El desafío de hoy
Me siento muy honrado de estar hoy aquí con el presidente Tessier-Lavigne y el secretario de Estado Shultz, quien brinda su apoyo al Grupo Banco Mundial desde hace ya muchos años. Y, desde luego, es un gran honor que esté también la secretaria de Estado Rice. Dos ex secretarios de Estado para un discurso. Es la primera vez que me pasa, y es un verdadero honor contar con su presencia.
Uno de mis héroes, el Dr. Martin Luther King, habló sobre la pobreza aquí, en Stanford, en abril de 1967, en un momento de disrupción. La década de 1960 fue una época agitada, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. En esa oportunidad afirmó: “Hoy en día, la lucha es más difícil, porque ahora luchamos por la igualdad genuina. Es mucho más fácil lograr la integración racial en un restaurante que garantizar un ingreso digno y un buen empleo”.
En el Grupo Banco Mundial, todos los días nos enfrentamos a esta preocupación por los ingresos dignos y los buenos empleos, en especial en la era actual de cambio tecnológico. ¿Cómo vamos a brindar oportunidades a los más pobres y a los más vulnerables? ¿Qué función puede desempeñar la tecnología en esto?
La tecnología puede ayudarnos a abordar los desafíos mundiales más acuciantes de nuestro tiempo, pero también plantea nuevos riesgos, que van desde la seguridad informática hasta la privacidad de los datos. Nos hemos fijado como prioridad central comprender las tecnologías disruptivas y aprender de sitios como Silicon Valley. Por eso hemos venido hoy a Stanford.
Si entran por la puerta principal de la sede del Grupo Banco Mundial, verán esta frase en uno de los muros: “Nuestro sueño es un mundo sin pobreza”. Fue colocado por mi amigo Jim Wolfensohn, expresidente del Banco Mundial. Cuando traspuse esa puerta en julio de 2012, pregunté: “¿Por qué es solo un sueño? ¿Por qué no fijamos una meta para lograr el fin de la pobreza?”.
Durante tres meses, nuestros economistas trabajaron para dilucidar cuál debería ser la meta, y establecimos nuestro primer objetivo: poner fin a la pobreza extrema para 2030. También fijamos otro objetivo para abordar el problema de la desigualdad: impulsar los ingresos del 40 % más pobre.
Luego tuvimos que decidir cómo íbamos a alcanzar esos objetivos, cómo íbamos a poner fin a la pobreza e impulsar la prosperidad compartida. Propusimos tres caminos:
El primero consiste en hacer crecer las economías, y esa es probablemente la labor más conocida del Grupo Banco Mundial. Queremos un crecimiento económico equitativo y sostenible.
El segundo es promover la resiliencia frente al cambio climático, frente a las pandemias, frente a las migraciones, y resiliencia para los individuos, lo que incluye la protección social.
El tercero es invertir en las personas. Ahora comprendemos más claramente que la salud y la educación son mucho más significativas para el crecimiento económico de lo que pensábamos.
Y en medio de todo esto está la tecnología. ¿Qué función puede cumplir la tecnología para ayudarnos a avanzar en los tres frentes?
La pobreza en la actualidad
Quisiera darles un panorama de cómo es la pobreza en el mundo: todavía hay 736 millones de personas que viven en la pobreza extrema, esto es, con menos de USD 1,90 al día. Pero el 25 % de la población mundial vive con menos de USD 3,20 al día, valor que marca el límite o índice de la pobreza en muchos países. Y casi la mitad del mundo vive con menos de USD 5,50 al día.
¿Cómo es la pobreza? Con la ayuda de una de nuestras entidades asociadas, Gapminder Foundation, entrevistamos a varias familias ubicadas en estos niveles de ingreso. Aquí les voy a presentar a tres.
La primera es la familia Alimata. Viven en la región central de Burkina Faso. Guebre, de 35 años, vende ropa, y su esposa, Yoni, de 22, vende pan. En conjunto, trabajan unas 103 horas por semana. Viven con sus dos hijos en una vivienda de una sola habitación, que ellos mismos construyeron. La casa no tiene electricidad ni baño. Casi todos los ingresos de la familia —casi el 100 %— se gasta en alimentos. Prácticamente no pueden ahorrar dinero.
