Señora Shirley Pearce, señor director David Webb, distinguidos profesores, alumnos e invitados:
Agradezco que me hayan invitado a pronunciar este discurso en el día de hoy. Es para mí un gran honor estar aquí con ustedes y con representantes de entidades del Gobierno del Reino Unido con las que mantenemos estrechos lazos, como el Departamento de Desarrollo Internacional y la Tesorería de Su Majestad.
Quiero felicitar al Gobierno del Reino Unido por estar siempre a la vanguardia en el cumplimiento del compromiso de destinar el 0,7 % del ingreso nacional bruto a la asistencia para el desarrollo. Su compromiso es una gran fuente de esperanzas para todos los que trabajamos en el ámbito del desarrollo.
A los alumnos presentes en esta sala quiero decirles que deben estar sumamente orgullosos de sumarse a las filas de los grandes dirigentes empresarios, políticos y economistas que se graduaron aquí: Juan Manuel Santos, presidente de Colombia; Thomas Piketty; George Soros y, por supuesto, Mick Jagger, ¿no es increíble?
Esta es una de las grandes instituciones académicas del mundo; un lugar apropiado para conversar sobre las fuerzas que operan actualmente en el mundo y que nos llevan a replantear los aspectos fundamentales del enfoque del Grupo Banco Mundial sobre el desarrollo.
En el otoño boreal del año pasado, antes de las Reuniones Anuales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Grupo Banco Mundial, hablé sobre los dos objetivos que perseguimos (poner fin a la pobreza extrema e impulsar la prosperidad compartida) y me referí a los tres caminos a través de los cuales nos proponíamos alcanzar nuestra meta.
El primer camino consiste en acelerar el crecimiento económico inclusivo y sostenible. Para esto nos esforzamos por sentar las bases para lograr servicios públicos más eficientes, mejorar la gestión de gobierno y hacer frente a la corrupción, acelerar las inversiones en infraestructura, reducir los riesgos para la inversión privada (reales y percibidos), procurar que el comercio exterior genere beneficios para todos, y crear mercados para llevar a los países en desarrollo los beneficios del rigor y la innovación del sector privado.
El segundo camino consiste en invertir más (y con mayor eficacia) en las personas. Creemos que la importancia del capital humano continuará aumentando año tras año. La demanda de habilidades digitales se acelera, y los indicadores sugieren que la automatización sustituirá muchos de los empleos menos complejos y menos especializados. Los puestos de trabajo que subsistan requerirán aptitudes nuevas y más sofisticadas.
En consecuencia, la inversión en desarrollo humano tiene que comenzar tempranamente. Esto supone garantizar que las mujeres embarazadas tengan acceso a cuidados prenatales, incluida una nutrición apropiada; prevenir la malnutrición en los niños para que puedan desarrollarse adecuadamente; garantizar el acceso a una atención médica de calidad para todos; proporcionar una educación que capacite a los alumnos para los puestos de trabajo del futuro, y establecer redes de protección social que amparen eficazmente a los pobres.
El tercer camino, por último, consiste en promover la resiliencia ante las perturbaciones y amenazas mundiales. Vivimos en una época de múltiples crisis superpuestas: pandemias, cambio climático, refugiados, hambre. En estos mismos momentos, ciertas regiones de África oriental y Yemen están padeciendo una hambruna que Naciones Unidas considera la más grave de los últimos 70 años.
Es crucial ayudar a los países a prepararse para estas crisis. En la actualidad el Grupo Banco Mundial es la mayor fuente de financiamiento de inversiones relacionadas con el cambio climático. Somos pioneros en la implementación de un mecanismo de seguros para casos de pandemias, el primero en su tipo. Estamos trabajando con los países afectados y con entidades asociadas para contribuir a poner fin a las hambrunas, y utilizaremos todas las herramientas de las que disponemos, incluidos los instrumentos financieros, para evitar que vuelvan a producirse en el futuro.
Asimismo, seguimos trabajando para abordar la crisis mundial de desplazamiento: en el marco de la decimoctava reposición de los recursos de la Asociación Internacional de Fomento (AIF-18), el fondo de nuestra institución para los más pobres, hemos asignado USD 2000 millones para dar respaldo a los países de ingreso bajo que reciben refugiados.
