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Discursos y transcripciones Noviembre 15, 2019

Mayor transparencia para lograr un crecimiento de base amplia

Gracias por la presentación, decano Hellman. Es un placer estar de vuelta en la Universidad de Georgetown, tanto por los importantes temas que se están poniendo sobre la mesa como porque yo estudié aquí en 1983. Fui becario de mitad de carrera en la maestría de la Escuela de Servicio Exterior. Algunos de ustedes conocen al que entonces era decano, Allan Goodman. Y muchos de ustedes conocen a la Dra. Madeleine Albright. Tuve el privilegio de asistir a su famoso curso sobre política exterior norteamericana mucho antes de que se convirtiera en secretaria de Estado de los Estados Unidos.

Hoy me gustaría hablarles sobre la necesidad de avanzar más en el ámbito del desarrollo. A principios de esta semana organicé un encuentro con el personal del Grupo Banco Mundial. Fue el lunes, el Día de los Veteranos en Estados Unidos y el Día del Armisticio o Día del Recuerdo en muchos otros países.

Y resulta que el homenaje a quienes prestaron servicio se celebra dos días después del aniversario de la caída del muro de Berlín. Han pasado poco más de 30 años desde que el pueblo alemán derribó la Cortina de Hierro, lo que permitió la reunificación del país. Una frase escrita en los restos del muro lo expresa perfectamente: “Muchas personas pequeñas, que hacen muchas cosas pequeñas en muchos lugares pequeños, pueden cambiar la faz del mundo”. Tanto los hitos del 9 como los del 11 de noviembre resultan esenciales para comprender la historia del desarrollo político y económico del siglo xx y las bases del siglo xxi. Es difícil de recordar hoy, pero la caída del muro de Berlín fue motivo de verdadera celebración en todo el mundo: cientos de millones de personas encontraron un camino hacia la libertad.

Cuando estuve en Georgetown en 1983, el muro seguía siendo una barrera muy poderosa. Uno de los principales problemas en el ámbito del desarrollo era el retraso en el crecimiento que causaban el comunismo y el autoritarismo. Los pueblos de la Unión Soviética y de las naciones del Consejo de Ayuda Mutua Económica (Comecon), de Europa del Este, se enfrentaban a la censura y al control estatal no solo de los medios de producción, sino también de sus propias libertades. Todo esto dejó un sistema incapaz de generar progreso económico o de establecer conexiones efectivas con las florecientes democracias occidentales basadas en economías de mercado. Era una época en la que Estados Unidos, Europa Occidental y Japón creaban su prosperidad gracias al Estado de derecho, los precios de mercado y el crecimiento del sector privado.

En contraste con lo anterior, uno de mis cursos en Georgetown en 1983 estaba dedicado a lo que se denominaba “comercio de trueque”, en el que los países del bloque soviético y las empresas estatales intercambiaban bienes sobre la base del comercio pactado, y no a partir de los precios y la calidad. Este sistema era muy ineficiente debido a que generaba una asignación de capital completamente desacertada, no tenía capacidad para crear y proteger la propiedad intelectual, y producía incentivos inadecuados. El desafío de desarrollo conexo radicaba en mitigar el costo de las ineficiencias mundiales causadas por el sistema de trueque, que duró hasta aproximadamente 1990.

Hoy en día tenemos grandes desafíos en materia de desarrollo, pero espero que podamos progresar utilizando los conocimientos compartidos extraídos de décadas de experiencias más favorables. Desde 1990, hemos presenciado avances impresionantes en la reducción de la pobreza y el crecimiento de los ingresos. Más de 1000 millones de personas salieron de la pobreza extrema hasta 2015, muchas de ellas en China. Entre 2010 y 2015, las personas que representan el 40 % más pobre de la población vieron aumentar sus ingresos en 70 de las 91 economías que analizamos. Las reformas basadas en el mercado, la liberalización del comercio y la mayor libertad en los flujos de capital transfronterizos han hecho posible un progreso extraordinario y han mejorado los medios de subsistencia de cientos de millones de personas en muchos países en desarrollo. Todo eso resulta muy alentador para los que trabajamos en el Grupo Banco Mundial, cuya misión es reducir la pobreza extrema y promover la prosperidad compartida.

