Los avances siguen siendo demasiado lentos.
En nuestro informe también se señala que la desigualdad de ingresos entre las personas de todo el mundo se ha reducido, del mismo modo que la registrada dentro de muchos países, ricos y pobres. No obstante, la desigualdad sigue siendo demasiado elevada, tanto en el mundo en general como dentro de los países. Esto limita el crecimiento y genera inestabilidad.
Por lo tanto, no solo tenemos que centrarnos en el crecimiento, sino que debemos continuar trabajando para reducir la desigualdad; tenemos que lograr que el crecimiento sea más equitativo.
En el informe se señalan diversas estrategias para abordar la desigualdad que pueden ponerse en práctica incluso en los países más pobres, como las transferencias monetarias condicionadas, la vinculación de los agricultores con los mercados o la electrificación rural.
La enseñanza que podemos extraer es que la desigualdad no es un misterio insoluble. Las políticas que propician la igualdad no son bienes de lujo y pueden dar buenos resultados en cualquier país.
Si pretendemos poner fin a la pobreza extrema para 2030, tenemos que concentrar nuestros esfuerzos. Debemos actuar con mayor eficacia en los Estados frágiles y afectados por conflictos.
El crecimiento económico debe ser más sólido y más inclusivo, y las inversiones en capital humano deben cobrar mayor volumen y eficacia.
¿Cómo hacemos para lograrlo? De eso les quiero hablar hoy.
Poner fin a la pobreza extrema e impulsar la prosperidad compartida son nuestros objetivos primordiales.
Y los alcanzaremos de tres maneras:
Uno: acelerando el crecimiento económico inclusivo y sostenible.
Dos: invirtiendo en capital humano.
Tres: impulsando la resiliencia frente a las amenazas y las crisis mundiales.
Dos objetivos, tres maneras de alcanzarlos.
En primer lugar, tenemos que ser mucho más creativos para impulsar el tipo de crecimiento económico adecuado.
Llevo ya cuatro años en este trabajo y todavía no he visto ningún caso en que tuviéramos que revisar al alza las expectativas de crecimiento.
Sabemos que nuestra principal prioridad tiene que ser estimular el crecimiento en nuestros países clientes.
También sabemos que los elementos fundamentales no cambian.
A fin de respaldar el crecimiento de largo plazo, seguiremos trabajando junto con los países para que puedan generar los ingresos suficientes, asignar sus recursos de manera adecuada, adoptar políticas que propicien las inversiones del sector privado y mejorar la gestión institucional en términos generales.
Uno de los cuellos de botella del crecimiento es, desde luego, la infraestructura. En los últimos años, la demanda de inversiones en infraestructura ha superado con mucho los recursos disponibles. En el mundo hay unos 1200 millones de personas que no tienen electricidad.
Al menos 660 millones de personas carecen de agua potable, cerca de 1000 millones de habitantes de países de ingreso bajo no tienen acceso a un camino transitable todo el año. Y si bien actualmente más de 3000 millones de personas tiene acceso a Internet, aún hay más de 4000 millones (el 60 % de la población mundial, la mayoría de ellos en los países en desarrollo) que no disponen de conexión.
Se estima que, en los mercados emergentes y los países de ingreso bajo, el déficit anual de financiamiento de la infraestructura alcanza hasta USD 1,5 billones. Sabemos que la asistencia tradicional para el desarrollo no logrará por sí sola hacer frente a esta demanda. Este déficit de financiamiento es el motivo por el cual hemos dado la bienvenida a la participación de nuevos actores, como el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura y el Nuevo Banco de Desarrollo.
Pero incluso con el dinero que aportan, las inversiones de todos los bancos multilaterales de desarrollo juntos solo representan entre un 5 % y un 10 % del gasto total anual en infraestructura de los países en desarrollo (que oscila entre USD 50 000 millones y USD 75 000 millones).
Tenemos que admitir que no podemos alcanzar la escala suficiente para generar el impacto en el crecimiento que los países en desarrollo requieren.
