Buenas tardes. Deseo agradecer a nuestro anfitrión en el día de la fecha, el Sr. Fratzscher, y al Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW). Apreciamos la oportunidad de celebrar este encuentro en un ámbito excepcional. Asimismo, deseo dar las gracias al Gobierno alemán y a su representante ante el Banco Mundial, nuestra buena amiga Ursula Mueller. Quiero que todos los alemanes sepan que, para el mundo en desarrollo, Ursula es una embajadora absolutamente extraordinaria, brillante y compasiva.
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Actualmente, el mundo enfrenta desafíos complejos y perturbadores que no he visto antes. Reflexionemos por un instante acerca de cuánto ha cambiado en tan solo dos años. En abril de 2014, en Europa aún no se había registrado la masiva llegada de refugiados procedentes de muchos países. Hace dos años, el mundo aún no había sufrido la terrible epidemia de ébola, que se propagó en las naciones de Guinea, Liberia y Sierra Leona de África occidental. Y todavía no conocíamos los datos alarmantes más recientes sobre el impacto del cambio climático, entre ellos el aumento de las temperaturas mundiales a niveles sin precedentes y la finalización de un invierno en el Ártico que no fue invierno en modo alguno.
Recordemos, también, los otros acontecimientos que se han producido en los últimos cinco meses, que han llevado el extremismo violento a las puertas de Europa y a todo el planeta: los horribles ataques en París, los ataques en Bruselas hace solo dos semanas, los recientes actos terroristas en Lahore, donde murieron 29 niños que jugaban en un parque, y la espantosa violencia en muchos otros lugares: Estambul, Ankara, Bamako, Túnez, Yakarta, Ouagadougou, San Bernardino, Mogadishu, y un remoto centro turístico en Côte d’Ivoire.
Nunca antes había resultado tan dolorosamente claro que el mundo está interconectado en todos los niveles. Los problemas de gran envergadura que surgen en un país en desarrollo se extienden ahora a los países desarrollados (y viceversa) con mucha mayor rapidez que en el pasado: el cambio climático, las pandemias, los refugiados, el terrorismo y las crisis económicas se propagan sin impedimento alguno de una parte del mundo a otra. Lo que sucede en Aleppo afecta a Berlín, y lo que ocurre en Beijing repercute en Buenos Aires. En el contexto de estos enormes desafíos, nos preguntamos: ¿Qué hacer? ¿Cómo debe reaccionar el Grupo Banco Mundial, con su misión de poner fin a la pobreza extrema e impulsar la prosperidad compartida en el mundo en desarrollo, en este momento en que las crisis se multiplican, la interconexión crece y la economía mundial se desacelera?
Desde la perspectiva de cada país en forma individual, nuestra estrategia no se modifica: respaldar el crecimiento económico, invertir en las personas y lograr que no vuelvan a caer en la pobreza. Pero para enfrentar con más eficacia las amenazas públicas mundiales que mencioné, nuestra visión ha cambiado y será necesario que cambie aún más en el futuro.
Primero, para lograr nuestra misión será aún más crucial abordar el desafío de las amenazas mundiales que trascienden las fronteras y las regiones. Durante muchos años, el Grupo Banco Mundial se ha dedicado principalmente a responder a las necesidades de cada país en forma individual. Si bien este seguirá siendo el punto fundamental de nuestro enfoque, ya no será suficiente. Este enfoque centrado en los países debe complementarse con un compromiso mucho más sólido para lograr avances sustanciales y atacar de lleno los problemas que afectan a todo el planeta.
Segundo, debemos centrarnos mucho más eficazmente en la gestión de los riesgos y la incertidumbre. En muchas de nuestras actividades en favor del desarrollo, ya se están modificando los programas para poner mayor énfasis en la gestión de riesgos de desastres, las inversiones específicas ante la incertidumbre climática, y la ampliación del apoyo a mecanismos innovadores de protección social para las personas que apenas superan la línea de pobreza o están cerca de ella.