A través de nuestro nuevo Servicio Mundial de Financiamiento en Condiciones Concesionarias brindamos por primera vez fondos en condiciones concesionarias (esencialmente, con tasas de interés inferiores a las del mercado) a países de ingreso mediano que alojen refugiados. Hemos comenzado por Jordania y Líbano, que albergan a millones de refugiados sirios.
En medio de estas crisis y de nuestros esfuerzos por responder a ellas, el mundo está cambiando aceleradamente. En algunos ámbitos observamos el rechazo a la globalización, y se cuestionan los beneficios de un sistema de mercado mundial.
Es cierto que muchas personas sienten que no han recibido los beneficios de la globalización. En recientes estudios sobre los mercados laborales estadounidenses y europeos se documenta el vaciamiento de ciertos segmentos de la fuerza de trabajo. En un análisis que acabamos de publicar con el FMI y la Organización Mundial del Comercio (OMC), se pone de manifiesto que el comercio exterior ha beneficiado en gran medida a los pobres, pero estos beneficios no han llegado a todos. En muchos lugares, los ingresos de la clase media se han estancado y se han destruido puestos de trabajo.
En este mismo momento este tema es objeto de debate aquí, en el Reino Unido.
Garantizar que los frutos de la globalización lleguen a todos es una tarea a la que deben abocarse con urgencia todos los países del mundo, sean ricos o pobres. Pero la globalización genera además otros efectos, en especial en las aspiraciones de las personas, que nos obligan a replantear nuestro enfoque sobre el desarrollo.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, adoptados por 193 Estados en 2015, constituyen aspiraciones sumamente ambiciosas en su visión de un mundo sin pobreza ni hambre, a salvo de amenazas tales como los desastres ambientales y sociales.
En todos los sitios a los que viajo veo esas aspiraciones con mis propios ojos.
Como presidente del Grupo Banco Mundial he viajado por los cinco continentes y he conocido personas de la mayoría de nuestros 189 países miembros. En casi todos los países veo personas con sus teléfonos celulares y computadoras. Internet y las redes sociales les permiten saber con exactitud cómo viven los demás. Durante mucho tiempo esto fue posible, en cierta medida, a través de los diarios y la televisión.
La diferencia es que ahora una persona que se encuentre en Butare, Rwanda, puede enviar un mensaje por Facebook a su primo en Kigali y obtener información detallada sobre las condiciones de vida imperantes a más de 100 kilómetros de distancia. Ambos pueden conversar a diario con un amigo que estudie en París y enterarse de las condiciones de vida reinantes a más de 6000 kilómetros de distancia. Dependiendo de la conectividad, que es excelente en toda Rwanda, pueden intercambiarse, a la velocidad del rayo, mensajes de correo electrónico, fotografías, vídeos, instantáneas, tuits y mensajes de texto.
El conocimiento exacto de las condiciones de vida de otras personas, en los propios países y en el extranjero, está generando una convergencia de aspiraciones. Permítanme explicar qué quiero decir.
En el curso de mis viajes me pareció que todos aspiraban a obtener lo que podían ver, no solamente en su entorno inmediato, sino incluso en la realidad a la que estaban conectados digitalmente.
Quise saber si mis impresiones estaban respaldadas por los datos, por lo cual solicité a nuestros economistas William Maloney y Laura Chioda que ahondaran en las cifras. ¿Nos encontramos frente a una convergencia mundial de aspiraciones?
Utilizando datos de la Encuesta Mundial de Valores y de la Encuesta Mundial de Gallup, nuestros dos investigadores estudiaron la opinión de personas de todo el espectro económico sobre su situación financiera hace 15 años y en la actualidad.
Examinaron las tendencias de la conectividad a Internet y analizaron si las personas se mostraban interesadas en vivir en el exterior, como dato representativo para determinar si sus aspiraciones se ven influidas por las condiciones de vida en otros países.
Esta investigación es preliminar, pero nos permitió concluir lo siguiente.
La felicidad relativa depende del lugar que ocupa cada persona en la distribución del ingreso. También depende de la relación entre su propio nivel de ingresos y el de los ingresos de referencia, es decir, aquel con el que cada persona compara su propio nivel de ingresos.