Guebre y Yoni pasan tres horas y media por semana recolectando agua de una fuente cercana, y usan carbón y leña para hacer funcionar su cocina. Nunca se fueron de vacaciones. Lo próximo que planean comprar, si cuentan con el dinero, es ropa. Tienen la esperanza de poder comprar una motocicleta algún día. Eso transformaría por completo sus perspectivas de ingresos.
Ahora les voy a describir cómo es vivir con menos de USD 3,20 al día. Kalu Ram y Kherun Nisha viven en Jaipur (India). Tienen una tienda donde venden kachori, un bocadillo frito picante. Recibieron un préstamo de Equitas, cliente de la Corporación Financiera Internacional (IFC), que les permitió abrir su negocio y, de ese modo, duplicar sus ingresos.
Las familias que se sitúan en este nivel de ingresos tienen viviendas hechas de piedra o de ladrillo cocido. Es probable que tengan electricidad y un grifo de agua. Pueden comprarse sandalias y quizá tengan una cocina. Probablemente tengan teléfono celular y tal vez un pequeño televisor.
Cuando se tomó esta fotografía, les preguntamos a Kalu y Kherun cuáles eran sus anhelos. Querían comprar una bicicleta para su hijo. De modo que, más allá de la mera subsistencia, pensaban que lo próximo que harían sería dar a su hijo algo que excediera lo estrictamente necesario.
Ahora les voy a contar cómo es vivir con menos de USD 5,50 al día. La familia Poma vive en la región de La Paz, en Bolivia. Juan, de 43 años, es carpintero. Con su esposa, Eulogia, tienen cinco hijos.
La familia vive en una casa de dos habitaciones ubicada en una colina peligrosa, pero les gusta la vista y la seguridad de poseer una vivienda.
La electricidad es estable, y tienen una cocina a gas. La familia compra todos sus alimentos, para lo que destina cerca del 80 % de los ingresos de Juan. En el patio tienen agua potable y un baño.
Juan nunca se fue de vacaciones, pero ha viajado hasta la frontera del país. Su posesión favorita es el televisor. Le gustaría poder mejorar pronto las paredes de su casa, y su sueño es tener un refrigerador.
Estas tres familias representan el modo en que vive más de la mitad de la población mundial.
Aspiraciones más altas, desafíos mundiales
Como ingrediente adicional en esta descripción de la pobreza, esto es lo que veo en casi todos los sitios que visito: personas con sus teléfonos inteligentes y conectadas a Internet.
Algunos prevén que, ya para 2025, los 8000 millones de personas que viven en el mundo tendrán acceso a banda ancha. Probablemente tendrán acceso a un teléfono inteligente, si es que no poseen uno. En el Banco Mundial hemos estudiado lo que esto significa para nuestros dos objetivos.
Lo primero que sucede cuando alguien tiene acceso a banda ancha es que se eleva su grado de satisfacción con la vida. Logra comunicarse con otras personas. En algunos países, incluso países pobres como Kenya, se puede enviar y recibir dinero.
La otra cosa que sucede es que su ingreso de referencia (es decir, aquel con el que compara su propio ingreso) también se eleva. Nuestras investigaciones muestran que, en promedio, si el ingreso de referencia de una persona sube un 10 %, sus propios ingresos tienen que aumentar un 5 % para que mantenga el mismo nivel de satisfacción.
Pero cuando nos centramos en el 40 % más bajo de la distribución, si el ingreso de referencia de esas personas se eleva un 10 %, sus propios ingresos tienen que subir un 20 % solo para preservar el mismo nivel de satisfacción.
Esto está ocurriendo en todos lados. Las aspiraciones son cada vez más altas, y eso es muy bueno. Yo nací en Corea cuando era uno de los países más pobres del mundo, y mi familia pudo sacar provecho de numerosas oportunidades. Creo que todos deberían tener grandes aspiraciones, y ahora debemos buscar la manera de cumplirlas.
Pero encontramos numerosos desafíos para brindar oportunidades a todas las personas. El cambio climático es uno de ellos. No hay un solo dirigente africano que no les diga que se encuentra bajo el yugo del cambio climático. Los recientes episodios de sequías e inundaciones ilustran de qué manera han cambiado las cosas, y tenemos que responder a esos cambios.
Les voy a presentar algunos datos. El dióxido de carbono en la atmósfera se encuentra en el nivel más alto en 800 000 años; en todo el mundo, 2017 fue el segundo año más caluroso desde 1880, y 18 de los 19 años más calurosos de los que se tenga registro son posteriores al año 2000. El ritmo del aumento del nivel del mar es el más rápido observado en 2000 años.