Por último, un cambio fundamental radica en que debemos trabajar mucho más para abordar los profundos bolsones de pobreza y el aumento de la desigualdad en los países, cualquiera sea su nivel de ingreso. Con ese fin es necesario realizar inversiones para respaldar a los países de ingreso mediano que enfrentan el desafío de la fragilidad, en particular cuando los efectos secundarios de esa fragilidad pueden poner en peligro tanto a sus vecinos como a los países que están del otro lado del mundo. Si no resolvemos estos problemas, el riesgo de que aumenten los conflictos y el extremismo en estos contextos se convertirá en una realidad, como ha sucedido en Oriente Medio, el norte de África y América Latina.
Berlín es el lugar indicado para hablar sobre este cambio fundamental en el modo en que trabajamos. Alemania ha demostrado que la industria, incluso la pequeña y mediana empresa, se puede adaptar para aprovechar las ventajas de la globalización, manteniendo los costos sociales de estos ajustes en un nivel bajo. Los alemanes han demostrado que la prudencia fiscal no es incompatible con una extraordinaria generosidad pues han logrado mantener el equilibrio en los presupuestos nacionales mientras recibían a más de un millón de personas desplazadas por los conflictos en Oriente Medio. Alemania también ha sido uno de los países donantes más generosos durante la crisis económica, y estamos muy agradecidos por su respaldo incondicional a la Asociación Internacional de Fomento, el fondo del Grupo Banco Mundial que otorga préstamos en condiciones concesionarias y donaciones a los países más pobres.
Asimismo, Alemania es la más abierta de las principales economías; el comercio representa más del doble del porcentaje del producto interno bruto (PIB) en comparación con Estados Unidos, China, Japón, el Reino Unido y Francia. En Alemania, las pequeñas y medianas empresas (Mittelstand) han incrementado la productividad, generado exportaciones y creado empleos a un ritmo notable. Las tasas de desempleo del país fueron bajas tanto en épocas de prosperidad como durante las crisis económicas. Este país ha demostrado que se pueden lograr grandes mejoras económicas, sociales y ambientales, y todas al mismo tiempo.
Antes de describir más detalladamente la evolución de nuestro enfoque para lograr bienes públicos mundiales, quisiera mencionar algunas cuestiones relacionadas con el estado actual de la economía mundial que acrecientan la urgencia de resolver estas amenazas mundiales.
En Estados Unidos y en la Unión Europea, las tasas de crecimiento han aumentado durante los últimos tres años, y prevemos que esta tendencia continuará este año. Aunque el bajo crecimiento en los mercados avanzados aún constituye un motivo de intranquilidad, el Grupo Banco Mundial, debido a su enfoque, está especialmente preocupado por la desaceleración en los mercados emergentes, donde las tasas de crecimiento han disminuido casi un punto porcentual desde 2013, de más del 5 % a alrededor del 4 %. Si bien una de las razones es China, la contracción económica en Brasil y Rusia es otro factor importante.
En nuestra opinión, esta desaceleración obedece a tres factores principales: el crecimiento más lento del comercio, la creciente dificultad para tener acceso a capital, y la falta de avances en la creación de empleo.
El comercio ha sido un poderoso motor de desarrollo económico en los países de ingreso bajo. La desaceleración del crecimiento del comercio —aproximadamente, la mitad del ritmo observado antes de la crisis financiera— ha tenido un gran impacto en todo el mundo en desarrollo. Las importaciones de bienes, por ejemplo, crecieron más del 6 % al año en las décadas de 1990 y 2000, pero a partir de la crisis, las importaciones aumentaron, en promedio, un 3 %. En un momento en que las voces del proteccionismo se alzan con más fuerza en ambos lados del Atlántico, sabemos que los países más pobres son los más perjudicados con esta situación. Pero el proteccionismo también afecta desproporcionadamente a los pobres en los países más ricos. En Estados Unidos, por ejemplo, el poder adquisitivo de los pobres se reduciría en más de la mitad si la economía se cerrara al comercio.
La volatilidad del mercado bursátil, que refleja la incertidumbre y el temor de los inversionistas, ha alcanzado su nivel más alto desde la crisis en la zona del euro en 2010. Esta cuestión fue perjudicial para los países en desarrollo, pues los inversionistas retiraron USD 40 000 millones de los mercados de bonos y capital de países emergentes en el último trimestre de 2015, el mayor egreso de fondos desde el colapso de Lehman Brothers en 2008.