Hace ya muchos años que venimos hablando de la necesidad de intensificar la cooperación entre el sector público y el privado en las inversiones en infraestructura. Creo que es hora de plantear un debate mucho más serio sobre cómo avanzar más decididamente en esta área.
Tenemos una enorme oportunidad.
Hoy en día hay en los mercados billones de dólares que obtienen muy poca ganancia y que buscan mayor rentabilidad. Las oportunidades para conformar asociaciones público-privadas en los mercados emergentes podrían impulsar de manera significativa el crecimiento económico mundial.
Por lo tanto, tenemos que diseñar operaciones que permitan atraer esos fondos hacia los mercados emergentes e incluso hacia los países más pobres.
Sabemos que los organismos que integran el Grupo Banco Mundial tienen que colaborar entre sí mucho más estrechamente para movilizar inversiones privadas en los sectores y los países más difíciles. Tenemos que redoblar nuestros esfuerzos para abordar algunos de los riesgos que limitan la participación del sector privado en estos mercados.
Quiero que sepan que en el futuro actuaremos mucho más decididamente para ofrecer instrumentos de capital y otras herramientas específicas que permitan reducir los riesgos. Creemos que de ese modo podremos crear nuevos mercados y alentar a los inversionistas a aventurarse en países y proyectos que de otro modo nunca habrían tenido en cuenta.
Cuando la Corporación Financiera Internacional (IFC), miembro del Grupo Banco Mundial, invierte en proyectos en los países más pobres e incluso en Estados frágiles, a menudo con su sola presencia logra reducir la percepción del riesgo de estas iniciativas, y se incrementa así la cantidad de inversionistas dispuestos a participar en ellas. Si podemos ofrecer recursos en condiciones concesionarias como capital de riesgo, podremos reducir aún más ese riesgo. El Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (MIGA), que también forma parte del Grupo Banco Mundial, puede brindar seguros contra riesgos políticos o instrumentos de mejoramiento del crédito para atenuar aún más las amenazas. Además, ahora podemos utilizar los activos de la AIF para mitigar el riesgo cambiario en los países donde escasean las herramientas de cobertura.
Hemos asumido el compromiso de reunir todo este conjunto de herramientas de un modo más sistemático y coherente, con el fin de atraer un volumen mucho mayor de inversiones del sector privado hacia nuestros países clientes, de modo que estos puedan subsanar el déficit de financiamiento de la infraestructura.
Si bien estamos muy lejos de lograr la escala que querríamos, hemos tenido algunas experiencias muy positivas con proyectos que atrajeron al sector privado. El aeropuerto que se construyó en Ammán, Jordania, es un ejemplo de cómo con el financiamiento público-privado se pueden llevar adelante proyectos de infraestructura que generan enormes beneficios económicos para el país. Este era un proyecto de USD 1000 millones. El plan original en Jordania era contraer un préstamo soberano para pagar la construcción del aeropuerto y luego gestionarlo con empleados estatales.
Todos sabemos que eso habría sido muy difícil y costoso. Pero por recomendación de funcionarios del Banco Mundial que trabajaban con el Gobierno, este decidió cambiar de rumbo y pidió a IFC que realizara la primera inversión, de unos USD 270 millones.
La empresa que opera el aeropuerto paga al país un canon anual; Jordania recibe el 54 % de los ingresos netos y gana dinero todos los años. Durante los últimos nueve años, y sin poner un centavo en el proyecto, Jordania ha recaudado ingresos por más de USD 1000 millones.
Pero no solo los países de ingreso mediano pueden beneficiarse con un enfoque público-privado en el financiamiento de la infraestructura.
Nuestro programa Más Energía Solar (Scaling Solar) ha ayudado a Gobiernos como los de Senegal y Zambia a desarrollar políticas y prácticas claras para atraer inversiones y establecer nuevos parámetros tarifarios para África. Este programa ofrece un mecanismo de ventanilla única en el que tanto IFC como el Banco Mundial proporcionan todo lo necesario, desde los formularios adecuados hasta el financiamiento, para garantizar que se reciban las ofertas más bajas posibles. La subasta organizada recientemente en Zambia constituyó un hito para África al sur del Sahara, pues la oferta más baja proponía un precio de 4,7 centavos el kilovatio-hora y un precio total apenas por encima de los 6 centavos el kilovatio-hora. La demanda de los servicios que ofrece el programa Más Energía Solar se ha multiplicado exponencialmente, y trabajamos en cada vez más países africanos.
