movilizar capital privado para contribuir a la reestructuración de esas compañías y manejar los activos problemáticos.
Hoy el Directorio del Grupo del Banco Mundial considerará una nueva propuesta: la aplicación de un programa de liquidez para el comercio mundial, por valor de US$50.000 millones.
La profunda caída del comercio se ha visto exacerbada por un escaso financiamiento para esta actividad. Como forma de asistencia, primero incrementamos la cobertura de garantías de créditos para el comercio a US$3.000 millones para bancos de países en desarrollo, muchos de ellos de África. Pero nos dimos cuenta de que las garantías no son suficientes, porque muchos pequeños prestamistas no pueden acceder al financiamiento.
En nuestro nuevo programa de liquidez para el comercio mundial se combinará una inversión propia de US$1.000 millones con financiamiento proveniente de los gobiernos y los bancos regionales de desarrollo. Estos fondos públicos pueden movilizarse mediante un acuerdo para compartir los riesgos con los principales asociados del sector privado, como los bancos Standard Chartered, Standard Bank y Rabobank. Luego, los préstamos para el comercio pueden reciclarse, a medida que se cancelan los préstamos previos. En colaboración con la OMC, además, buscaremos aprovechar los recursos y la experiencia de los organismos nacionales de crédito para la exportación.
Confío en que los líderes del G-20 apoyarán esta iniciativa para la liquidez en el comercio. El respaldo del G-20 nos ayudará a tomar el impulso necesario para seguir avanzando hacia la consecución del objetivo establecido por el primer ministro Brown.
Un llamamiento al G-20: Aprovechemos el multilateralismo
A diferencia de las crisis económicas de los últimos 60 años, ésta es una crisis mundial que requerirá una solución mundial.
Estamos inmersos en una economía mundial impulsada por particulares, empresas, sindicatos y gobiernos nacionales. Ellos comercian, invierten, trabajan, inventan, negocian y construyen dentro y fuera de los límites de naciones, que establecen las reglas y, a veces, acceden a observar ciertas condiciones y procedimientos convenidos. El G-20 no va a modificar la realidad del sistema internacional. Pero un multilateralismo reforzado puede aumentar las ventajas y atemperar los riesgos de regresión que puede plantear la interdependencia económica.
Está de moda hablar sobre nuevas instituciones o nuevos foros de gobierno mundial. Es posible. Yo opino que deberíamos empezar reformando y potenciando las instituciones que ya tenemos.
La OMC, el FMI, el Grupo del Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo, junto con los organismos de las Naciones Unidas, pueden tener un papel más importante. Estas instituciones, que cuentan con más de 180 miembros y persiguen reformas para fortalecer la participación y el poder de decisión de las economías emergentes y en desarrollo, pueden ayudar a acortar la distancia entre los Estados y la interdependencia económica conectando entre sí intereses nacionales, regionales y mundiales.
Si los dirigentes consideran seriamente la posibilidad de crear nuevas formas de responsabilidad o gobierno a nivel mundial, pueden comenzar por modernizar el multilateralismo para dar a la OMC, el FMI y el Grupo del Banco Mundial la potestad de realizar un seguimiento de las políticas nacionales. Dar a conocer los procesos nacionales de toma de decisiones contribuiría a la transparencia, la rendición de cuentas y la coherencia entre las políticas de los países.
En primer lugar, el G-20 debería respaldar el sistema de seguimiento de la OMC para promover el comercio y hacer frente al aislacionismo económico, sin dejar de lado la intención de completar las negociaciones de Doha para abrir los mercados, recortar las subvenciones y evitar los retrocesos. Ya estamos observando medidas de proteccionismo progresivas, estipuladas a expensas de otros países: las campañas de “compre esto” o “compre aquello”, “empleos para estos trabajadores” o “nada de visas para tales grupos”.
A medida que avance 2009 y el desempleo aumente, los líderes de los países se verán más y más presionados a pasar sus problemas a otros. Un estudio del Banco Mundial ya ha demostrado que 17 países del G-20 han puesto en vigor medidas de restricción del comercio, a pesar de que en noviembre públicamente prometieron oponerse al proteccionismo.
Nadie quiere que una infracción aislada se vuelva un modelo, y que esto haga mella en uno los baluartes más importantes que diferencian la crisis actual de la de la década de 1930.