Analizando los datos sobre satisfacción con el nivel de vida, concluimos que, si el nivel de ingresos de referencia de una persona aumenta el 10 %, su propio ingreso tiene que aumentar al menos el 5 % para que se mantenga el mismo nivel de satisfacción.
Las ventajas y desventajas son aún más pronunciadas en el caso de las personas más pobres: si la persona es más pobre, su ingreso debe aumentar aún más simplemente para que su nivel de satisfacción se mantenga.
También constatamos que, al aumentar el acceso a Internet, las personas miran cada vez más hacia afuera para determinar su ingreso de referencia. Y esa correlación ha venido creciendo con el tiempo.
La idea de “no ser menos que los demás” solía referirse a los vecinos. Pero ya no se refiere a los vecinos inmediatos: gracias a la conectividad, los vecinos podrían estar en cualquier parte del mundo.
Además, la conectividad en el mundo en desarrollo se ha incrementado. Según los datos de Gallup, el acceso a Internet del 20 % más pobre de la población casi se duplicó al pasar del 11 % en 2009 al 21 % en la actualidad.
¿Por qué nos importa esta realidad? En África —donde viven 1200 millones de personas— a fines de 2015 había 226 millones de teléfonos inteligentes conectados a Internet. En 2020, esa cifra se habrá triplicado con creces hasta llegar a 750 millones de unidades. Creemos que el incremento del número de personas conectadas a Internet dará lugar al continuo aumento de las aspiraciones.
Es importante recordar que las crecientes aspiraciones no se refieren solo a cosas que tienen otras personas, sino a demandas de oportunidades que demasiadas personas no tienen.
Una niña pobre que vive en Quibdó, Colombia, puede enviar mensajes de texto a una amiga en Bogotá y enterarse de todo lo que sucede en el colegio, de lo que está aprendiendo y del empleo que conseguirá cuando se gradúe. Al comparar esa información con lo que ocurre en su propio colegio y con sus propias perspectivas de empleo, probablemente querrá tener las mismas oportunidades.
Constatamos que, cuando las personas están satisfechas con la calidad de la educación, los programas para la primera infancia, la seguridad y el cuidado de la salud, se muestran mucho más satisfechas con sus condiciones de vida. Se trata de esferas en las que el Grupo Banco Mundial ha realizado fuertes inversiones y acumulado conocimientos especializados.
Para alguien como yo, que nació en Corea del Sur cuando ese país era uno de los más pobres del mundo, el aumento de las aspiraciones es algo digno de celebrar. Pero me preocupa la capacidad de todos aquellos que trabajamos en el desarrollo para estar a la altura de las circunstancias.
Las aspiraciones, vinculadas con las oportunidades, pueden generar dinamismo y un crecimiento económico sostenible e inclusivo. Pero me preocupa el hecho de que, como sugieren los estudios, ante la falta de oportunidades para hacer realidad esas aspiraciones, la frustración bien pueda conducir a la fragilidad, los conflictos, la violencia, el extremismo y, eventualmente, la migración.
Ya estamos contemplando tendencias inquietantes: 2000 millones de personas viven en países afectados por la fragilidad, los conflictos y la violencia. Los conflictos violentos, que habían disminuido después de la Guerra Fría, se han venido incrementando rápidamente a partir de 2010. Los incidentes de terrorismo han aumentado un 12 % desde 2012.
A más tardar en 2030, el 50 % de los pobres del mundo vivirá en países afectados por conflictos y situaciones de fragilidad. A menos que hagamos frente a ese desafío, no podremos alcanzar nuestra meta de poner fin a la pobreza extrema a más tardar en 2030.
En el Grupo Banco Mundial creemos que todos tenemos la responsabilidad moral de hacer más para ayudar a las personas a superar tanto la fragilidad como la pobreza extrema, ayudar a estabilizar los países en los que viven esas personas y darles esperanzas para el futuro.
Por ello, en el marco de la AIF-18 hemos duplicado la asignación de recursos para los Estados frágiles, llevando el total a más de USD 14 000 millones. Es necesario que sigamos buscando vías nuevas e innovadoras para llegar a los pobres y hacer que el mundo sea más seguro y estable a través del financiamiento para el desarrollo.
