Apenas despunta el sol en Carolina -estado de Maranhão, en el Nordeste de Brasil-, Jailton Hycroh, de 23 años, ya está listo para trabajar. Poco a poco, apila varias cajas de anacardos en una mesa. Con la ayuda de otras cuatro personas, selecciona las mejores frutas. Los anacardos son luego procesados para hacer pulpa congelada.
“Me gusta este trabajo porque, además de preservar las frutas del cerrado, da un ingreso a la gente de las aldeas indígenas”, cuenta. Hoy, el 20% de la materia prima procesada por Fruta Sã —donde trabaja el joven de la etnia krikati— proviene de estos pueblos.
Según el gerente de la fábrica, Geert Haveman el porcentaje podría ser de hasta un 50%, pero no siempre las comunidades están en condiciones de extraer y transportar la fruta con seguridad. “Los propios krikati dejan de mandarnos el asaí o el moriche recolectado en la aldea porque no cuentan con congelador”, explica Hycroh.
Temor de incumplimiento
Unos 1500 km al sur, en Montes Claros (Minas Gerais), varias comunidades de campesinos, descendientes de esclavos y artesanos viven del procesamiento de la caña, la mandioca y la recolección de frutas típicas del cerrado.
Allí los desafíos son otros, aunque igual de grandes, como cuenta Braulino dos Santos, coordinador del Centro de Agricultura Alternativa del Norte de Minas. “Para poder ser vendidos, los productos de estas comunidades tienen las mismas exigencias que los industrializados, y el precio que se paga por ellos es menor”.
Agrega que “las comunidades tradicionales aún no cuentan con la preparación necesaria para manejar adecuadamente los créditos de financiamiento público, por eso las asociaciones de productores rurales adquieren deudas impagables o no pueden rendir cuentas sobre los préstamos”.
Aunque distantes, las historias de Jailton Hycroh y Braulino Santos resumen la experiencia cotidiana de quienes viven de lo que produce el cerrado. Por eso, preservar este ecosistema es garantía de un futuro mejor para las comunidades locales.
Financiamiento a medida
El Banco Mundial y el Fondo de Inversión para el Clima (CIF, por sus siglas en inglés) se unieron para crear un fondo de US$6,5 millones (cerca de R$14 millones) para financiar actividades de conservación del bioma. 70% del dinero irá directamente a las manos de las comunidades tradicionales e indígenas.