Sin embargo, la lenta recuperación del empleo en casi todos los países del planeta es el motivo que nos genera mayor preocupación. Asimismo, otros 75 millones de personas aún carecían de empleo cinco años después de la finalización de la crisis financiera internacional. La Organización Mundial del Trabajo ha establecido que el porcentaje de jóvenes que no estudia ni trabaja ha aumentado en tres países por cada país en el que ha disminuido. La peor situación se observa en Oriente Medio. Desde 2007, el mayor aumento del desempleo entre los jóvenes se registró en Oriente Medio y Norte de África. Debemos luchar contra este problema en varios frentes al mismo tiempo pero uno de los pasos más importantes es lograr que las pequeñas y medianas empresas dispongan de más facilidades para realizar actividades comerciales en la región.
Hace tan solo una semana, realicé un viaje por Oriente Medio y Norte de África junto con el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon. En cada lugar que visité, los jóvenes y muchas otras personas me dijeron que el principal motivo por el que tantos se sentían atraídos por la causa del extremismo era la falta de empleo, y la falta generalizada de esperanza en el futuro. Para extirpar el extremismo de raíz, se necesitan soluciones políticas que permitan poner fin a los conflictos, pero eso no basta. Primero y principalmente, debemos crear empleos, y para ello debemos brindar ayuda a los países más frágiles y afectados por un conflicto para que comiencen a poner en marcha su economía y a generar oportunidades, especialmente para las mujeres y los jóvenes.
En este punto también debemos ser realistas. En vista de que este año los recursos son limitados, en particular en Europa, pues los países donantes se dan cuenta de que deberán usar una parte de su asistencia externa para el desarrollo para proporcionar apoyo a los refugiados que viven dentro de sus fronteras, ¿cómo aumentamos nuestras inversiones en los países en desarrollo, ponemos fin a la pobreza extrema y abordamos estas crisis?
Una cuestión fundamental que hemos reiterado una y otra vez es que los países en desarrollo deberían impulsar reformas estructurales orientadas a mejorar el clima para los negocios y generar un mayor grado de confianza en el sector privado, que es donde se crea la mayoría de los empleos. Y permítanme ser más específico: lo que decimos es que hay que pasar de un sistema en el que solo ciertos grupos tienen acceso al capital y las burocracias corruptas se dedican a una descarada búsqueda de rentas a un sistema en que el capital, los permisos para realizar actividades comerciales y los demás insumos necesarios se distribuyan con transparencia y equidad entre todos los ciudadanos.
También estamos convencidos de que los países en desarrollo pueden incrementar exponencialmente su autofinanciamiento a través del aumento de la recaudación de impuestos de manera más equitativa entre sus ciudadanos. Junto con la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, estamos haciendo todo lo posible para ayudar a los países a crear sistemas tributarios más equitativos y eficaces, y creemos que los países en desarrollo podrían aumentar la movilización de recursos internos entre un 2 % y un 4 % de su PIB. Si alcanzáramos tan solo el 2 %, eso equivaldría a aproximadamente USD 450 000 millones o tres veces el valor actual de la asistencia oficial para el desarrollo. Y no estamos hablando de imponer la carga sobre los pobres: la mayoría de los sistemas tributarios de los países en desarrollo son regresivos y los ricos no pagan lo que deberían.
No obstante, para alcanzar nuestros objetivos, debemos ampliar el uso de instrumentos financieros innovadores. El Grupo Banco Mundial, otros bancos multilaterales de desarrollo y países donantes como Alemania están trabajando para proporcionar financiamiento a tasas mucho más bajas para proyectos que crean empleos en los lugares donde estos se necesitan desesperadamente.
Por ejemplo, nuestro Directorio —en el marco de una decisión sin precedentes, adoptada el mes pasado— ofreció a Jordania, un país de ingreso mediano, tasas que reservábamos para los países más pobres, debido a la enorme generosidad que mostró al recibir más de un millón de refugiados sirios. Hemos proporcionado un préstamo inicial de USD 100 millones en condiciones concesionarias, normalmente reservadas solo para los países más pobres, y entregaremos entre USD 200 millones y USD 400 millones adicionales también en condiciones concesionarias con el fin de establecer una zona económica especial para empresas, que ayudará a crear muchos miles de empleos, tanto para los refugiados sirios como para jordanos, en el curso de los próximos cinco años. Esta es una medida verdaderamente novedosa que ahora debe ampliarse y aplicarse en otros países.