El Ártico se está calentando al doble de velocidad que cualquier otro sitio de la Tierra. En 2017 y por tercer año consecutivo, el volumen de hielo del mar Ártico descendió a un nivel sin precedentes.
Cualquiera sea la opinión que se tenga sobre la ciencia del cambio climático, nosotros nos enfrentamos a este problema todos los días, en especial en los países más pobres.
Hay también otros factores que han impactado sobre la capacidad que tenemos para hacer nuestro trabajo. La fragilidad y los conflictos están afectando a cada vez más personas. La cantidad de pobres que habitan en países frágiles se ha incrementado de 439 millones en 2010 a más de 2000 millones en la actualidad.
Las condiciones de fragilidad y conflicto guardan una estrecha correlación con las hambrunas. Hoy en día, 124 millones de personas viven en situaciones de inseguridad alimentaria de niveles críticos. En condiciones de hambruna, la mortalidad infantil se incrementa en aproximadamente un 60 %. La estatura promedio de los niños menores de 5 años (que mide el retraso en el crecimiento) cae 2 centímetros, y el tiempo de permanencia en la escuela baja aproximadamente un 50 % por año.
© Stanford University
Aprovechar la tecnología para abordar los desafíos mundiales
En el Grupo Banco Mundial estamos tratando de hallar soluciones para encarar estos desafíos mundiales mediante el uso de tecnología y de instrumentos novedosos de financiamiento.
Clima
Un ejemplo es el almacenamiento eléctrico en baterías. En los últimos años, los precios de la energía solar han bajado abruptamente. Cuando ingresé al Grupo Banco Mundial en julio de 2012, nos complacía haber logrado un costo de la energía solar de 13 centavos de dólar por kilovatio/hora (KWh), sin incluir el almacenamiento. Sin embargo, este año, ese costo es de tan solo 2 centavos por KWh. Pero ahora el problema es el siguiente: cuando brilla el sol, la gente tiene energía eléctrica, pero cuando no, la población no tiene electricidad, a menos que también se la haya almacenado en baterías. Los habitantes de los países en desarrollo —como todos los demás habitantes del mundo— quieren energía eléctrica las 24 horas del día. Los niños quieren estudiar. Las familias no quieren cocinar a oscuras.
Hicimos una pregunta muy sencilla: ¿Por qué no baja el costo de las baterías, y por qué no hay más países que compren baterías para suministrar energía eléctrica las 24 horas del día? La respuesta es que no hay suficiente demanda por parte de los países en desarrollo.
Así es que la semana pasada en la Asamblea General de las Naciones Unidas, anunciamos que proporcionaremos USD 1000 millones para almacenamiento eléctrico en baterías en los países en desarrollo. Eso permitirá movilizar otros USD 4000 millones: USD 1000 millones de los diversos fondos relacionados con el clima, y aproximadamente USD 3000 millones en inversiones del sector privado. Por primera vez en la historia, contaremos con USD 5000 millones para aumentar la demanda y crear incentivos para bajar el precio de la tecnología de las baterías. IFC ha respaldado a las empresas que en los últimos tiempos han demostrado capacidad para reducir el costo del almacenamiento en baterías, de USD 300 por KWh a USD 100 por KWh, lo que puede ser un suceso radicalmente transformador. Con dicha reducción a USD 100 por KWh podremos contar con energía solar —incluido su almacenamiento— a un costo de unos 5 centavos por KWh.
Estamos valiéndonos de nuestro financiamiento para crear incentivos en el mercado, de modo que podamos seguir reduciendo el costo del almacenamiento y proporcionar energía limpia para todos.
Hambruna
Otro ejemplo de cómo pueden encararse las crisis de desarrollo con la tecnología es la alianza con Google, Amazon y Microsoft que anunciamos hace poco para desarrollar un modelo de inteligencia artificial que ayude a predecir cuándo y dónde puede ocurrir una hambruna. La hambruna es una cuestión persistente, pero el mayor problema consiste en no dar una respuesta sino cuando ya es demasiado tarde. El poder de este modelo radica en su capacidad para obtener financiamiento para las crisis humanitarias en su inicio, para prevenir directamente las hambrunas.
