Hace casi dos semanas que Facundo, un abogado que vive en Buenos Aires, decidió trabajar menos horas. Antes se levantaba al alba y no lograba ver despierta a su hija de tan solo tres meses. Luego de una jornada laboral de hasta más de 12 horas, volvía a su casa para encontrarse con su pequeña nuevamente dormida.
“Me di cuenta que la vida laboral te puede dar muchas oportunidades, pero la crianza de un hijo es una sola vez en la vida”, dice.
¿Cuántas veces piensa que debería cambiar su rutina en pos de un balance entre su vida laboral y su vida personal? Si su planteo es casi diario, tal vez sea hora de dar el paso: disponer de tiempo de calidad para la familia, para sus pasatiempos y sus intereses.
Mientras que las nuevas tecnologías han simplificado y ahorrado tiempo en nuestro modo de trabajar también han acostumbrado a las organizaciones a demandar respuestas 24/7, “esclavizando” a más de un empleado. Responder mails fuera de horario, recibir mensajes laborales en redes sociales o terminar una presentación de manera remota durante un día de descanso, ya son parte del menú semanal.
Y Latinoamérica no es ajena a ello. Si hablamos de cantidad de tiempo que se destina al trabajo, de acuerdo a la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el 67% de los países desarrollados y de la Unión Europea (UE) ha estipulado un límite obligatorio de 40 horas de trabajo semanales, mientras que tan solo 9% de los países en América Latina tiene la misma limitación.
A este se le suma que según algunas consultoras privadas, los latinoamericanos pueden llegar a perder hasta cuatro horas por día en viajar del trabajo a casa y de casa al trabajo. Toda una odisea si lo que se trata es de conciliar la vida laboral con la vida personal. Por encima de todo, el famoso hábito de “calentar la silla” es tan peligroso como una excesiva carga laboral. “Muchas veces está mal visto irse en horario lo que genera la cultura de quedarse después de hora”, dice María, una ingeniera de 31 años que se desempeña en una empresa petrolera en el centro porteño.
“El balance entre la vida y el trabajo no significa lo mismo para todos los trabajadores ni para todos los trabajos”, advierte Jamele Rigolini, economista del Banco Mundial con especialización en desarrollo humano y pobreza.
Pero, ¿por qué todos nos sentimos sobrepasados? ¿Por qué no podemos balancear el trabajo con la vida personal?
Para entender, hay que hacer un poco de historia. “La incorporación de la mujer en el mercado laboral hizo que ellas llevaran adelante esa doble agenda, entre el trabajo y la vida familiar. El hombre se desconectaba más”, cuenta la investigadora Patricia Debeljuh, directora del Centro de Conciliación Familia y Empresa del IAE Business School.
De acuerdo al estudio del Banco Mundial, “Cuestiones de género en el trabajo”, en América Latina y el Caribe, la participación de la mujer en la fuerza de trabajo ha aumentado un 35% desde 1990. En el análisis se concluyó que en 2010 los niveles de pobreza extrema habrían sido un 30%, si no hubiera sido por el aumento de los ingresos de las mujeres generado por el incremento de los ingresos laborales.
“Sin embargo, en la actualidad, tanto varones como mujeres de la Generación Y - muchos de los cuales nacieron en los ochenta - quiere imponer otras reglas. Ellos vieron que el precio que pagaron sus padres por no poder balancear el trabajo con la vida personal fue muy alto”, explica Debeljuh.