Impulsar fuertemente el crecimiento económico y crear puestos de trabajo en entornos frágiles es una tarea urgente. Según las proyecciones de nuestros economistas, si la economía se limitara a crecer a la misma tasa media de la última década, la pobreza extrema en el mundo se reduciría a apenas el 6 % en 2030. Esto implicaría que, en los Estados más frágiles, la tasa de pobreza se mantendría extraordinariamente alta: el 47 % de la población. Toda Europa y toda Alemania están abocadas actualmente, con justa razón, a afrontar la crisis de los refugiados en el continente, pero si en 2030 el 47 % de los habitantes de los Estados frágiles sigue viviendo con menos de 2 euros por día mientras que el mundo desarrollado prospera, el flujo de migrantes y refugiados no se va a detener.
Pese a que, en estos momentos, la crisis de los refugiados resulta sobrecogedora, no debemos olvidar que el mundo enfrenta otras amenazas serias que ponen en peligro, por igual, a los países en desarrollo y los países desarrollados; dos de las más acuciantes son el cambio climático y el peligro de que se produzca una pandemia.
Fuentes fidedignas sostienen que las sucesivas sequías que ha padecido Siria han incidido en la crisis actual, y no hay duda de que el cambio climático está contribuyendo al agravamiento de la tensión y la pérdida de puestos de trabajo en muchas partes del mundo, debido a la escasez de agua, el aumento de las mareas y el número creciente de fenómenos meteorológicos extremos.
Las temperaturas mundiales registradas en enero y febrero batieron récords. Conforme a datos recopilados por la NASA, en febrero la temperatura media de la superficie del planeta superó en 1,35 grados Celsius, un margen nunca visto, la temperatura media del mes de febrero registrada en los 30 años anteriores. Incluso en el Polo Norte el clima estuvo templado: a fines de diciembre, la temperatura fue cercana a los 0 grados Celsius, es decir, más de 30 grados Celsius por encima del promedio.
Antes de la cumbre sobre el clima celebrada en París en diciembre con ocasión del 21º período de sesiones de la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CP 21), el Grupo Banco Mundial prometió aumentar en un tercio para 2020 el financiamiento destinado a cuestiones climáticas, es decir, hasta llegar los USD 29 000 millones al año. Los líderes allí reunidos sorprendieron incluso a los optimistas al acordar en la CP que el mundo debería aspirar a mantener las temperaturas mundiales muy por debajo de los 2 °C por encima de los registros de la era preindustrial. La canciller Merkel merece un gran reconocimiento, junto con Ban Ki‑moon, secretario general de las Naciones Unidas, el presidente francés Hollande y el presidente Obama, entre otros, por empujar y estimular a tantos Gobiernos e instituciones, entre ellos el Grupo Banco Mundial, a hacer su parte.
Ahora que hemos concertado el acuerdo, debemos trabajar con una urgencia sin precedentes para tener alguna posibilidad de alcanzar las metas. En sendos viajes que realicé recientemente a Pakistán y a Viet Nam aprendí que debemos movernos con mucha más rapidez de lo que yo pensaba. Tanto Viet Nam como Pakistán prosiguen con sus planes de construir centrales termoeléctricas de carbón. Viet Nam está planeando instalar 40 GW de generación térmica a partir del carbón, aproximadamente el equivalente a la mitad de toda la energía disponible en África al sur del Sahara. ¿Por qué? Porque en la actualidad el precio de la electricidad generada a partir del carbón es más bajo que el de la electricidad proveniente de fuentes renovables: de 9 a 10 centavos el kilovatio hora, en el caso del carbón, y de 11 a 12 centavos, en el caso de la energía solar y eólica, en ambos países. En México, Perú, los Emiratos Árabes Unidos y muchas otras partes del mundo, hemos demostrado que, con formas novedosas de financiamiento en las que intervenga el sector privado, podemos contribuir a la adopción de energía más limpia mediante la creación de poderosos incentivos financieros. En Perú logramos suscribir un acuerdo de suministro eléctrico a 4,8 centavos el kilovatio hora y, en México, la Corporación Financiera Internacional, nuestro grupo para el sector privado, acaba de cerrar un trato de abastecimiento de energía solar con un costo de 3,2 centavos el kilovatio hora. En Viet Nam y Pakistán estamos tratando de responder con premura: pedimos a los líderes de ambos países que reconsideren la posibilidad de recurrir a fuentes de energía renovables si nosotros y otros asociados podemos ayudar a reducir el precio de la energía generada. Por otra parte, la energía solar y la energía eólica se pueden suministrar mucho más rápidamente que la procedente del carbón —en meses en lugar de años—, lo que implica que los votantes pueden tener acceso a la electricidad en “este” ciclo político y no en el siguiente.