Permitamos que la OMC, con el apoyo del Banco Mundial, señale las medidas que pueden limitar el comercio internacional, incluso aunque no infrinjan formalmente las reglas de la Organización. Si los países del G-20 consideran que es apropiado ampliar el esquema de gobierno mundial, deberían estar dispuestos a aceptar la “persuasión moral” del escrutinio público, que acusa con nombre y apellido a quienes no cumplen lo pactado.
En segundo lugar, muchos países ya han aprobado paquetes de reactivación económica. Éstos deberían contribuir a reducir los peores efectos de esta crisis. Aun así, nadie sabe con certeza si el monto y el alcance temporal de estos paquetes serán suficientes. También existen controversias válidas acerca de su composición y el modo en que se aplicarán. El FMI ha recomendado un paquete mundial de reactivación equivalente al 2% del PIB y calcula que las medidas tomadas hasta el momento corresponden al 1,8% para 2009 y al 1,3% para 2010. Existe el peligro de que esta ayuda mundial llegue a su fin ese año.
El G-20 debería confiar al FMI una función de fiscalización, que consista en examinar la aplicación de estos paquetes y evaluar los resultados, indicando la necesidad de tomar nuevas medidas cuando sea necesario.
Muchos de los líderes internacionales dijeron que el FMI debería haber sido el responsable de alertar sobre la crisis antes de que se desatara; por eso, sería razonable que ahora pidieran que el FMI evaluara nuestros avances para salir de esta crisis.
En tercer lugar, es fundamental que los gobiernos resuelvan sus problemas de activos dudosos y recapitalicen sus sistemas bancarios. Los repuntes económicos impulsados por los estímulos fiscales no serán sostenibles a menos que se recupere el sistema. En la época de Keynes, los gobiernos permitieron que el sistema bancario mundial se desmoronara luego de la quiebra del banco Creditanstalt de Austria. En la crisis actual, los bancos centrales y los ministros de finanzas han intentado estabilizar el sistema. Pero el nivel de confianza continúa siendo bajo y los nuevos inversionistas no van a arriesgar capital privado hasta que se reconozcan, con toda transparencia, las pérdidas sufridas y se aclare el futuro de los bancos. Es probable que la recuperación comience fuera del sector financiero, pero no podrá avanzar sin crédito.
Las políticas de asignación de los fondos públicos para recapitalizar los bancos no son simples. A la gente no le gustan los banqueros, especialmente cuando necesitan un rescate financiero. No obstante, los dirigentes deben explicar por qué es necesario que Wall Street o la City de Londres funcionen bien para que prospere la calle comercial de cualquier ciudad.
El G-20 debería solicitar que el FMI y el Grupo del Banco Mundial realizaran un seguimiento de medidas y resultados en el sector bancario. Ya estamos trabajando juntos en los países en desarrollo a través del Programa de evaluación del sector financiero (FSAP). También deberíamos proporcionar comentarios sobre los países desarrollados, para que se tomen en serio los resultados publicados y se actúe en consecuencia.
Por último, incluso mientras subsanamos los errores del pasado, los líderes del G-20 esperan —con todo derecho— una renovación del sistema de regulación y supervisión financiera. La mayor parte de la autoridad actual en materia de regulación recaerá en los gobiernos nacionales. Pero será necesario contar con un esquema de cooperación internacional más adecuado y profundo. El Foro sobre Estabilidad Financiera (FEF), presidido con competencia por Mario Draghi del Banco de Italia, ha comenzado a rellenar este vacío. Con un mayor número de miembros, el FEF podría convertirse en otra importante institución de un sistema multilateral más sólido, que trabajaría junto al FMI y el Grupo del Banco Mundial en la aplicación de las medidas.
De cara al futuro: Los países en desarrollo deben ser parte de la solución
En nuestra respuesta frente a la crisis internacional falta una quinta dimensión: el mundo en desarrollo. En Londres, Washington y París, la gente habla de si se deben dar o no las bonificaciones. En partes de África, Asia meridional y América Latina, el gran dilema es si se consiguen o no alimentos. Los países en desarrollo y sus habitantes se encuentran en peligro debido a la crisis actual. Pero también pueden ser un elemento fundamental de la solución.