Y en un contexto de aspiraciones ambiciosas —encarnadas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y manifiestas en todos los países a los que he viajado—, tenemos que avanzar rápidamente para garantizar que esas aspiraciones no se conviertan en rabia, en resentimiento, y, en definitiva, incluso en extremismo y migración.
Moral y éticamente, es lo que corresponde hacer. Pero, en virtud de las crecientes aspiraciones, la tarea es mucho más urgente que la que jamás hayamos concebido.
En consecuencia, ¿cómo alcanzar la celeridad y la escala sin precedentes que necesitaremos para hacer realidad esas aspiraciones?
En 2015, antes de que el mundo adoptara los objetivos de desarrollo sostenible, las Naciones Unidas y los bancos de desarrollo se reunieron en Addis Abeba con el fin de analizar la manera en que obtendríamos los recursos para alcanzar dichos objetivos.
Sabíamos que para alcanzar los objetivos mundiales, tal como se denominan actualmente, la comunidad internacional debía trasladar el eje del debate y comenzar a hablar ya no de “miles de millones” en asistencia oficial para el desarrollo, sino de “billones” en inversiones de todo tipo (públicas y privadas, nacionales y mundiales) tanto en capital como en capacidad.
La expresión “de miles de millones a billones” pasó a ser la síntesis que utilizamos para describir la escala del financiamiento que necesitábamos.
Pero para obtener esos billones teníamos que modificar la manera en que realizamos nuestra labor.
Ahora bien, para ser sinceros, no hemos modificado suficientemente la manera en que realizamos nuestra labor. Aún no.
Para cumplir con éxito la enorme tarea que tenemos por delante, debemos fundamentalmente cambiar el enfoque que aplicamos al financiamiento para el desarrollo.
En nuestros diálogos con inversionistas, casi todos ellos dijeron que considerarían la posibilidad de invertir en mercados emergentes si estos fueran menos riesgosos. En vista del bajo rendimiento que muchos propietarios del capital hoy obtienen por sus inversiones, es posible vislumbrar diversos escenarios provechosos para todos en los que el capital obtenga rendimientos más elevados y los países en desarrollo reciban las inversiones y los conocimientos especializados que tanto necesitan.
Por lo tanto, nuestra máxima prioridad deberá consistir en eliminar sistemáticamente los riesgos que suponen tanto los proyectos como los países para propiciar el financiamiento del sector privado y, al mismo tiempo, garantizar que esas inversiones beneficien a los países pobres y a las personas pobres.
Para hacerlo, debemos atraer capital privado en todos los casos en que sea posible. Y debemos combinar ese capital con nuestro conocimiento —experiencia técnica y conocimiento sobre los países y la economía— para que el capital beneficie realmente a los países pobres y a las personas pobres.
Deberíamos usar nuestro propio capital y nuestros conocimientos para actuar como intermediario imparcial entre el sistema de mercado mundial y los intereses de los países emergentes y de las personas pobres, y asegurar que ambas partes se beneficien.
Creemos que todas las instituciones de financiamiento para el desarrollo deberían estar trabajando para atraer capital privado a través de un conjunto de principios que permitirán asegurar el máximo nivel de recursos y de beneficios posible para los pobres. Aún no lo logramos, pero así es cómo pensamos que deberíamos proceder para lograrlo.
Primero, en relación con cada uno de los proyectos que respaldamos tenemos que formular la siguiente pregunta: “¿puede el sector privado financiar esa operación en condiciones comerciales?”.
En 2006, el Gobierno de Jordania estaba trabajando con el Grupo Banco Mundial para financiar mejoras en el Aeropuerto Internacional Reina Alia, en Ammán. Ese proyecto podría haberse financiado exclusivamente con recursos públicos, pero el Gobierno tenía interés en tratar de lograr la participación del sector privado.
El funcionario del Banco Mundial a cargo del proyecto, John Speakman, se comunicó con su contraparte de la Corporación Financiera Internacional (IFC), nuestra institución miembro que se ocupa del fomento del sector privado, quien había trabajado en un proyecto similar en Arabia Saudita y conocía el mercado.