Fue el mismo problema que tuvimos durante la crisis de ébola de África occidental en 2014. La crisis se había desatado y nadie proporcionaba financiamiento alguno. Pasados ocho meses de iniciada la epidemia, la comunidad internacional seguía sin responder. Si el ébola hubiera llegado a lugares como Karachi o Delhi, podría haberse salido de control. Fue entonces que el Banco Mundial hizo la primera donación de USD 400 millones para prevenir la propagación del ébola.
Era evidente que debíamos encontrar la manera de desembolsar fondos antes. De modo que trabajamos con asociados como Swiss Re y Munich Re para crear seguros contra las pandemias. El nuevo sistema funcionó durante el reciente brote en la República Democrática del Congo, cuando liberamos USD 15 millones con este instrumento y contribuimos a detener, en una etapa temprana, la propagación del ébola.
Maximización de las oportunidades y mitigación de los riesgos
Al mismo tiempo, la tecnología contribuye a resolver los desafíos mundiales y es un factor disruptivo de la industria y el empleo.
El temor a que las máquinas nos dejen sin trabajo viene de siglos atrás. Karl Marx expresó en 1867 en El Capital: “En su forma de máquina, el instrumento de trabajo se convierte enseguida en competidor del propio obrero”.
Por ejemplo, los luditas fueron trabajadores textiles de Inglaterra que protestaron contra la automatización destruyendo telares entre 1811 y 1816. E. P. Thompson, uno de mis historiadores favoritos, escribió que “el ludismo era un movimiento cuasiinsurreccional, que se agitaba continuamente al borde de ulteriores objetivos revolucionarios”.
En Bangladesh, que tiene una de las industrias de prendas de vestir más eficientes y de costo más bajo del mundo, los dueños de las fábricas están comprando algo que se llama sewbots (máquinas de coser automatizadas). Una nueva empresa de Atlanta que produce estas máquinas alega que una sewbot puede coser una camiseta en 22 segundos —un ritmo que duplica aproximadamente el de un trabajador de Bangladesh— y, en definitiva, a un costo menor.
Si la automatización se apropia de la industria de las prendas de vestir, ¿qué van a hacer los trabajadores? ¿Cómo mantendrán a sus familias? ¿Cómo saldrán adelante en un mundo de oportunidades económicas inciertas y tecnologías que cambian con rapidez? Si se elevan las aspiraciones y faltan oportunidades, ¿habrá sublevaciones?
La Primavera Árabe se relacionó con este tema de muchas maneras. Fue iniciada en Túnez y otros países por jóvenes árabes que tenían educación superior pero muy pocas perspectivas de empleo. ¿Veremos algo así otra vez? Me preocupa porque estoy empezando a ver tendencias semejantes en muchas partes del mundo.
Resulta que las predicciones sobre las pérdidas de empleos son muy poco confiables. Pero sabemos que algunas cosas están cambiando. Desde 2001, la proporción de empleos para los que se requieren habilidades cognitivas y socioconductuales, y en los que se hace uso intensivo de ellas, ha pasado del 19 % al 23 % en las economías emergentes y del 33 % al 41 %, en las economías avanzadas.
Está aumentando la demanda de habilidades cognitivas transferibles de orden superior en todas las regiones —habilidades como la lógica, el pensamiento crítico, la solución de problemas complejos y el razonamiento—. En India hay 4 millones de desarrolladores de aplicaciones y en China, 100 000 etiquetadores de datos. Estas personas toman los datos brutos, los limpian, los organizan y los preparan para que las computadoras puedan procesarlos. Para el trabajo se requiere contar con habilidades lingüísticas sólidas: poder describir un artículo en un máximo de 12 palabras en una forma que lo diferencie de otros artículos, y habilidades de pensamiento crítico, es decir, la capacidad de asociar un artículo tanto dentro de una categoría como entre distintas categorías. Ese trabajo no existía antes de 2014.
Durante mucho tiempo, el pensamiento estándar en el ámbito del desarrollo era que los países recorrerían las etapas normales de la industrialización: de la agricultura a la industria liviana y después a la industria pesada. No cabe duda de que Corea lo hizo. Muchos de los países de Asia oriental y Asia meridional lo están haciendo ahora; sin embargo, tal vez muchos países en desarrollo no puedan seguir este rumbo en la actualidad.
