Texto pronunciado
Gracias, Zeinab. Agradezco también al Secretario General António Guterres, mi amigo António, por sus amables palabras. Pero todo empezó, creo que hace cinco años y medio, en una sala muy parecida a esta de las Naciones Unidas, cuando escuché hablar por primera vez a António, quien se refirió a la crisis de los refugiados sirios. Sus palabras fueron tan claras, tan contundentes, tan encendidas, que despertaron en mí la convicción de que el Banco Mundial no podía seguir manteniéndose al margen de las crisis de los refugiados. Ese fue por cierto el comienzo de la muy estrecha relación de trabajo que establecimos. De ahí ampliamos nuestra labor a las pandemias y, ahora, a las hambrunas. António, simplemente quiero agradecerle por su gran liderazgo y, en verdad, por hacernos participar en una relación de trabajo mucho más estrecha con ustedes.
Nuestra identificación con el principio de tolerancia cero es muy genuina. Nos hemos comprometido a hacer más, y a actuar más eficazmente, para anticiparnos a las hambrunas.
Se trata de una cuestión moral fundamental. El hecho de que decenas de millones de personas corran riesgo de morir de hambre constituye una tragedia. Y el hecho de que en el siglo xxi no hayamos puesto fin a las hambrunas representa un fracaso colectivo de proporciones bochornosas.
Se trata, además, de un problema económico crucial. Desde una perspectiva de capital humano, las hambrunas provocan el aumento de la mortalidad infantil, incrementan el retraso en el crecimiento, y dificultan el desarrollo cognitivo de los niños concebidos en el período de hambruna y el de los niños que sobreviven.
La mortalidad infantil se incrementa en aproximadamente un 60 %; la estatura media de los niños menores de 5 años se reduce en 2 centímetros, y su asistencia a la escuela disminuye en unos 6 meses. Sabemos que el retraso en el crecimiento impide el adecuado desarrollo del cerebro infantil. Es muy probable que esos niños nunca se recuperen; de hecho, pueden verse condenados al fracaso.
Esa situación reducirá la productividad y los ingresos a lo largo de toda su vida. En general, es posible que los ingresos durante toda la vida de un niño o niña nacidos durante una hambruna se reduzcan en un 13 % o más.
Existen también pruebas contundentes de que las hambrunas empañan las perspectivas. Es más probable que los hijos de madres nacidas en períodos de hambruna tengan un desempeño más insatisfactorio, creándose así un círculo vicioso en que el deterioro económico persiste a lo largo de varias generaciones.
En el mundo, millones de hogares —124 millones de personas— padecen una malnutrición elevada o mayor que la habitual. Y la única manera en que pueden satisfacer sus necesidades alimentarias básicas consiste en agotar sus recursos, lo que los deja aún más expuestos a las crisis en el futuro.
Al referirnos a esas tragedias es fácil perderse en las cifras: 100 000 personas muertas en un país; 1 millón, en otro. Cada una de estas personas es alguien que tiene sueños y esperanzas, y que merece la oportunidad de una vida plena; y en los afortunados que sobreviven, la hambruna también puede destruir la esperanza. Estamos en condiciones de cambiar ese panorama.
Nos aguardan desafíos, y el compromiso que estamos asumiendo consiste en hallar una manera nueva e innovadora de encararlos.
Primero, es preciso que cada advertencia temprana se traduzca en una acción temprana. Sin embargo, una y otra vez, las campanas de alarma han resonado en oídos sordos. Los fondos solo comienzan a fluir cuando en la televisión o en los teléfonos inteligentes aparecen imágenes de niños hambrientos.
Esto es totalmente inadmisible. Invertir en respuestas más proactivas para evitar crisis humanitarias podría salvar millones de vidas, y además reducir en hasta el 30 % los costos que recaen sobre la comunidad internacional.
En segundo lugar, necesitamos —antes, durante y después de las crisis— una acción colectiva sostenida. Los protagonistas de la actividad humanitaria cumplen un papel vital dando respuesta a las hambrunas que sobrevienen, pero no pueden hacerlo solos. La comunidad del desarrollo debe complementar el talento, el financiamiento y la dedicación de los trabajadores humanitarios y, de hecho, ayudar a salvaguardar todos los logros que se hayan alcanzado, para que puedan intensificar aún más sus esfuerzos.
En tercer término, debemos garantizar que los organismos nacionales e internacionales colaboren entre sí más estrechamente para crear enfoques más integrales en materia de prevención de las hambrunas, preparación para enfrentarlas y acción temprana ante ellas. La respuesta colectiva que dimos el año pasado fue mucho más eficaz que la desplegada durante la hambruna ocurrida en Somalia en 2010 y 2011, que causó la muerte de 250 000 personas, pero en general el sistema sigue siendo el mismo, y el financiamiento y la acción suelen llegar demasiado tarde.