Continuamos alentando las inversiones en infraestructura para promover el crecimiento, pero sabemos también que es esencial pensar en los tipos de infraestructura que los países necesitarán en la economía del futuro.
Todos sabemos que la tecnología está reconfigurando el mundo de manera radical.
Es posible que el camino económico tradicional, que iba de la agricultura productiva a las manufacturas ligeras y luego a la industrialización en gran escala, ya no sea viable para todos los países en desarrollo. En gran parte de África, la tecnología podría alterar drásticamente este patrón. En una investigación realizada a partir de datos del Banco Mundial se afirma que la proporción de empleos amenazados por la automatización alcanza el 69 % en India, el 77 % en China y nada menos que el 85 % en Etiopía.
Si esto es verdad, deberemos comprender los caminos de crecimiento económico de los que dispondrán estos países e introducir luego los ajustes correspondientes en nuestro enfoque sobre infraestructura. Por otro lado, con el aumento de la participación de las inversiones del sector privado, tendremos que estar más atentos para asegurarnos de que la privatización no signifique la exclusión de los pobres y los marginados. Nuestra principal prioridad es poner fin a la pobreza extrema e impulsar la prosperidad compartida, y nuestro trabajo con el sector privado debe guiarse por estos dos valores.
Si la tecnología da lugar a transformaciones radicales en el tipo de empleos disponibles en los países en desarrollo, tenemos que intensificar el énfasis en el segundo de los pilares que conducen a nuestros dos objetivos, esto es, la inversión en las personas.
He aprendido que los países en desarrollo, cuando deben elegir cómo utilizar los recursos del Grupo Banco Mundial, tienden a priorizar las inversiones en energía, tecnología de la información, carreteras y aeropuertos, lo que muchos llaman infraestructura física. Esto es comprensible y precisamente por eso debemos incrementar los recursos destinados a infraestructura atrayendo capital privado.
Si no obtenemos más capital, nos resultará difícil convencer a los países para que aumenten sus inversiones en las personas en la escala que consideramos necesaria para contar con una fuerza laboral que pueda ser competitiva en la economía del futuro.
Hemos visto en Asia oriental que las inversiones en las personas tienen un efecto decisivo en la capacidad del país para fomentar el crecimiento inclusivo de su economía.
Sin embargo, incrementar el gasto presupuestario en educación no es lo único que importa. Los resultados del aprendizaje son fundamentales. Lo que los estudiantes aprenden en el aula permite predecir en gran medida el crecimiento económico.
Un sorprendente estudio muestra que, si a lo largo del tiempo el rendimiento escolar de los estudiantes de América Latina hubiera sido tan alto como el de los de Asia oriental, América Latina podría haber alcanzado una tasa de crecimiento económico mucho más elevada, similar a la de Asia oriental.
Es necesario recalcar siempre la urgencia de invertir más y mejor en las personas. Creo que de ello depende el futuro mismo de las naciones.
Esto es especialmente cierto cuando se considera la importancia de invertir en los primeros años de vida. Millones de niños pequeños no llegan a desarrollar todo su potencial porque carecen de una nutrición adecuada, de estimulación temprana y de oportunidades de aprendizaje, y están expuestos a entornos conflictivos.
Cuando se invierte en la etapa más temprana de la vida de las personas, se influye de manera determinante en la capacidad de los países para competir. El costo de no hacer lo suficiente para dotar a los niños de aptitudes y habilidades básicas es inaceptablemente alto, y las pruebas que respaldan esta conclusión son cada día más numerosas.
Los Gobiernos que no invierten desde el primer momento en una fuerza de trabajo capacitada, saludable y productiva socavan el crecimiento económico presente y futuro.