Ambos trabajaron conjuntamente con el Gobierno jordano para sentar las bases para la inversión privada. Cuando IFC estableció la estructura apropiada de la operación e invirtió USD 270 millones de su propio capital, estuvimos en condiciones de atraer suficiente financiamiento en condiciones comerciales para cubrir el resto del proyecto.
El Gobierno contrató a una empresa francesa, que paga a Jordania un cargo anual, para encargarse de la explotación del aeropuerto. Se trata de una genuina asociación público-privada. Jordania recibe el 54 % de los ingresos netos y percibe utilidades año a año.
En los últimos nueve años, sin realizar inversión directa alguna en la mejora del aeropuerto, Jordania ha recibido ingresos por más de USD 1000 millones, y no ha contraído préstamos para proyectos que tenga que reembolsar.
Debemos buscar en todas partes más oportunidades como la del Aeropuerto Reina Alia.
Eso significa que cuando algún proyecto sea viable desde el punto de vista comercial, todos los integrantes del sistema internacional de financiamiento para el desarrollo —los organismos multilaterales y bilaterales— tenemos que convenir en que ayudaremos al Gobierno a negociar un acuerdo con el sector privado que optimice los recursos invertidos, garantice el buen gobierno y respete las normas ambientales y sociales. Ahora, me consta que convenir en ello no ha sido fácil.
Segundo, debemos alentar la introducción de reformas en las etapas iniciales. Constatamos la eficacia de ese proceder en Turquía, en el sector de la energía. A lo largo de una década, junto con otros asociados, respaldamos la creación de mercados de electricidad y gas, centrando la atención en la reglamentación y en la estructura de precios. Utilizamos financiamiento público para inversiones en bienes públicos, como la ampliación de redes de transmisión, y brindamos asesoramiento sobre reformas regulatorias encaminadas a aumentar la eficiencia energética.
Al liberalizarse el mercado, IFC encabezó las inversiones en energía renovable y nuestro Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (MIGA), que se especializa en el otorgamiento de seguros contra riesgos políticos y el mejoramiento del crédito, proporcionó cobertura. Con préstamos en apoyo de reformas de políticas e inversiones públicas por valor de tan solo USD 5000 millones, Turquía logró atraer más de USD 55 000 millones en inversiones privadas en electricidad y gas.
Nuestra meta no consiste tan solo en eliminar los riesgos que plantean los proyectos, sino en eliminar los riesgos que suponen países enteros. A tal fin, en todos nuestros proyectos, en especial los que no sean comercialmente viables debido a la presencia de fallas del mercado o de riesgos percibidos, trabajaremos con los Gobiernos a fin de que se introduzcan reformas regulatorias o de las políticas para que estos proyectos sean comercialmente viables, siempre que sea posible.
Tercero, tenemos que utilizar financiamiento público o en condiciones concesionarias en formas innovadoras para mitigar el riesgo, y financiamiento combinado para respaldar la inversión privada. En esto estamos trabajando en la actualidad: un mecanismo de mitigación de riesgos denominado Programa de Carteras de Cofinanciamiento Administradas. Esta plataforma permite a los inversionistas institucionales de países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) invertir en proyectos en el mundo en desarrollo y obtener rentabilidad de su inversión.
IFC y el Organismo Sueco de Cooperación para el Desarrollo Internacional proporcionan una garantía de primeras pérdidas del 10 %, creando un perfil de riesgos propicio para la inversión en una cartera de préstamos para infraestructura en mercados emergentes. Esto permite a asociados como la aseguradora Allianz, cuya disposición a asumir riesgos es relativamente moderada, invertir en mercados emergentes. Allianz proporciona USD 500 millones. Esta plataforma puede movilizar entre USD 8 y USD 10 por cada dólar de fondos públicos.
Algo que quisiéramos hacer, por ejemplo, es hallar la manera de que un fondo de pensiones del Reino Unido pueda invertir en la construcción de caminos en Dar es Salaam, obtener una rentabilidad razonable por esa inversión y, al mismo tiempo, hacer mucho bien.
En forma similar, MIGA ha venido trabajando en los últimos años con el Departamento de Desarrollo Internacional del Gobierno del Reino Unido, con Suecia y con Canadá. Actualmente están asignados USD 90 millones de financiamiento de donantes para catalizar USD 800 millones en inversiones privadas para proyectos en países frágiles y afectados por conflictos.