Sin embargo, hay todavía 700 millones de personas que siguen viviendo en la pobreza extrema, es decir, 1 de cada 12 personas en el planeta. Y en demasiados países, el crecimiento es lento y los ingresos medios apenas aumentan. Estamos siendo testigos de protestas en muchas economías, como Bolivia, Chile, Irak y Líbano. Las frustraciones y sus catalizadores son distintos, pero los sentimientos tienen mucho en común: la gente no ve que mejoren su nivel de vida o sus libertades de la manera que esperaba. Y, en algunos casos, los Gobiernos no están actuando en favor del interés de las personas.

El fin de la Guerra Fría abrió un camino hacia un mundo más abierto y pacífico, en el que los pueblos podrían construir sistemas democráticos basados en la igualdad de oportunidades y en una prosperidad mayor. Sin embargo, para demasiadas personas, esa promesa aún no se ha hecho realidad. La falta de crecimiento en los niveles de ingreso más bajos y la desigualdad resultante son factores clave que explican los disturbios civiles que estamos presenciando en todo el mundo. Son muchas las personas que no consiguen avanzar y que ven un sistema que favorece a un pequeño grupo de élites. De ahí mi tema de hoy: la necesidad de avanzar más en el desarrollo.

Me gustaría compartir con ustedes algunas ideas sobre los factores que impulsan la desigualdad y las medidas que podrían ayudar a lograr un crecimiento de base amplia. Mi esperanza es que el contexto actual pueda conducir a que se establezcan mejores sistemas y se reduzca pacíficamente la tensión en todos los países que experimentan disturbios, es decir, que conduzca a un camino constructivo.

La desaceleración de la economía mundial es, sin duda, uno de los factores que motivan la frustración. En Europa, la actividad industrial se ha hundido y la inversión en los países en desarrollo ha sido, en el mejor de los casos, escasa: este ha sido el argumento de la rebaja de las perspectivas de crecimiento publicadas por el Banco Mundial a mediados de 2019. Pero lo que resulta preocupante es que algunos Gobiernos ya estuvieran recurriendo a un gasto público elevado y a la adquisición de bonos de sus bancos centrales con la esperanza de generar estímulos. Lamentablemente, el efecto de esas políticas ha sido más el de distorsionar los mercados y elevar los precios de los activos que estimular realmente un crecimiento de base amplia. Los estímulos de los bancos centrales se han basado principalmente en la ampliación de las obligaciones a corto plazo para financiar su propiedad de activos a largo plazo. La expectativa de esa política —conocida como flexibilización cuantitativa— estriba en que la apreciación del valor de los activos a largo plazo (bonos, acciones y bienes raíces) estimule el consumo y la inversión productiva. El problema es que el mecanismo de transmisión de ese estímulo se limita al tramo superior de la distribución de la renta, es decir, a aquellos que poseen grandes activos o emiten bonos.

Algunos países también han implementado mejoras en sus sistemas tributarios y regulatorios para fomentar un crecimiento de base amplia, pero para otros, los estímulos han terminado en una dramática concentración de la riqueza y en un aumento de la desigualdad, un factor clave subyacente a muchas de las protestas económicas y electorales.

Es indudable que muchas otras tendencias mundiales están afectando de maneras novedosas tanto a los países en desarrollo como a las economías avanzadas, desde el cambio climático hasta las tecnologías disruptivas como la automatización, las monedas digitales y los datos masivos. La inquietud en torno al efecto del comercio sobre el empleo ha provocado un aumento del proteccionismo, generando incertidumbre en la inversión y ralentizando el crecimiento. Cuando los beneficios de la apertura económica no se comparten ampliamente, existe el riesgo de que la gente, en las calles o en las cabinas de votación, culpe al sistema de mercado y no a los obstáculos. El resultado es que, en demasiados lugares del mundo, entre ellos varios países donde han estallado protestas, las políticas antiliberales están impidiendo que los mercados funcionen, lo que a su vez dificulta la generación del crecimiento necesario para elevar los ingresos.