¿Qué nos detiene? Todavía no nos hemos puesto de acuerdo sobre el uso que se dará a los recursos financieros prometidos en la CP 21, y necesitaremos ayuda de los donantes para otorgar más financiamiento en condiciones concesionarias a países como Pakistán y Viet Nam. Se están manteniendo conversaciones al respecto, pero la ventana de oportunidad para adoptar estas medidas de mitigación a tiempo para alcanzar nuestras metas se está cerrando muy rápidamente.
En cuanto a la amenaza de pandemias, una encuesta realizada entre 30 000 especialistas en seguros de todo el mundo arrojó que las pandemias encabezaban la lista de riesgos extremos de largo plazo que más preocupaban al sector de los seguros. La epidemia de ébola y ahora la pandemia de la enfermedad por el virus de Zika nos recuerdan a todos que no estamos en absoluto preparados para hacer frente a una pandemia que avance con más celeridad. ¿Qué ocurriría si hoy surgiera una pandemia tan veloz y letal como la gripe española de 1918? Los modelos muestran que se propagaría a todos los centros urbanos del mundo en dos meses, y que podría provocar decenas de millones de muertes y la pérdida del 5 % del PIB mundial, aproximadamente USD 4 billones.
La canciller Merkel, el primer ministro Abe del Japón y otros dirigentes nos han pedido que diseñemos un mecanismo de financiamiento para responder a las pandemias. Sabíamos que necesitábamos 1) fuentes de financiamiento que se movilizaran rápidamente, 2) sistemas nacionales de salud que estuvieran en condiciones de responder a los brotes de enfermedades y 3) un nivel de coordinación internacional que no hemos tenido hasta ahora. Durante el año pasado, reunimos a miembros de siete equipos diferentes del Grupo Banco Mundial (expertos en los campos de la salud, la agricultura, el sector privado, las operaciones de tesorería, el financiamiento para el desarrollo, los seguros y las comunicaciones) para que trabajaran directamente con la Organización Mundial de la Salud y otros organismos de las Naciones Unidas, creadores de modelos aplicables a enfermedades infecciosas, compañías de reaseguros, especialistas en cadenas de suministro, Gobiernos y grupos de la sociedad civil. Han estado diseñando lo que llamamos el Mecanismo de Financiamiento de Emergencia para Casos de Pandemia, que tenemos previsto poner en marcha esta primavera.
Este nuevo mecanismo permitirá subsanar una falla letal del sistema internacional de financiamiento que quedó al descubierto con la crisis del ébola. En efecto, después del reconocimiento inicial del brote de ébola, la comunidad internacional tardó muchos meses en movilizar una respuesta en gran escala frente al desastre. Ahora tendremos un sistema que utiliza un mecanismo novedoso, basado en un seguro, con un conjunto de criterios predefinidos y transparentes que activarán la respuesta. Cuando estos criterios paramétricos específicos se cumplan, en pocos días el Mecanismo de Financiamiento de Emergencia para Casos de Pandemia entregará dinero a países en desarrollo y organismos internacionales para ayudar a detener el brote. En rigor, crearemos un sistema de respuesta que costará millones de dólares al año y podría salvar cientos de miles, incluso millones, de vidas, y ahorrar miles de millones, quizás billones, de dólares.
