Las pérdidas causadas por los desastres naturales han mostrado una tendencia ascendente desde los años ochenta. Se estima que el costo total de estas catástrofes —que atrapan a las personas en la pobreza— ascendió a US$3800 billones entre 1980 y 2012. En efecto, los hogares pobres y marginados suelen tener menos capacidad para adaptarse a los efectos de estos desastres y tienen mayores dificultades para absorberlos y recuperarse.
Los riesgos de desastres están aumentando, principalmente, como resultado de la creciente exposición de las personas y los activos a fenómenos naturales extremos. Un análisis detallado muestra que, en los últimos años, la causa primordial ha sido el aumento considerable de la población y los activos ubicados en zonas vulnerables. La migración hacia las costas y la expansión de las ciudades sobre planicies inundables, junto con normas de construcción deficientes, son algunas de las razones de este incremento.
Los desastres hidrometeorológicos fueron responsables del 74 % (US$2600 billones) del total de pérdidas informadas, del 78 % (18 200) del total de los desastres y del 61 % (1,44 millones) del total de las muertes de personas. En el futuro, el cambio climático tendrá efectos importantes sobre los ecosistemas mundiales, la agricultura y el suministro de agua, el aumento del nivel del mar y la aparición de fuertes tormentas. Los patrones históricos por sí solos ya no serán una buena base para la planificación. Las estrategias de adaptación eficaces son las que ayudan a manejar los riesgos de desastres a corto y mediano plazo, reduciendo al mismo tiempo la vulnerabilidad a largo plazo.
Pocos países tienen las herramientas, los conocimientos y los mecanismos necesarios para considerar el posible impacto de estos riesgos en las decisiones de inversión. Aquellos que no cuentan con dichos recursos rara vez registran las pérdidas causadas por los desastres, no reúnen datos ni evalúan los riesgos de manera sistemática y, como resultado, no pueden destinar los recursos necesarios para proteger sus inversiones y reducir su exposición a los efectos de futuros desastres.
Solución
Los peligros naturales no deben necesariamente transformarse en desastres. Las muertes y los daños exponen las consecuencias acumulativas de decisiones tomadas por las personas. La prevención de desastres es posible y con frecuencia es menos costosa que la entrega de asistencia y alivio y la aminoración de los efectos. Se puede reducir el riesgo fortaleciendo la resiliencia, es decir, la capacidad de las sociedades de resistir, enfrentar y recuperarse de los impactos.
El Banco Mundial está respondiendo a la creciente demanda de sus clientes, centrándose en el fortalecimiento de la capacidad de adaptación ante los desastres en cinco áreas básicas:
Identificación de los riesgos: al comprender los peligros y anticiparse a sus posibles efectos, las evaluaciones de riesgos climáticos y naturales pueden ayudar a los Gobiernos, las comunidades, las empresas y las personas a tomar decisiones fundamentadas sobre cómo manejar la situación.
Reducción de los riesgos: la información sobre los peligros involucrados puede servir de base para diferentes estrategias, planes y proyectos de desarrollo que, a su vez, pueden disminuir los riesgos. Esto se puede lograr evitando que surjan peligros adicionales o enfrentando los riesgos ya existentes.
Preparación: contar con preparativos adecuados es fundamental, ya que los riesgos nunca se podrán eliminar por completo. La preparación mediante sistemas de alerta temprana puede salvar vidas y proteger los medios de sustento, y es una de las formas más eficaces en función de los costos para aminorar los impactos.
Protección financiera: las estrategias de este tipo salvaguardan a Gobiernos, empresas y hogares de la carga económica que significa enfrentar una catástrofe y pueden incluir programas que aumenten la capacidad financiera del Estado para responder ante una emergencia y protejan al mismo tiempo el equilibrio fiscal.
Reconstrucción que tiene en cuenta la resiliencia: el desafío de la reconstrucción también representa una oportunidad para promover la gestión del riesgo de desastres mediante una planificación integrada de la recuperación y la restauración que genere un desarrollo con mayor capacidad de adaptación a largo plazo.