Se trata de un problema de gran magnitud. El 25 % de los niños menores de 5 años del mundo
—159 millones— sufren retrasos en el crecimiento. Esto significa que literalmente no tienen la misma cantidad de conexiones neuronales que sus pares de la misma edad. En África al sur del Sahara y Asia meridional, la proporción supera el 36 %. Incluso en países que han mostrado un desempeño relativamente bueno en términos de crecimiento económico, como Indonesia, Etiopía y Guatemala, más de un tercio de los niños sigue sufriendo retrasos en el crecimiento. Y casi la mitad de todos los niños de entre 3 y 6 años no tiene acceso a la educación preprimaria.
La cruda realidad es que los países no pueden adentrase en un futuro tecnológicamente más complejo y digitalmente más exigente si el 40 % de su fuerza laboral no puede competir. Debemos ayudar a los países a entender que las inversiones en capital humano son tan indispensables como las inversiones en infraestructura física, si lo que en verdad quieren es fomentar el crecimiento económico y competir eficazmente en el corto, mediano y largo plazo.
Debemos alentar a los líderes a ver que estas inversiones no solo conducirán a un crecimiento económico inclusivo, sino que también sentarán las bases sociales que servirán de bastión contra la inestabilidad, la violencia y los conflictos.
Creo que debemos fijarnos metas mucho más ambiciosas con respecto a la cantidad y calidad de las inversiones en salud, educación y capacitación. Si no lo hacemos, y si no lo hacemos con rapidez, el crecimiento económico será sin duda insuficiente y, además, una gran cantidad de personas vivirán en países donde no existirán empleos tradicionales que requieran escasa preparación y donde, a menudo sin tener culpa alguna, sencillamente no podrán competir.
Dejar que esto ocurra es abrir la puerta a futuras crisis, y esto es algo que no nos podemos permitir. En efecto, uno de los temas que se planteó reiteradamente durante la reunión de los líderes del
G-20 es que vivimos en una época de múltiples crisis que se superponen unas con otras.
La cantidad de refugiados alcanza niveles históricos, el clima está en situación de emergencia y nos enfrentamos a un posible escenario de pandemias que podrían costar billones de dólares y cobrarse millones de vidas.
Creo que el Grupo Banco Mundial puede cumplir una función clave para generar resiliencia frente a estas múltiples perturbaciones tanto en los países en desarrollo como en el resto del mundo.
Nuestro tercer pilar supone, entonces, desempeñar un papel mucho más amplio para promover la resiliencia en nuestros países clientes frente a algunas de las perturbaciones más graves que amenazan con hacer retroceder décadas de avance contra la pobreza.
Actualmente, hay alrededor de 65 millones de personas desplazadas de sus hogares; 21 millones son refugiados y el 90 % de ellos vive en países en desarrollo. Cuando no reciben apoyo, las personas desplazadas se enfrentan a serias dificultades y a la marginalización, lo que pone en riesgo los avances de las comunidades receptoras en términos de desarrollo.
Los países receptores, que ya experimentaban problemas económicos, han tenido que lidiar no solo con el sufrimiento humano, sino también con las grandes presiones a las que se han visto sometidos sus recursos.
En el Líbano y Jordania, la población de refugiados representa hoy en día el 20 % y el 10 %, respectivamente, de la población total del país.
La comunidad mundial tiene con esos países una deuda de gratitud por su predisposición a abrir sus fronteras y ayudar a los necesitados.
Por este motivo, el Grupo Banco Mundial se ha comprometido a respaldarlos, no solo respondiendo a la actual crisis de refugiados, sino construyendo la infraestructura que necesitarán para que sus economías crezcan en el futuro.
Para esto, hemos tenido que repensar la manera en que usamos el financiamiento en condiciones concesionarias. La crisis de desplazamiento forzado nos permitió darnos cuenta de que dicho financiamiento debe adaptarse a la situación de los refugiados y no debe otorgarse únicamente en función del ingreso nacional bruto per cápita.
En las Reuniones Anuales celebradas el año pasado en Lima, lanzamos un nuevo mecanismo de financiamiento para Oriente Medio y Norte de África para brindar a Jordania y el Líbano acceso a préstamos de bajo costo y donaciones.