Por esta razón he hecho un llamado a las naciones desarrolladas para que inviertan el 0,7% —ni siquiera el 1%— de sus paquetes de reactivación económica en un fondo contra la vulnerabilidad para ayudar a los países en desarrollo. La idea es utilizar los mecanismos multilaterales existentes, no crear una nueva burocracia, para respaldar programas de protección social e infraestructura y suministrar financiamiento a las pequeñas y medianas empresas. Los donantes pueden usar los servicios de financiamiento rápido del Grupo del Banco Mundial, los organismos de las Naciones Unidas o los bancos regionales de desarrollo. Alemania, Japón y Gran Bretaña ya han prometido que aportarán fondos y espero con interés que otros países hagan lo mismo.
Durante la crisis de la deuda de América Latina en la década de 1980 y la crisis asiática a fines de los años noventa, los gobiernos no disponían de efectivo e hicieron recortes en sus programas sociales, medida que afectó mayoritariamente a los pobres. Vimos el resultado en la forma de descontento social, privaciones e incluso violencia.
El G-20 debe aprender de esos errores.
Las transferencias con fines sociales han sido eficaces para estimular el gasto y proteger a los pobres de los peores efectos de la crisis. Las transferencias monetarias condicionadas o los programas de alimentación escolar pueden llegar a quienes los necesitan y son eficaces a un costo relativamente bajo, de hasta menos del 1% del PIB. El costo de los programas exitosos, como Oportunidades de México o Bolsa Familia de Brasil, es del orden del 0,4% del PIB, mientras que el programa de protección social más importante de Etiopía, conocido como Red de protección social productiva, cuesta alrededor del 1,7% del PIB de ese país.
Los principales países del G-20 hacen un llamado a institucionalizar los sistemas de “alerta temprana” para advertir sobre los peligros financieros, a institucionalizar nuevas estructuras de regulación financiera, y a institucionalizar más recursos para el FMI a fin de aumentar su capacidad de intervención.
¿No es acaso el momento de institucionalizar los sistemas de “alerta temprana” para los pobres? ¿No es acaso el momento de institucionalizar el apoyo para los más vulnerables durante las crisis, especialmente aquéllas que no han sido provocadas por ellos?
La firme determinación de crear estructuras para respaldar y financiar redes de protección en beneficio de quienes enfrentan los mayores riesgos contribuiría en gran medida a demostrar que este grupo no estará de acuerdo con un mundo de dos niveles, con reuniones cumbre para los sistemas financieros y silencio para los pobres.
También tenemos que invertir en proyectos de infraestructura que permitan crear empleo y, al mismo tiempo, establecer las bases para la productividad y el crecimiento futuros.
Durante la crisis de 1997-98, las inversiones de China en obras viales, puertos, aeropuertos, energía y telecomunicaciones promovieron el empleo e impulsaron el crecimiento durante la década siguiente. Con apoyo financiero y buen gobierno, otros países pueden hacer lo mismo y crear capacidad productiva para reembolsar los préstamos. De esa manera, los países en desarrollo estimularán la demanda mundial, incluso de bienes de capital y servicios procedentes de los países desarrollados. En efecto, las inversiones en infraestructura en los países en desarrollo probablemente tengan mayores posibilidades de impulsar la productividad y el crecimiento que los “puentes que no llevan a ninguna parte” en las economías desarrolladas.
En la década pasada, 25 países de África al sur del Sahara, que representan alrededor de dos tercios de la población, crecieron a una tasa media del 6,6%. Esto presenta una oportunidad. Pero la falta de infraestructura constituye un escollo importante que ha deprimido la productividad de las empresas alrededor de un 40%. La integración regional se ve afectada. Con mejor infraestructura, calculamos que el crecimiento en África podría aumentar un 2,2%.
Lo mismo sucede con la agricultura. Las inversiones para impulsar la productividad del sector agrícola en África a lo largo de la cadena de valor —derechos de propiedad, suministro de semillas y fertilizantes, riego, caminos e instalaciones de almacenaje, comercialización— podrían ayudar a los pequeños agricultores a romper el ciclo de la pobreza.
Ha llegado el momento de reconocer que para lograr una globalización incluyente y sostenible se deben promover múltiples polos de desarrollo, incluidos los países en desarrollo.
Para que los países en desarrollo sean parte de la solución deben tener un puesto en la mesa. El G-7 no logró ampliarse a tiempo para enfrentar las realidades de la economía internacional. Ahora el G-20 tiene su oportunidad. Sin embargo, con unos 20 países sentados a la mesa, siguen quedando al margen más de 160 naciones. Las instituciones multilaterales, que tienen muchos más miembros, pueden ayudar a conectar al G-20 con el resto del mundo.