Tres maneras de alcanzar nuestros dos objetivos en una era de disrupción
Dado que la tecnología está alterando la vía tradicional hacia el desarrollo, lo siguiente es lo que debemos hacer para ayudar a los países a competir en la economía del futuro:
1. Acelerar el crecimiento inclusivo y sostenible, lo que comprende sentar las bases de la economía digital para ayudar a los países a competir en el futuro.
2. Fomentar la resiliencia frente a las crisis y amenazas mundiales, lo que incluye establecer sólidas redes de seguridad y programas de protección social centrados en prestar ayuda a los pobres.
3. Invertir más —y de manera más eficaz— en las personas, a fin de prepararlas para los empleos del futuro.
1. Construir economías digitales para promover el crecimiento inclusivo
En primer lugar, construir economías digitales para promover el crecimiento inclusivo. Esto comienza con la infraestructura, y no hay inversión en infraestructura más importante que garantizar que todos tengan acceso a banda ancha. El Grupo Banco Mundial está atrayendo capital del sector privado para posibilitar una infraestructura de banda ancha asequible y fiable.
Por ejemplo, antes de 2009, África oriental representaba el 0,07 % de la capacidad de banda ancha a nivel mundial. Ese año, reunimos a asociados públicos y privados para instalar un cable de fibra óptica submarino que conectara a África oriental con las redes internacionales de fibra óptica. Posteriormente, instalamos cables de fibra óptica que llegaron a África central y conectamos a África occidental con Europa. El costo de la banda ancha se redujo en un 90 % y luego, con la instalación de otros cables, la capacidad aumentó, primero a varios gigabits y, en la actualidad, a varios terabits.
Pero también sabemos que la banda ancha es solo uno de los elementos básicos que requieren los países para construir economías digitales. Mediante nuestra iniciativa Economía Digital para África también se están poniendo en marcha servicios financieros, sistemas de pagos digitales y programas de capacitación para el desarrollo de habilidades en África oriental y occidental. Además, continuamos respaldando proyectos de infraestructura básica: energía más fiable, caminos resilientes al clima, y ferrocarriles.
Debido a que las aspiraciones se elevan con tanta rapidez, es imposible realizar todo esto únicamente con ayuda financiera. La asistencia oficial para el desarrollo ha aumentado de manera extraordinaria. Pero como ahora las aspiraciones se están elevando en todas partes, ningún volumen de asistencia oficial para el desarrollo será suficiente. Por lo tanto, estamos centrando la atención en movilizar las fuentes de capital más grandes.
En este preciso momento, hay más de USD 6 billones invertidos en bonos con interés negativo; USD 10 billones invertidos en títulos de deuda pública de bajo rendimiento, y USD 9 billones en efectivo, sin utilizar, en espera de mejores inversiones que generen una rentabilidad más alta. Si pudiéramos movilizar ese dinero y llevarlo a los países en desarrollo para construir infraestructura, especialmente de banda ancha, esos países no necesitarían utilizar recursos públicos. Sería algo transformador.
2. Promover sociedades resilientes
En segundo lugar, debemos promover sociedades resilientes a través de la protección social. En los países en desarrollo, especialmente los de ingreso bajo, el 90 % de los trabajadores tiene empleos informales. En otras palabras, no trabajan para empresas que les brinden beneficios sociales. Dada la cambiante naturaleza de los empleos y las habilidades, ¿cómo podemos proteger a las personas que no están vinculadas a un trabajo formal frente a nuevas crisis en la economía? Este es uno de los grandes desafíos al considerar los efectos de la automatización en la sociedad.
La tecnología puede ampliar el alcance de los programas de protección social y de las transferencias monetarias, una estrategia que sabemos que da resultado para aumentar la productividad y la resiliencia de los trabajadores formales e informales. Por ejemplo, en India, el programa Aadhaar utiliza tecnología biométrica de punta para que las personas pobres puedan demostrar su identidad más fácilmente y para autentificar a los beneficiarios de numerosos programas sociales. Al mismo tiempo, el Gobierno ha logrado ahorrar miles de millones de dólares gracias a la reducción del fraude, recursos que cubrieron con creces el costo del programa. También hemos observado cómo, en seis años, la inclusión financiera pasó del 35 % al 80 %, y sus mayores beneficios han favorecido a las mujeres y a los pobres, en gran medida gracias al programa Aadhaar.