Recientemente, en las Naciones Unidas, anunciamos la creación del Servicio Mundial de Financiamiento en Condiciones Concesionarias, para países de ingreso mediano, que en los próximos cinco años movilizará unos USD 1000 millones en donaciones destinadas expresamente a Jordania y el Líbano, y otros USD 500 millones en donaciones para ayudar a otros países a abordar futuras crisis de refugiados dondequiera que estas ocurran, incluso en países de ingreso mediano.
Combinaremos estas contribuciones de los donantes para otorgar, en última instancia, financiamiento en condiciones concesionarias por valor de entre USD 4500 millones y USD 6000 millones.
Esta decisión de poner sobre la mesa el financiamiento concesionario en respuesta a la crisis de refugiados genera otras preguntas sobre la manera en que apoyamos a los países de ingreso mediano.
Este es exactamente el tipo de preguntas que empezamos a plantearnos con la creación del Servicio Mundial de Financiamiento en Condiciones Concesionarias.
Las reglas del juego están cambiando.
Permítanme ahora referirme a otro riesgo mundial: el cambio climático, frente al que nuestra forma de respuesta también debe cambiar.
Gracias a una labor colectiva extraordinaria se ha llegado al Acuerdo de París. Más de 170 países lo han firmado y estamos a punto de ratificarlo, con lo que se convertirá en un compromiso jurídicamente vinculante.
Durante el proceso del 21.o período de sesiones de la Conferencia de las Partes (CP 21) quedó en claro nuestra ambición colectiva. Al término del encuentro, nuestras metas eran incluso más altas que las que teníamos en la apertura. Convinimos en que, en vez de limitar el calentamiento global a 2 grados centígrados, intentaremos mantenerlo por debajo de 1,5 grados centígrados.
Quiero destacar que la ambición está bien, pero me preocupan las siguientes observaciones.
Si observamos tan solo la temperatura registrada en agosto de 2016, estamos muy cerca de los 1,5 grados centígrados por encima de las normas históricas. El patrón de calentamiento global revela que los últimos 16 meses consecutivos han sido el período más cálido de esa duración que jamás se haya registrado.
El nivel de los mares está aumentando más rápido de lo imaginado alguna vez.
Las trayectorias de los ciclones y los tifones han cambiado.
Y como he dicho antes, muchas de las personas más pobres del mundo ahora son las más vulnerables a los fenómenos meteorológicos extremos, aunque su aporte de carbono a la atmósfera es muy escaso.
La realidad es dura. Tenemos un planeta que corre un grave riesgo, pero nuestra respuesta no ha estado a la altura de las circunstancias.
En mi carrera de medicina aprendí que en una sala de emergencias, cuando hay riesgo de muerte, hay que hacer triaje: tomar medidas donde y cuando sea más necesario primero y, a partir de ahí, seguir actuando. Debemos hacer triaje en alguna medida para determinar las tareas más urgentes para evitar resultados climáticos desastrosos.
El triunfo político de la CP 21 nos ha conducido al momento actual.
Pero ahora debemos ir más allá de la exultación que nos produjo la CP 21 y dedicarnos a la tarea de financiar e incentivar las medidas que permitirán mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 grados centígrados.
Creo que hay tres cosas que necesitamos hacer ahora, que pueden alterar radicalmente la trayectoria del calentamiento global:
- Primero, eliminar paulatinamente los hidrofluorocarbonos (HFC) podría reducir el calentamiento de la atmósfera en 1/2 grado centígrado a fines del siglo. Debemos hacer que reciban financiamiento los países que se comprometan a eliminar paulatinamente los HFC y a mejorar la eficiencia energética.
- El segundo gran centro de atención es desacelerar el crecimiento de las centrales eléctricas de carbón, particularmente en toda Asia. La iniciativa Más Energía Solar, que mencioné antes, es un perfecto ejemplo de cómo la acción rápida puede dar lugar a cambios extraordinarios en la combinación de fuentes de energía, aun en los países más pobres.
- Y, tercero, con el objeto de poder movilizar financiamiento privado para cuestiones climáticas, el sistema financiero debe adecuarse para evaluar los riesgos y las oportunidades de orden climático, en otras palabras, necesitamos un sector financiero más verde.