He hablado de tres graves amenazas de orden mundial que nos afectan a todos: los desplazamientos forzados, el cambio climático y las pandemias. Pero hay otra a la que el mundo no ha prestado atención detenida y, francamente, es la cuestión más abrumadora para todos los que trabajamos en la esfera del desarrollo: las tasas inadmisiblemente altas de retraso del crecimiento infantil en países de ingreso mediano e ingreso bajo. Entre el 30 % y el 45 % de los niños de muchos países africanos y asiáticos (proporción que, según estimaciones, en algunos países roza el 70 %) tienen literalmente menos conexiones neuronales cerebrales que los compañeros de clase que no presentan retraso.
El retraso del crecimiento acarrea consecuencias que las personas sufren durante toda la vida y que afectan también a los países. ¿Cómo competirán los países en la economía mundial del futuro, sin duda más digitalizada, cuando del 30 % al 45 % de sus niños tienen menos conexiones neuronales cerebrales que los niños de otros países con los que deben competir?
Algunos pueden aducir que el problema es demasiado difícil o que es preciso abordar demasiados factores para lograr algún progreso, pero eso no es cierto. Está claro que, mediante intervenciones en la primera infancia, como una nutrición y una estimulación adecuadas, y la provisión de un entorno seguro, es posible reducir extraordinariamente la tasa de retraso del crecimiento en lapsos relativamente cortos. En Perú, por ejemplo, tras décadas de intentos y escasos avances, las autoridades lograron reducirla a la mitad, del 28 % al 14 %, en apenas ocho años, convenciendo a padres y líderes que la altura de los niños es importante. Generaron incentivos para que las familias se acercaran a los servicios de nutrición, alentaron a las madres a interactuar con los bebés y mejoraron las condiciones en algunos hogares.
La recompensa puede ser enorme. En un estudio sobre el aumento de la matriculación en el nivel preescolar llevado a cabo en 73 países se llegó a la conclusión de que cada dólar invertido en esa etapa se traducía en beneficios por valor de hasta USD 17 en salarios más elevados en el futuro.
De todas nuestras inversiones en infraestructura, creo que las inversiones en “infraestructura de materia gris” podrían ser las más importantes. La infraestructura neuronal es, posiblemente, la que los países necesitan con más urgencia a la hora de enfrentar un futuro incierto, en el que el crecimiento económico dependerá mucho más de la competencia digital en una economía cada vez más orientada a los servicios y mucho menos de los trabajos poco calificados en los sectores agropecuarios y manufactureros. También cuestiona nuestros principios morales fundamentales. Muchos de nosotros hemos venido afirmando con gran convicción que creemos en la igualdad de oportunidades para todos, pero esta frase es un eslogan sin contenido cuando, en un país, el 45 % de los niños presenta retraso del crecimiento. Por ello, exhorto hoy a todos a iniciar un movimiento destinado a poner fin al retraso del crecimiento infantil, para que podamos construir sociedades fuertes y resilientes que prosperen y beneficien a todos.
Para concluir, permítanme señalar que, en este mundo en rápida evolución, el número de amenazas está aumentando y su carácter se está tornando cada vez más global. No podemos ignorarlas. Debemos actuar. Como el jurista, novelista, poeta y político Johann Wolfgang von Goethe dijo una vez, “No basta con saber; también hay que aplicar. No basta con querer; también hay que hacer”. En el Grupo Banco Mundial, sabemos cuáles son esas amenazas, hemos transformado nuestra organización en los últimos años y ahora estamos mejor equipados para enfrentarlas.
Nunca olvidaremos que el Grupo Banco Mundial es una cooperativa de países y que nuestra función consiste en trabajar con nuestros clientes para que estos puedan alcanzar sus máximas aspiraciones. Sin embargo, ahora está absolutamente claro que nunca pondremos fin a la pobreza extrema ni impulsaremos la prosperidad compartida a menos que enfrentemos amenazas mundiales tales como las pandemias, el cambio climático y los desplazamientos forzados con la colaboración de nuestros países miembros, una región, un país y una persona a la vez.
Muchas gracias.