En mis primeros siete meses como presidente del Grupo Banco Mundial he subrayado la importancia de crear programas nacionales sólidos adaptados a las circunstancias particulares de cada economía. Recientemente regresé de un viaje que incluyó visitas a Pakistán y la India. En Pakistán se podrían aplicar algunas medidas básicas que podrían aumentar el ritmo del crecimiento. La tasa de participación de las mujeres en la fuerza laboral es de solo el 25 %. Son muchos los obstáculos que enfrentan las mujeres pakistaníes para incorporarse al mundo laboral. Hay medidas que podrían ayudar: lograr que las niñas no abandonen la escuela; modificar las normas sociales en torno al matrimonio precoz, el empleo y las tareas domésticas; proporcionar apoyo para el cuidado infantil, y garantizar un transporte seguro. Si se abordara la brecha de género, aumentaría el crecimiento de base amplia. También tendría ese efecto la armonización del sistema tributario y la liberalización del comercio y la inversión. País por país y región por región, estamos fomentando políticas favorables al crecimiento que permitirán aumentar los ingresos medios.

Al mismo tiempo, debemos asegurarnos de que el crecimiento sea sostenible e inclusivo. Necesitamos un crecimiento que beneficie no solo a quienes están en posiciones de poder, sino a todas las personas. Para hacer frente a este desafío, posibilitamos inversiones en individuos y hogares que se encuentran en el 40 % más bajo de la escala de ingresos. En algunos lugares, esto significa invertir en activos productivos, como infraestructura o ganado, que benefician a los pobres. En otros, significa invertir en la mejora de los resultados en materia de salud y educación, de modo que los países puedan crear capital humano.

Asimismo, hay que asumir que las reformas económicas pueden plantear dificultades. Una de las razones por las que disminuye la confianza en los Gobiernos es la apropiación de los servicios públicos por parte de las élites y la incapacidad de algunos países para proporcionar servicios básicos eficaces a la mayoría de la población. Trabajamos estrechamente con los países para garantizar que sus esfuerzos de reforma fiscal no vayan en desmedro de una prosperidad de base amplia y de la confianza en las instituciones.

También estamos viendo que la pobreza se arraiga más profundamente en los países afectados por la fragilidad, el conflicto y la violencia. Esto hace que nuestra tarea de reducir la pobreza sea aún más difícil. Muchos hogares pobres están ubicados en zonas rurales remotas, aislados de la infraestructura y las oportunidades comerciales que podrían mejorar las vidas de sus integrantes. En los casos más graves, reciben los ataques de organizaciones hostiles o de Gobiernos depredadores. Trabajamos arduamente para apoyar a estas personas construyendo mejores redes de seguridad social y brindándoles asistencia para hacer frente al impacto de los desastres naturales y las pandemias. Ayudamos a estas comunidades a volverse más resilientes ante los impactos del cambio climático.

He hablado principalmente de ayudar a los países a poner en marcha las políticas técnicas adecuadas para fomentar un crecimiento de base amplia. Pero debemos reconocer que la corrupción sigue siendo un problema persistente en todo el mundo en desarrollo. Es importante fomentar buenas políticas y realizar inversiones estratégicas, y necesitamos ayudar a los países a desarrollar instituciones sólidas. En muchos de los países donde vemos disturbios, el contrato social básico entre los ciudadanos y el Estado se está deshaciendo. Los Estados que son débiles o depredadores utilizan con demasiada frecuencia sus limitados recursos para proteger a las personas con información privilegiada y a sus aliados, y para intimidar o castigar a sus oponentes. Los ciudadanos quedan atrapados en el medio, incapaces de confiar en que el Gobierno podrá brindar servicios básicos y crear las condiciones para una prosperidad amplia. Esto genera un círculo vicioso de desencanto y mala gobernanza que, como estamos viendo, puede estallar en las calles. El estancamiento de los ingresos medios es cada vez más incompatible con la democracia y la estabilidad política.

Ese es el motivo por el que estamos brindando ayuda a los países con el fin de que mejoren su capacidad institucional para generar un crecimiento de base amplia. Una medida clave es fortalecer el Estado de derecho. Lo hacemos de muchas maneras, por ejemplo, mediante intervenciones específicas que mejoran las funciones especializadas dentro del sistema de justicia de un país, y empoderando a las mujeres, a los pobres y a otros grupos marginados para que aborden sus problemas jurídicos. Trabajamos con los países para ayudarlos a crear instituciones capaces, transparentes y responsables, así como a diseñar e implementar programas para erradicar la corrupción.

