Agradezco mucho la invitación a dirigirme a los participantes de la Reuniones de Primavera de 2021 del Grupo Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a través de esta carta, que he confiado al cardenal Peter Turkson, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral de la Santa Sede.
En el último año, como resultado de la pandemia de COVID-19, nuestro mundo se ha visto obligado a enfrentar una serie de crisis socioeconómicas, ecológicas y políticas graves e interrelacionadas. Es mi deseo que los debates que lleven a cabo contribuyan a un modelo de “recuperación” que permita generar nuevas soluciones más inclusivas y sostenibles para respaldar la economía real, y ayudar a las personas y a las comunidades a lograr sus más profundas aspiraciones y el bien común universal. No podemos contentarnos con una idea de recuperación que signifique volver a un modelo económico y social desigual e insostenible en el que la mitad de la riqueza mundial está en manos de una pequeña minoría.
A pesar de nuestra profunda convicción de que todos los hombres y mujeres son iguales, muchos de nuestros hermanos y hermanas de la familia humana, especialmente los marginados de la sociedad, están verdaderamente excluidos del mundo financiero. Sin embargo, la pandemia nos ha recordado una vez más que nadie se salva solo. Para que al término de esta situación nos encontremos con un mundo mejor, más humano y más solidario, se deben diseñar nuevas formas más creativas de participación social, política y económica, que sean sensibles a la voz de los pobres y permitan incluirlos en la construcción de nuestro futuro común (cf. Fratelli Tutti, 169). Como expertos en economía y finanzas, ustedes bien saben que la confianza, producto de la interacción entre las personas, es la base de todas las relaciones, incluidas las financieras. Esas relaciones solo pueden construirse generando una “cultura del encuentro” en la que todas las voces sean escuchadas y todos puedan prosperar, encontrando puntos de contacto, tendiendo puentes y concibiendo proyectos inclusivos a largo plazo (cf. ibid., 216).
Mientras muchos países están consolidando planes de recuperación individuales, aún existe la urgente necesidad de contar con un plan mundial que permita crear nuevas instituciones o regenerar las existentes, en particular las vinculadas a la gestión mundial, y ayudar a construir una nueva red de relaciones internacionales para promover el desarrollo humano integral de todos los pueblos. Esto significa necesariamente brindar a las naciones más pobres y menos desarrolladas una participación efectiva en la toma de decisiones y facilitarles el acceso a los mercados internacionales. El espíritu de solidaridad mundial también exige, como mínimo, una reducción significativa de la carga de la deuda de las naciones más pobres, que se ha visto exacerbada por la pandemia. Aliviar la carga de la deuda que hoy afecta a una gran cantidad de países y comunidades es un gesto profundamente humano que puede ayudar a las personas a desarrollarse y tener acceso a vacunas, a la salud, a la educación y a empleos.
Tampoco podemos pasar por alto otra clase de deuda: la “deuda ecológica” que existe especialmente entre el hemisferio norte y el hemisferio sur del planeta. De hecho, estamos en deuda con la propia naturaleza, y con las personas y los países afectados por la degradación ecológica y la pérdida de biodiversidad provocados por el hombre. En este sentido, creo que el sector financiero, que se distingue por su gran creatividad, será capaz de crear mecanismos ágiles para calcular esta deuda ecológica, de manera que los países desarrollados puedan pagarla no solo limitando considerablemente su consumo de energía no renovable o ayudando a los países más pobres a adoptar políticas y programas de desarrollo sostenible, sino también solventando los costos de la innovación necesaria para tal fin (cf. Laudato Si’, 51-52).
Un elemento central del desarrollo justo e integrado es tener muy en claro el objetivo esencial y el propósito de la vida económica, a saber, el bien común universal. De ello se desprende que el dinero público no puede nunca disociarse del bien común, y que los mercados financieros deben estar respaldados por leyes y regulaciones orientadas a garantizar que contribuyan verdaderamente al bien común. Por lo tanto, el compromiso con la solidaridad económica, financiera y social implica mucho más que realizar actos de generosidad de manera esporádica. “Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. […] La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia…” (Fratelli Tutti, 116).
Es hora de reconocer que los mercados —particularmente los financieros— no se gobiernan a sí mismos. Los mercados deben estar respaldados por leyes y regulaciones que aseguren que contribuyen al bien común, de manera de garantizar que las finanzas —en lugar de promover únicamente la especulación y el autofinanciamiento— ayuden a cumplir los objetivos sociales que tanto se necesitan durante la emergencia sanitaria mundial que estamos viviendo.
En este sentido, necesitamos especialmente solidaridad y un financiamiento justo en la vacunación, dado que no podemos permitir que las leyes del mercado prevalezcan sobre la ley del amor y la salud de todos. Aprovecho para reiterar mi llamado a los dirigentes gubernamentales, las empresas y las organizaciones internacionales a trabajar juntos para proveer vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados (cf. Mensaje de Navidad y bendición Urbi et Orbi, 2020).
Es mi deseo que en estos días sus deliberaciones formales y sus encuentros personales contribuyan de manera provechosa a la búsqueda de soluciones razonables para un futuro más inclusivo y sostenible. Un futuro en el que las finanzas estén al servicio del bien común, en el que los vulnerables y los marginados ocupen un lugar central, y en el que cuidemos de la Tierra, nuestro hogar común, como corresponde.
Mis mejores deseos y mis oraciones por un resultado fructífero de las reuniones. Pido a Dios que bendiga a todos los participantes y les conceda sabiduría, comprensión, orientación, fortaleza y paz.
Vaticano, 4 de abril de 2021
S.A., 4 aprile 2021