Cumplir con los compromisos del Acuerdo de París tiene un precio alto, del orden de billones. Debemos ayudar a los países a gestionar su transición hacia fuentes renovables de energía, y liberar el financiamiento necesario.
En vísperas de las Reuniones Anuales del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, por celebrarse esta semana, en lo que respecta al cambio climático haré todo lo posible para impulsar una acción inmediata y ampliada. Lo haré con una nueva sensación de impaciencia y urgencia.
Debemos actuar ahora o pronto ya no será posible mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 grados centígrados.
Y, por último, debemos estar mejor preparados para la amenaza que plantean las pandemias.
Las crisis del ébola y del zika nos volvieron a enseñar que no estamos preparados para las pandemias.
Si hoy sufriéramos el azote de una pandemia tan rápida y letal como la gripe española de 1918, estaríamos frente a la posibilidad de decenas de millones de fallecimientos y una pérdida del 5 % del producto interno bruto mundial, o sea más de USD 3 billones.
Como las pandemias por lo general afectan más a los pobres, la gestión de las pandemias es aún más esencial cuando procuramos poner fin a la pobreza extrema.
El ébola puso en marcha una cadena de acciones que nos está acercando más a donde debemos estar. Al tratar de entender por qué esperamos tanto para proporcionar recursos con destino a la lucha contra el ébola, empezamos a entender que debe haber un mecanismo automático para distribuir fondos con el fin de poder poner coto a las pandemias a la brevedad posible.
Lo que hemos creado es un instrumento de seguro contra pandemias totalmente nuevo vinculado a un bono para pandemias totalmente nuevo.
La idea surgió de las innovaciones que habíamos introducido en la gestión de los riesgos de desastres y ahora estamos analizando si podemos usar estos instrumentos para mitigar otras clases de riesgos.
Una de las desigualdades más marcadas del mundo es la desigualdad de acceso a los seguros. Tenemos la responsabilidad de poner estas clases de instrumentos financieros a disposición de muchas más personas pobres.
Ahora, quiero dejar en claro que la función del Grupo Banco Mundial no es la de ser uno de los primeros en el mundo en dar una respuesta, ni intervenir en forma directa en las pandemias o en la respuesta humanitaria. Nuestra función es previa: aportar instrumentos financieros novedosos que puedan reducir la probabilidad de acaecimiento de desastres en primer lugar.
Mediante la intervención temprana no se puede influir en la magnitud de una erupción volcánica ni de un terremoto, pero sí se puede influir en la magnitud de las pandemias.
Dirijo un organismo extraordinario.
Se creó hace más de 70 años, en un mundo distinto, para tratar de solucionar los problemas de otro siglo.
En mi primer mandato como presidente, hemos trabajado para transformar el Grupo Banco Mundial en un organismo adecuado para abordar los problemas de este siglo, con instrumentos de este siglo.
Hoy he descripto lo que creo que es la razón de nuestra existencia. Si no existiéramos, tendríamos que inventarnos.
Pero existimos, y estamos preparados, y nos hemos adaptado para poder abordar los problemas más complejos que enfrenta el mundo.
Debemos levantar la mano si queremos estimular el crecimiento económico de los países más pobres del mundo y preguntarnos: ¿sirve lo que estamos haciendo?
Si queremos hacer las inversiones en los seres humanos que sabemos son esenciales para que los países sean competitivos, ¿en realidad estamos influyendo en algo?
La CP 21 dio lugar a uno de los acuerdos más grandes y más ambiciosos del mundo. Pero ¿para qué sirve si no empezamos realmente a hacer algo al respecto?
Con todas las amenazas mundiales que estamos encarando, ¿realmente estamos ejerciendo un impacto? Debemos hacernos estas preguntas una y otra vez.
Debemos levantar la mano.
Debemos alcanzar un nuevo nivel de determinación.
Cuando lo logremos, finalmente, nuestras aspiraciones para los pobres darán satisfacción a las aspiraciones de los pobres.
Gracias.