Otro aspecto de nuestro enfoque consiste en invertir en capital humano. Más de la mitad de los niños de 10 años de los países en desarrollo no saben leer, lo cual es inaceptable. En las Reuniones Anuales que celebramos recientemente, fijamos el objetivo de reducir a la mitad el déficit de aprendizaje para el año 2030. También nos centramos en la salud, especialmente en los objetivos de luchar contra la mortalidad maternoinfantil prevenible, garantizar que las mujeres y los niños y niñas puedan acceder a los servicios de salud, y reducir el retraso del crecimiento infantil. La inversión en capital humano no solo estimula el crecimiento económico, sino que garantiza que un grupo más amplio de personas tenga la oportunidad de participar en ese crecimiento.

Estamos presionando a los países para que mejoren su gestión de la deuda y su transparencia en esta área. La deuda externa de los países de ingreso bajo y mediano alcanzó la cifra récord de USD 7,8 billones el año pasado, más del doble de lo que debían en 2007. Cada vez más, esa deuda se toma prestada de acreedores no tradicionales, entre ellos prestamistas que no pertenecen al Club de París y otros del ámbito comercial. A menudo, estos acreedores no tradicionales imponen acuerdos de confidencialidad a los prestatarios, lo que dificulta la evaluación de la carga total de la deuda de un país. Una mayor transparencia genera beneficios reales para los países: los que avanzan en esta área obtienen mejores calificaciones crediticias, acceden al endeudamiento a un costo menor y resultan más atractivos para la inversión extranjera directa. Pero además es la forma correcta de proceder. La gente merece conocer los términos en los cuales sus Gobiernos están contrayendo préstamos.

Esto es solo un resumen del trabajo que hacemos a fin de posibilitar el crecimiento de base amplia necesario para garantizar la inclusión social y apoyar un orden económico abierto y basado en el mercado. Como dije, los disturbios que vemos están siendo impulsados por un conjunto único de fuerzas, como la adopción de nuevas tecnologías y los cambios en las expectativas de las clases medias surgidas recientemente en algunos países. Es crucial que los países elaboren un conjunto de políticas capaces de responder a las necesidades cambiantes de sus pueblos. El desarrollo de los pagos por medios digitales constituye una oportunidad en este sentido. Ofrecen la posibilidad de reducir los costos de transacción y de incluir más plenamente a las personas que, de otro modo, quedarían excluidas del sistema financiero actual. Por ejemplo, si los costos de transacción son más bajos, las mujeres, las nuevas empresas y los pobres pueden realizar operaciones con otros mediante modalidades que no están basadas en el trueque, es decir, una economía con dinero en efectivo, mucho más eficaz que la alternativa de la que disponen actualmente.

Me gustaría terminar con una cita de James Wolfensohn, uno de mis predecesores en el cargo de presidente del Grupo Banco Mundial. Está tomada de un discurso que pronunció en 1997 con el título El desafío de la inclusión. Dice así: “Como comunidad del desarrollo nos enfrentamos a una decisión crítica. Podemos continuar como de costumbre, centrándonos en un proyecto aquí, un proyecto allá, con demasiada frecuencia por detrás de lo que marca la curva de la pobreza. Podemos seguir suscribiendo acuerdos internacionales de los que después haremos caso omiso. Podemos seguir disputándonos los ámbitos de influencia, compitiendo por la autoridad moral. O podemos decidir cambiar la situación”.

En el Grupo Banco Mundial estamos trabajando arduamente para enfrentar el desafío que representa el complejo panorama global que he descrito hoy. Seguimos centrados en nuestra misión de reducir la pobreza extrema y promover la prosperidad compartida. No renunciamos a la idea de que, al derribar las barreras y dar a todos la oportunidad de triunfar, los países puedan construir sociedades más abiertas, seguras y prósperas. Creo profundamente que las personas de todo el mundo merecen un progreso verdadero y que pueden lograrlo.

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