Otro ejemplo del uso de la tecnología para ampliar la protección social son las tarjetas electrónicas inteligentes con las que se brinda apoyo a 125 000 hogares de refugiados sirios en el Líbano. Las tarjetas dieron tan buen resultado que nosotros decidimos sumarnos para distribuirlas también a la población pobre de ese país. En la actualidad, se están utilizando tarjetas inteligentes de maneras que antes no habríamos imaginado.
3. Invertir en las personas
Ninguno de estos esfuerzos tendrá sentido si no invertimos más, y en forma más eficaz, en las personas. Por mucho tiempo he sostenido que necesitamos más recursos financieros para salud y educación. Y ocurrió. Pero, luego, los líderes, sobre todo los jefes de Estado y ministros de Finanzas, comenzaron a perpetuar la idea de que la responsabilidad en materia de salud y educación recaía en los donantes. Esto condujo a una lamentable subinversión en estos sectores críticos. Debemos encontrar formas de cambiar los incentivos. ¿Cómo podemos presionar a los líderes de los países en desarrollo y convencerlos de que deben invertir más?
Existe una crisis mundial de retraso del crecimiento infantil. Esto significa que un niño menor de 5 años está 2 desviaciones estándar por debajo de la estatura para la edad.
Las imágenes de escaneos cerebrales de un estudio realizado por el profesor Charles Nelson de la Escuela de Medicina de Harvard demuestran los efectos del retraso del crecimiento infantil en el desarrollo de las vías neuronales. Los niños con retraso del crecimiento desarrollan menos conexiones neuronales durante los primeros 1000 días de vida, un período crítico para el desarrollo de su capital humano.
El porcentaje de niños con retraso del crecimiento es impresionante: 45 % en Pakistán; 38 % en India; 36 % en Indonesia. Esto constituye una emergencia médica. Cuando estos niños lleguen a la edad adulta, no estarán en condiciones de competir en la nueva economía.
Combatir el retraso del crecimiento infantil es fundamental para el crecimiento económico. Analizamos datos longitudinales de Indonesia y descubrimos que los niños que sufrían retraso del crecimiento en 1993 tenían una menor función cognitiva en 2014 y 2015. Una menor estatura y habilidad cognitiva en la edad adulta se asociaban a menores ingresos de los adultos: en 2014, una persona que había sufrido retraso del crecimiento en 1993 ganaba un sueldo mensual un 12 % más bajo que las personas que no presentaron esa condición en la niñez.
La “penalización” que representa el retraso del crecimiento es del 10,5 % del producto interno bruto (PIB). Eso significa que el ingreso per cápita de Indonesia es un 10,5 % más bajo de lo que habría sido si ningún miembro de su fuerza de trabajo hubiera sufrido retraso del crecimiento en la niñez. La penalización general del retraso del crecimiento en la región de Asia oriental y el Pacífico es del 7 % del PIB, y en África llega al 9 % del PIB.
También sabemos que los sistemas educacionales están quedando rezagados. La mitad de los alumnos de primaria en los países en desarrollo aún no tiene las competencias mínimas de lectura, escritura y aritmética básica, y hay 264 millones de niños que no asisten a la escuela.
En una encuesta realizada en siete países de África al sur del Sahara, que representan alrededor del 40 % de la población del continente, un tercio de los docentes no dominaba las materias del plan de estudio de lengua de cuarto grado que enseñaban. Y en Mozambique, Nigeria y Togo, la mitad de los docentes no dominaba el programa de estudios que debían enseñar. Esto también es relevante para el crecimiento económico. En promedio, un año adicional de escolaridad genera un 9 % de aumento de los ingresos de toda la vida, y esta rentabilidad es incluso mayor en el caso de las niñas.
¿Qué podemos hacer para ayudar a los países a invertir más, y de manera más eficaz, en su gente? Decidimos crear lo que hemos denominado el Índice de Capital Humano, que clasifica a los países según la calidad de sus inversiones en capital humano. Cuando el Banco Mundial publica clasificaciones, estas siempre generan controversia, pero nosotros queremos que cada país comience a discutir acerca de la calidad de sus inversiones en las personas.
Mediremos los elementos básicos:
- Supervivencia: ¿Podrán los niños que nacen hoy sobrevivir hasta la edad escolar?
- Educación: ¿Qué grado escolar podrán completar y cuánto van a aprender?