El estilo de adopción de decisiones ad hoc aplicado hasta ahora debe dejar paso a una planificación estratégica y coordinada que abarque a las comunidades humanitaria y del desarrollo y, siempre que sea posible, a los Gobiernos.
Ahora estamos dando un paso histórico para hacer frente a estos desafíos y cumplir nuestro compromiso de poner fin al círculo vicioso de pánico y negligencia en relación con las hambrunas.
En el curso del año pasado, en el Grupo Banco Mundial —en colaboración plena con las Naciones Unidas, donantes internacionales, el Comité Internacional de la Cruz Roja, organizaciones no gubernamentales y entidades académicas y filantrópicas, así como con el sector privado— hemos estado trabajando para crear el Mecanismo de Acción contra la Hambruna (MAH), el primer mecanismo mundial dedicado específicamente a prevenir las hambrunas y respaldar las actividades de preparación y respuesta ante este flagelo.
¿Qué hará el MAH?
En primer lugar, el MAH permitirá aumentar la capacidad de predicción de nuestros sistemas de alerta temprana, ayudando a garantizar respuestas oportunas a riesgos de hambruna incipientes. Nos basamos en la excelente labor llevada a cabo por asociados de las Naciones Unidas, la Comisión Europea, la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Programa Mundial de Alimentos y la Red de Sistemas de Alerta Temprana contra la Hambruna para poner a prueba enfoques nuevos y avanzados de elaboración de modelos de riesgos de hambruna.
Por primera vez hemos formado una coalición mundial de empresas de tecnología —de la que forman parte Amazon, Google, Microsoft y entidades de tecnología nuevas— para explorar el uso de tecnologías disruptivas, como las de inteligencia artificial y aprendizaje automático, para estimar el riesgo de hambruna en forma más precisa, rápida y con mayor eficacia en función de los costos.
Los asociados tecnológicos ayudarán a recopilar y analizar datos más completos, lo que reviste importancia decisiva para ayudar a los responsables de la adopción de decisiones a responder más tempranamente y anticiparse a los riesgos para que no se conviertan en hambrunas.
Con el MAH se procura asimismo dar un carácter previsible y estratégico al financiamiento, para lo cual se hará hincapié en el aumento de las inversiones con el propósito de hacer frente a las causas raigales de los riesgos de hambruna que se ciernen sobre poblaciones enteras año tras año.
El MAH reforzará además el vínculo entre las alertas tempranas de hambruna y el financiamiento, para respaldar una acción temprana coherente cuando el riesgo de hambruna comience a incrementarse.
A nivel mundial, la Asociación Internacional de Fomento —el fondo del Banco Mundial para los países más pobres— proporciona anualmente, en promedio, USD 1000 millones para operaciones encaminadas a mejorar la seguridad alimentaria y la resiliencia frente a la hambruna. En la mitad de estas operaciones se incluyen medidas orientadas a dar respuesta a crisis alimentarias incipientes o en curso. A través del MAH podemos asignar más acertadamente esos recursos en una etapa más temprana, y garantizar que el financiamiento destinado a dar respuesta a la inseguridad alimentaria y aumentar la resiliencia frente a ella sea un componente más importante de nuestra labor.
También estamos estudiando modalidades innovadoras de financiamiento, como posibles soluciones de distribución de riesgos con los mercados de capital, e identificando formas de armonizar estos diversos recursos en el marco de planes de financiamiento integrales y estratégicos que abarquen todo el sistema internacional.
Por último, el MAH operará con asociados clave y se basará en la labor en marcha a nivel nacional y mundial para ayudar a garantizar que los recursos se canalicen hacia las intervenciones más eficaces y bien coordinadas. En lugar de crear estructuras paralelas, trabajaremos con los sistemas existentes en la mayor medida posible para hacer el mejor uso factible de nuestros recursos limitados, por ejemplo, creando redes de protección social.
Permítaseme añadir tan solo una observación: ya hemos demostrado los buenos resultados de estos tipos de acciones con el Mecanismo de Emergencia para Casos de Pandemia. La clave —y Henriette está aquí presente— es que hemos acordado por anticipado que ese financiamiento se encauce al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y a todos los organismos que normalmente responden a las pandemias, con lo que el dinero fluirá más rápido. En la República Democrática del Congo, en lugar de esperar ocho meses para que llegue financiamiento, hemos liberado, en el primer mes, alrededor de USD 1 millón por paciente de ébola, con lo cual se puso fin a esa epidemia. Lamentablemente, otra epidemia brotó en otra región de ese país, pero sabemos que, si mantenemos esos diálogos con anticipación, podemos impedir efectivamente el avance de esos males.
Esta labor nos entusiasma. Nos entusiasma el hecho de que el Secretario General la supervisará personalmente. Creemos que si hacemos las cosas bien podemos relegar la hambruna a la historia.
Gracias.