P: ¿Nos puede dar una radiografía de las zonas más peligrosas de la región?
R: El mapa varía mucho según el tipo de delito. El de homicidios es muy distinto al mapa de victimización. En el de homicidios, los países con más altas tasas por subregión son Honduras, El Salvador, Guatemala y México en Centroamérica; Venezuela, Colombia y Brasil en Sudamérica; y Belice y Jamaica en el Caribe. Pero si tomamos las tasas de victimización total (por cualquier tipo de crimen violento), vemos una pintura distinta, donde países como Ecuador, Perú, Bolivia, México, Uruguay y Argentina lideran el ránking. O sea, de una u otra manera, afecta a todos los países de la región. Por eso es la principal preocupación de los latinoamericanos.
Y eso es a nivel nacional, pero en realidad el crimen se concentra desproporcionadamente en ciertas ciudades, barrios, y cuadras. En Honduras, por ejemplo, el 5 % de las ciudades concentran el 65% de los homicidios. Dentro de las ciudades, la criminalidad se concentra masivamente en ciertos barrios o zonas calientes, y hasta en ciertas cuadras específicas. Estudios en Estados Unidos muestran que el 1% de las cuadras puede concentrar hasta el 50% de todos los delitos y el 5% de las cuadras concentrar hasta el 70% de los delitos. Lo mismo pasa en América Latina. Pero lo más preocupante es que las principales víctimas de homicidio son jóvenes, varones, y pobres que viven en comunidades marginadas. Brasil, por ejemplo, con más de 50,000 homicidios por año, concentra más del 30% de todos los homicidios de la región. De estos, más de la mitad son jóvenes, y de estos, casi el 80% son afro-brasileños. Una situación similar se da en los otros países de la región.
P: ¿Hay casos de éxito en la lucha contra la inseguridad?
R: Hay muchos países y ciudades donde se han logrado bajar drásticamente los índices de violencia. En América Latina los más notables son Bogotá, Medellín, San Pablo, Recife. Hay un conjunto de políticas que parecen repetirse en los casos de éxito. Por ejemplo, una policía más orientada a resultados, que usa la información de manera intensiva para orientar acciones de prevención y control, regulaciones que controlan las armas y el dispendio de alcohol, programas que se focalizan en dar oportunidades a los jóvenes en riesgo o revitalizar zonas calientes a través de respuestas integrales que movilizan a la comunidad activamente en la respuesta.
A nivel de programas, las intervenciones a temprana edad ayudando a las familias a que los infantes crezcan en ambientes sociales protectores, donde se promuevan comportamiento pro-sociales y de integración con la comunidad y donde no se permita la violencia en el hogar han demostrado efectos muy benéficos a largo plazo tanto en poblaciones de otros países fuera de la región como en países de Latinoamérica y el Caribe (por ejemplo en Jamaica y en Colombia). Además de estas estrategias de prevención primaria, hay actividades efectivas que disminuyen la violencia en las escuelas y que tienen efecto en las comunidades.
P: ¿Qué medidas de otras regiones del mundo se podrían aplicar en Latinoamérica para reducir la inseguridad?
R: Estados Unidos tiene más de 30 años de experimentar con una variedad muy amplia de estrategias de prevención de la violencia. Sobre muchas de estas ya hay evidencia sólida que muestra que funcionan. Ahora, uno de los desafíos es ver cuáles de esas estrategias son adecuadas a los problemas de la región, y hacer las adaptaciones y adecuaciones a contextos institucionales muy diferentes. El programa de visitas domiciliarias a madres en riesgo es una iniciativa que ha logrado una caída del 82% en los arrestos en las madres de bajo ingreso económico y del 72% en jóvenes entre 13-16 años. También están los programas para mejorar las habilidades socio-cognitivas de jóvenes en riesgo, ayudarlos a controlar la impulsividad que está detrás de mucha de la violencia juvenil. En Chicago, un programa de este tipo a través de actividades deportivas que se llama “Volviéndose Hombre” (Becoming a Man) logró reducir en sólo un año la tasa de criminalidad violenta de estos jóvenes en un 40%, además de mejorar su rendimiento educativo. El fortalecimiento de alianzas y coaliciones comunitarias y su acción han logrado disminuir la iniciación de los jóvenes en actividades delictivas en un 31%, además de tener un impacto positivo en otras conductas de riesgo.
P: ¿Cuáles son las recomendaciones a los gobiernos y sociedad civil para un futuro menos violento y más tolerante?
R: Tres recomendaciones. Primero, reconocer que no existe una varita mágica para resolver el problema. Lo que hay que hacer es invertir en un portafolio de intervenciones que aborden el problema de manera integral y que hayan mostrado tener impacto en los factores de riesgo generadores de violencia. Segundo, enfocarse en los territorios y los grupos de población en mayor riesgo, particularmente los jóvenes. Tercero, fortalecer las capacidades de los gobiernos municipales que están más afectados por la violencia para generar alianzas locales que permitan implementar las dos primeras recomendaciones. Estas prioridades son las que están orientando las acciones del Banco Mundial en materia de seguridad ciudadana para la región.