- Salud: ¿Podrán terminar su escolarización en buen estado de salud, preparados para salir a trabajar, y con una sólida base para el aprendizaje permanente?
Estamos centrando la atención en los resultados, no en los insumos. En retrospectiva, comprobamos que las inversiones en las personas —para mejorar los resultados en materia de salud y educación— estaban mucho más correlacionadas con el crecimiento económico de lo que jamás imaginamos. Y ante el ritmo de innovación cada vez más acelerado, podría asegurarse que esas correlaciones serán cada vez más estrechas en el futuro.
Diseñar tecnologías para todos
Por último, detrás de estos caminos subyace la necesidad de que tanto los innovadores del sector privado como los del sector público diseñen tecnologías que ayuden a generar igualdad de oportunidades para todos, especialmente para los más pobres.
El punto de partida son las tecnologías que generan empleo: con sus 650 000 trabajadores autónomos, Bangladesh representa el 15 % de la fuerza de trabajo mundial en línea.
Las aldeas Taobao, que conectan a propietarios de negocios autónomos con el mercado virtual chino, han creado más de 1,3 millones de empleos, haciendo que muchos jóvenes que habían migrado a las ciudades regresaran a sus pueblos de origen para iniciar sus propios emprendimientos.
Con LinkedIn, estamos creando una nueva base de datos que permitirá utilizar todos los aportes de los 562 millones de usuarios para ayudar a los responsables de formular las políticas, a las empresas y a las personas a comprender las habilidades y ocupaciones del futuro. Esto ayudará a los Gobiernos a identificar las habilidades que se requieren, expandir las industrias y elaborar programas de capacitación para respaldarlas.
Se pueden diseñar plataformas digitales para eliminar las diferencias de género y ayudar a que el sistema de mercado mundial resulte beneficioso para todos. Estamos trabajando con Airbnb para estudiar el impacto de la modalidad de viviendas compartidas en las comunidades rurales y en las mujeres, que son mayoría entre los anfitriones de la plataforma. El turismo es una de las principales industrias de servicios generadoras de empleo del mundo. Se trata de un sector que probablemente crezca en la era de disrupción actual. Aún necesitamos comprender mejor de qué manera los modelos de negocios basados en la economía colaborativa pueden reducir la desigualdad.
Debemos construir tecnologías que incluyan en su arquitectura central a los más pobres y a los más vulnerables; la solidaridad humana debe estar grabada en el ADN de cada innovación.
En 1998, el crítico cultural de la Universidad de Nueva York Neil Postman dio una charla sobre la tecnología en los umbrales del nuevo milenio. Dijo: “Detrás de cada tecnología hay una filosofía que se manifiesta en el modo en que esa tecnología nos hace usar la mente, en lo que nos hace hacer con nuestros cuerpos, en cómo codifica el mundo, en cómo amplifica algunos de nuestros sentidos, en cómo ignora algunas de nuestras tendencias emocionales e intelectuales”.
La pregunta que me gustaría hacerles a aquellos de ustedes que trabajan en tecnología es la siguiente: ¿cuál es la filosofía detrás de esa tecnología? Porque, aunque nunca se lo hayan planteado, siempre hay una. Esa filosofía posiblemente sea lo más importante que vayan a diseñar, así que deben hacerse algunas preguntas difíciles:
- En el impulso por fomentar el crecimiento, tanto en términos de ventas como del PIB de un país, ¿las innovaciones orientarán capital hacia las comunidades ricas en desmedro de las comunidades pobres?
- En la búsqueda de la eficiencia, ¿la plataforma erosiona las redes de protección social?
- En nombre del progreso, ¿qué parte de las economías y las sociedades se verán afectadas, y cuán preparadas están para ese cambio?
Antes de pensar en ingresos o crecimiento, pregúntense: ¿va a beneficiar a los pobres?
Antes de calcular en cuánto tiempo la empresa se quedará sin capital o el ritmo de gasto, antes de salir a buscar financiamiento a Sand Hill Road para ampliar los negocios, piensen: ¿para quién es el financiamiento?, ¿quién se va a beneficiar con él?
Antes de solicitar una patente o presentar cualquier idea en un trabajo de investigación, piensen en la filosofía detrás de la tecnología, de qué manera esa idea puede generar mayores beneficios y también hacer mucho menos daño.