Uno de nuestros nuevos instrumentos es el Servicio de Financiamiento para el Sector Privado, de la AIF, por un monto de USD 2500 millones, que son parte de la última reposición de recursos de la AIF, que alcanzó un nivel sin precedentes de USD 75 000 millones. Entre otros elementos, incluye un Mecanismo de Mitigación de Riesgos destinado a proporcionar garantías basadas en proyectos y sin indemnidad soberana, y un Mecanismo de Financiamiento en Moneda Nacional para mitigar el riesgo cambiario que sobreviene cuando los mercados aún no están desarrollados.
Hay sectores que solo pueden financiarse con fondos públicos, pues de otro modo no podrían cumplir con sus objetivos debido a los requisitos de recuperación de costos propios del financiamiento en condiciones comerciales, y tenemos la esperanza de que si logramos crear mercados y también aplicar estos principios, los países podrán utilizar recursos públicos escasos para invertir más en las personas, generar resiliencia y responder ante las crisis.
También tenemos que seguir buscando sendas que conduzcan a la participación del sector privado en estos ámbitos, pero solo si ello favorece los intereses de todos, en especial de quienes actualmente se encuentran excluidos de los beneficios del desarrollo. Pongamos por ejemplo el caso de la igualdad de género y su fomento como consecuencia de la apertura del acceso de la mujer al financiamiento y la liberación de la iniciativa empresarial. Proporcionar acceso al capital a las mujeres no es difícil, pero también debemos trabajar por reformar las políticas gubernamentales para que las mujeres puedan hacer pleno uso de sus nuevos recursos.
Estos principios no solo son pertinentes en países cuya situación es estable, sino que también pueden aplicarse en Estados frágiles y afectados por conflictos. En Iraq, años de guerra y abandono dieron lugar a apagones diarios, con el consiguiente perjuicio de la economía. Incluso en Iraq preguntamos: ¿puede el sector privado financiar la generación y la distribución de electricidad en estas circunstancias?
La respuesta fue afirmativa en cuanto a producción de electricidad, pero no aún en lo referente a la distribución de electricidad. Invertimos USD 250 millones de recursos de IFC y ayudamos al Gobierno a introducir reformas de políticas y movilizar así otros USD 125 millones en capital privado para la producción de electricidad.
Esta inversión amplió en el 50 % la capacidad de una central eléctrica existente, lo que permitió llevar electricidad a tres millones de personas, y ayudó a terminar una nueva central eléctrica que suministrará alrededor de la mitad de la energía para Bagdad.
Lograr la participación del sector privado en la creación de empleo y el crecimiento de la economía puede ser una de las vías más eficaces para prevenir conflictos en el futuro.
Pero quisiera ser claro, no se trata de una situación similar a la de los malos viejos tiempos de la privatización. Fui parte de un grupo que se manifestaba en contra de esos malos viejos tiempos. No estamos hablando de revivir un planteamiento en que la respuesta a servicios públicos mal administrados, o a empresas estatales no rentables, solía ser un intento de privatización excesivamente simplificado.
En los últimos años de la década de 1990, por ejemplo, en uno de nuestros préstamos prescribimos la privatización de SENELEC, la compañía de electricidad de Senegal. Pocos años después, el programa de privatización fracasó y el Gobierno tuvo que adquirir nuevamente dicha empresa de servicios públicos.
Muchos programas de privatización similares estaban mal concebidos, pues no se comprendían claramente los cometidos y las obligaciones de los administradores estatales y privados. Tampoco se preveía la introducción de reformas fundamentales de sectores completos.
En la actualidad centramos la atención en mucho mayor medida en la cuestión de si el contexto regulatorio proporciona incentivos para una gestión eficiente; si se están aplicando sistemáticamente principios comerciales, y si los subsidios a los servicios son transparentes y se centran en los pobres, e idealmente, si se financian sin afectar la viabilidad comercial.
Estamos hablando de un tipo de planteamiento muy diferente. Lo que surgió en Addis Abeba fue un consenso en cuanto a que el capital privado era esencial para el desarrollo, pero que el desarrollo debía ser impulsado por los países y centrarse siempre en beneficiar a los pobres.