Cuando los grupos tienen numerosos miembros no resulta fácil compartir responsabilidades y generar un propósito común y cohesivo. En el G-20 ya comenzamos a ver el surgimiento de bloques diferentes: la Unión Europea que organiza una postura común entre sus ocho participantes, y Brasil, Rusia, India y China que coordinan declaraciones conjuntas. Cabe esperar algo así, pero sería lamentable que el nuevo grupo creara nuevas líneas de fractura entre países desarrollados y en desarrollo.
En cambio, Estados Unidos, el más grande de los países desarrollados, y China, el más grande de los países en desarrollo, deberían encontrar elementos comunes. China y Estados Unidos han presentado los dos paquetes de reactivación económica de mayor tamaño. Sin embargo, la reactivación de Estados Unidos se apoya fuertemente en el consumo, mientras que China tiene previsto invertir en la creación de más capacidad. Con el tiempo, este desequilibrio es insostenible. Ambos países tendrán que cooperar para hacer un reajuste mutuo a medida que se recuperen de la crisis: más ahorro a través de la disciplina fiscal y en materia de gasto en Estados Unidos, y más consumo, servicios a la ciudadanía y oportunidades para las pequeñas empresas en China. Sus respectivos intereses nacionales pueden combinarse para fortalecer un interés sistémico común.
Un vigoroso G-2 dentro del G-20 que trascienda los límites del nivel de desarrollo podría constituir la piedra angular de un nuevo multilateralismo, esto es, un multilateralismo que reconozca las realidades de un sistema internacional nacido no de Estados nación únicamente, sino de Estados nación vinculados por la interdependencia económica.
Ese multilateralismo moderno exigirá que las nuevas potencias económicas tengan mayor participación en la forma en que se gobiernan instituciones como el Banco Mundial y el FMI. Esto es a la vez apropiado e inevitable. El mundo ha cambiado radicalmente desde que Keynes asistió a la conferencia de Bretton Woods en 1944. Y nosotros debemos cambiar con el mundo.
La Junta de Gobernadores del Banco Mundial dio un primer paso este año con una primera fase de reformas para aumentar la influencia de los países en desarrollo, pero ahora debemos seguir avanzando para reequilibrar las acciones con derecho a voto y la representación en el Directorio. Para hacer estos cambios será necesario que tanto Europa como Estados Unidos reconsideren sus antiguas prerrogativas y controles. Cómo lo harán será una decisión de los gobiernos, pero yo los instaría a actuar con arrojo y clarividencia. Las partes interesadas con creciente poder económico también deben reconocer que los derechos traen aparejadas responsabilidades, como impulsar la asistencia para el desarrollo. El reconocimiento de nuevas potencias no debería ser a expensas de quienes no tienen poder.
La reforma no puede esperar más. Por esta razón hace algunos meses le pedí al ex presidente Zedillo de México que encabezara una comisión de alto nivel sobre el gobierno del Grupo del Banco Mundial encargada de formular recomendaciones que, espero, sirvan de base para las deliberaciones de los accionistas.
El desafío que tenemos por delante
En los últimos 60 años hemos visto cómo los mercados pueden sacar de la pobreza a centenares de millones de personas y, al tiempo, ampliar la libertad. Pero también hemos visto cómo la codicia y la imprudencia desenfrenadas pueden dilapidar todo lo que se ha conseguido. En el siglo XXI, necesitamos economías de mercado con un rostro humano. Esas economías deben reconocer su responsabilidad frente a las personas y la sociedad.
Cuando Keynes pronunció su último discurso en la conferencia de Bretton Woods, el mundo aún se encontraba en guerra. Desde una perspectiva general, la noticia sobre la creación de unas instituciones algo vagas no parecía revestir gran importancia; sin embargo, éstas se convirtieron en la piedra angular de la arquitectura de posguerra.
La cumbre del G-20 que se avecina reúne a los principales líderes nacionales. Su actuación cooperativa es esencial. Los líderes deberían reformar las instituciones multilaterales que han heredado, y aprovecharlas, perfeccionarlas y utilizarlas. Si el G-20 actúa como grupo directivo, las instituciones multilaterales pueden ayudar a esos dirigentes a resolver esta crisis con ideas y medidas prácticas.
Al aprovechar las oportunidades que ofrece la crisis actual, haríamos bien en recordar las palabras de Keynes en sus observaciones finales: “Si somos capaces de afrontar tareas de largo alcance del mismo modo en que hemos afrontado esta tarea limitada, hay esperanza para el mundo”.