No es cierto que el progreso sea inevitable. Cuando estuvo aquí en Stanford, el Dr. King dijo: “El progreso social nunca se presenta como algo inevitable. Es producto del esfuerzo incansable y el trabajo ininterrumpido de personas comprometidas. Y, sin este arduo trabajo, el propio tiempo se convierte en un aliado de las fuerzas primitivas del estancamiento social. Por eso debemos ayudar al tiempo y debemos darnos cuenta de que siempre es el momento indicado para hacer las cosas bien”.
Todos tendremos que estar en el campo de batalla, luchando con un gran sentido de urgencia por la familia Poma en Bolivia, por Kalu Ram y Kherun Nisha en India, y, lo que es más importante, por la familia Alimata en Burkina Faso, quienes, al igual que más de otros 700 millones de personas, aún viven en la pobreza extrema.
Hay miles de millones de familias como estas tres en todo el mundo.
Al menos en parte debido a la gran tecnología que se construyó aquí mismo en Silicon Valley, sus aspiraciones son cada vez mayores. Y, al igual que cualquier persona del planeta, merecen seguridad, dignidad y la oportunidad de prosperar.
Esta es una cuestión muy personal para mí. Yo nací en 1959 en Corea, en ese momento uno de los países más pobres del mundo. En 1963, el Banco Mundial dijo lo siguiente: “Sin asistencia externa, Corea apenas podrá cubrir las necesidades básicas de su pueblo”. No estaban dispuestos a darle siquiera los préstamos con las tasas de interés más bajas porque pensaban que no los podría pagar.
Pero, por supuesto, Corea desafió todos esos pronósticos y el Banco Mundial se equivocó. Debemos ser optimistas con todos los países, y el optimismo, en este caso, es una opción moral.
El optimismo es el eje de mi historia. Tanto mi madre como mi padre eran refugiados. Mi padre era un refugiado de Corea del Norte. Mi madre era una refugiada de la guerra. Y, gracias a la amabilidad de extraños, vinieron a estudiar a Estados Unidos. Mi padre había ingresado a la Facultad de Odontología, y un dentista del Ejército estadounidense lo llevó a la ciudad de Nueva York para que estudiase periodoncia. Mi madre fue una de las mejores alumnas en la escuela secundaria, de modo que una sociedad de mujeres de Estados Unidos llamada P.E.O. le dio una beca para venir al país. En ese momento había tan solo unas pocas centenas de coreanos en la ciudad, y mis padres se conocieron allí y se casaron.
La cuestión es que estaban entre los pocos coreanos que habían visto en 1959 cómo era vivir en Estados Unidos. Eran algunos de los pocos coreanos cuyas aspiraciones habían crecido.
El año pasado visité una escuela en Tanzanía y les pregunté a los alumnos, como hago siempre, qué querían ser cuando fueran grandes. Dos de ellos levantaron la mano y dijeron: “Quiero ser presidente del Banco Mundial”.
La gente de mi equipo y los maestros se rieron. Pero yo dije: “Un momento… En 1963, cuando yo era alumno de nivel preescolar en uno de los países más pobres del mundo, si el entonces presidente del Banco Mundial, George David Woods, hubiera ido a Corea y visitado mi escuela, dudo de que se le hubiera ocurrido pensar que uno de sus sucesores estaba sentado en esa aula”.
Lo que quiero decir es que nunca dejen que alguien les diga que sus sueños no son posibles. Pero, en el caso de Tanzanía, están rezagados. Más de la tercera parte de los niños sufre retraso del crecimiento; el sistema de educación genera aproximadamente la mitad del aprendizaje por año escolar que los mejores sistemas del mundo, y, lo que es más alarmante, el camino hacia el desarrollo que siguieron Corea y tantos otros países de ingreso alto —agricultura, industria liviana, industria pesada— probablemente esté cerrado para ellos.
La mayor esperanza de esos estudiantes puede ser la tecnología que ustedes fabrican aquí en Stanford. Hagan todo lo posible para garantizar que la filosofía de esa tecnología incluya a esos niños de Tanzanía. Piensen en lo que significa para los más pobres.
Creo que podemos aprovechar la tecnología y, al hacerlo, podemos lograr que el sistema de mercado mundial beneficie a todas las personas y al planeta. Podemos brindar a los niños de Tanzanía y a todas las personas —en todas partes del mundo— la oportunidad de alcanzar sus máximas aspiraciones.
Muchas gracias.