En todos los casos tenemos que formularnos las siguientes preguntas: ¿cuáles son las prioridades del Gobierno?, ¿qué medidas sirven el mejor interés de los países pobres y de las personas pobres?, ¿podemos encontrar soluciones favorables para todas las partes?, ¿y esas inversiones son congruentes con nuestros valores básicos: acceso, inclusión e igualdad?
Es fácil hablar sobre este planteamiento, pero será muy difícil transformar la arquitectura internacional para el desarrollo a fin de avanzar en esta dirección.
El mundo del desarrollo aún no ha emprendido esa senda. Tampoco lo ha hecho el Grupo Banco Mundial. No obstante, es algo que debemos hacer, y en el Grupo Banco Mundial sabemos que tenemos que empezar por hacerlo nosotros.
Esto es lo que haremos en nuestra propia organización:
- Tenemos que modificar la estructura de incentivos.
Cuando John Speakman ayudó a obtener financiamiento privado para el Aeropuerto Reina Alia, estaba actuando contra sus propios intereses. Los incentivos estaban estructurados de modo que lo mejor que él pudo haber hecho en interés propio era tratar de estructurar un préstamo y conseguir que fuera aprobado rápidamente por el Directorio.
Si un funcionario del Banco Mundial pasa años preparando un proyecto y su labor es tan buena que el proyecto se vuelve comercialmente viable, deberíamos celebrar ese logro.
Actualmente eso no sucede.
Pero estamos trabajando para modificar los incentivos, definiendo y haciendo el seguimiento de la movilización directa de capital comercial, para poder premiar todos los esfuerzos encaminados a atraer financiamiento privado.
Estamos estableciendo un sistema de seguimiento que capta modalidades de movilización indirectas, e ideando la manera de premiar a los miembros del personal que se ocupen de programas de asesoría, la creación de mercados y la generación de condiciones propicias para la inversión.
- Tenemos que realizar una labor mucho más eficaz en todo el Grupo Banco Mundial.
Se trata de formular las preguntas adecuadas: ¿la estructura de financiamiento para un proyecto es viable para el financiamiento comercial?, ¿qué haría falta si no lo fuese?
Esto significa que los miembros del personal del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) y de la AIF tienen que pensar más como inversionistas privados, y el personal de IFC y de MIGA tiene que hacerlo, en mayor medida, como reformadores de políticas públicas.
Si los miembros del personal de cada par de instituciones pueden ponerse en el lugar de los del otro par, podemos avanzar mucho en multiplicar el financiamiento para el desarrollo.
- Debemos modificar la imagen que tenemos de nosotros mismos.
En este momento, nos vemos como prestamistas, y como inversionistas.
Nos vemos haciéndonos cargo de pequeñas partes de la agenda de desarrollo, financiando proyectos directamente y trabajando en pos de metas específicas en materia de políticas.
Tenemos que vernos, en cambio, como asesores estratégicos e intermediarios imparciales que vinculen un capital que busca generar una mayor rentabilidad con países que tratan de alcanzar sus más ambiciosas aspiraciones.
Uno de nuestros cometidos más importantes consiste en añadir nuestros conocimientos al capital cuando este fluye al mundo en desarrollo. Y no se trata solamente de conocimientos sobre la manera de construir un puente, de generar energía o de prestar servicios de saneamiento del agua. Debemos añadir nuestros conocimientos acerca del modo de hacer esas cosas en países en desarrollo específicos. Es un conjunto de aptitudes muy especial, y es eso lo que da un carácter singular a organizaciones como el Grupo Banco Mundial.
Y en lugar de limitarnos a vincular nuestros conocimientos con nuestro propio capital, tenemos que apalancar estos conocimientos vinculándolos con el cuantioso capital que podemos movilizar del sector privado.
Tenemos que convertirnos en el intermediario imparcial entre el sistema de mercado mundial y los intereses de los países emergentes y de las personas pobres.
Creemos que cada integrante de la comunidad del desarrollo debería ser un intermediario imparcial que ayude a generar resultados beneficiosos para todas las partes, en que los propietarios del capital obtengan una rentabilidad razonable y los países en desarrollo logren el máximo volumen posible de inversiones sostenibles.
Nunca han existido condiciones más propicias que las actuales para hallar esas soluciones provechosas para todos. Habría que movilizar los billones de dólares que se encuentran inactivos —generando escasos intereses—, y a los inversionistas que están buscando oportunidades más favorables para que nos ayuden a atender las aspiraciones cada vez mayores de las personas de todo el mundo.
Se trata de un cambio fundamental de nuestra concepción de identidad. En muchos casos, las instituciones de financiamiento para el desarrollo han competido unas con otras tratando de financiar proyectos —en especial, esas oportunidades que el sector privado, con un poco de ayuda, podría financiar en condiciones comerciales.
Durante demasiado tiempo nuestro primer pensamiento era cómo lograr la aprobación de un préstamo o una donación. Pero a menudo eso no es lo mejor para los pobres ni para los países pobres; tampoco es lo mejor para el mundo.
Tenemos que tener una conversación diferente y difícil acerca de la manera en que abordamos el financiamiento para el desarrollo.
Es una tarea urgente. El plazo para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible se acorta.
En lo que respecta al cambio climático, el tiempo se agota y tenemos que replantearnos la manera de lograr que los sectores privado y público aúnen fuerzas para avanzar de inmediato en las esferas de la mitigación y la adaptación.
Debemos hacerlo en forma coordinada, para poder suscitar de inmediato el máximo impacto posible y estimular el mercado para generar mayores inversiones en cosas como la energía de fuentes renovables.
Esto nos pone a prueba. ¿Podemos aprovechar esas enormes soluciones potenciales favorables para todas las partes?
¿Podemos poner fin a la competencia mutua en pos de proyectos y, en cambio, adoptar un enfoque basado en pruebas con respecto al financiamiento, que ofrezca las mayores posibilidades de obtener resultados para la población más pobre; que brinde las mayores posibilidades de lograr resultados para el planeta, y que redefina el concepto de desarrollo de una manera fundamentalmente diferente?
Quiero terminar con el relato de un episodio de uno de mis viajes recientes. Hace algunas semanas visité una escuela en Tanzanía, y le pregunté a los alumnos, de 11 años de edad: “¿Qué quieren ser cuando sean grandes?”
Dos niños se pusieron de pie y respondieron: “Quiero ser presidente del Banco Mundial”.
Esto fue lo que les dije. Nací en 1959 en un país que era de los más pobres del mundo. Ese año, el Banco Mundial señaló que sin financiamiento externo, a Corea le sería difícil satisfacer algo más que “las necesidades básicas para la vida”. Corea recién reunió las condiciones para obtener préstamos del Banco Mundial en 1963.
En 1963, cuando yo estaba en el preescolar, si David Woods, el presidente del Banco Mundial de esa época, hubiera visitado mi salón de clase dudo que hubiera podido imaginar que uno de sus sucesores estaba sentado en esa aula.
A esas niñas y niños de Tanzanía les dije: “No dejen que nadie les diga que no pueden ser presidentes del Banco Mundial. Y no dejen que nadie les diga que no pueden llegar a ser lo que ustedes quieran ser. Sí pueden”.
Estoy convencido. Pero ello no sucederá a menos que todos nosotros decidamos que no vamos a permitir que esas aspiraciones se frustren por nuestra inacción o, lo que es peor, por la inercia de la burocracia.
Tenemos que hacer nuestra la noción de que nuestra mayor responsabilidad moral consiste en crear igualdad de oportunidades, para que todas las personas tengan la posibilidad de alcanzar sus máximas aspiraciones.
En el día de hoy, aquí en la London School of Economics, quiero formular un desafío para nosotros —el Grupo Banco Mundial, toda la comunidad del desarrollo, y todos los futuros líderes de los ámbitos económico y político presentes en la sala— que consiste en actuar con la celeridad y en la escala que requieren los tiempos que vivimos, y en cambiar fundamentalmente nuestra manera de abordar el desarrollo.
En torno nuestro, las aspiraciones van en aumento; para atenderlas, tratemos de que nuestras propias aspiraciones sean, también, más ambiciosas.
Muchas gracias.