Cuando el agricultor Hipólito de Carmony, de 31 años e hijo y nieto de agricultores, quiere explicar por qué cambió la manera de gestionar las tierras de su familia, muestra una foto de una enorme tormenta de polvo que en enero de 2010 afectó la zona de Patagones, localizada aproximadamente 1000 kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires.
“No podíamos ver de una casa a la otra. Incluso si manteníamos las puertas y ventanas cerradas, había que barrer constantemente las capas de polvo fino”, dijo.
Esa tormenta fue una de las tantas que se produjeron después de una grave sequía entre 2007 y 2009, y que se debieron a años de degradación del suelo. El viento arrastró la capa superior del suelo e impulsó la arena hacia las puertas de la finca, las cercas y los arbustos. Dos tercios de las vacas de Hipólito murieron de hambre y los precios que se pagaban a los criadores de ganado se desplomaron.
“Una vaca llegó a costar tan poco como un par de zapatos”, recordó Hipólito. La familia se endeudó para comprar forraje para los animales que le quedaban. “Queríamos dejar todo atrás, pero luego de vivir más de 30 años aquí no pudimos hacerlo”.
Una década más tarde, Argentina experimentó una nueva sequía en el primer semestre de 2018, (i) que puso en peligro la producción agrícola y sus principales exportaciones . El mundo atravesó posiblemente su cuarto año más caluroso del que se tenga registro. (i) Y los expertos en meteorología agrícola pronostican una posible ola de eventos de El Niño (i) – Oscilación Austral (ENOA), (i) que causará estragos en América Latina, Asia y África oriental. (En la mayor parte de Argentina, El Niño tiende a causar inundaciones, mientras que La Niña provoca sequías. Pero los impactos del constante cambio en las temperaturas del océano Pacífico varían de un país a otro e incluso dentro de los países).
Con el fin de ayudar a los países a prepararse para los riesgos del cambio climático y abordar la consiguiente volatilidad de los precios de los alimentos, el Fondo Fiduciario de Respuesta a la Crisis de los Precios de los Alimentos administrado por el Banco Mundial inició un programa de asistencia técnica centrado en aumentar la resiliencia agrícola ante los eventos del ENOA y el cambio climático. Entre 2015 y 2018, se otorgaron 27 donaciones para fines de asistencia técnica en más de 30 países, lo que ayudó a generar recomendaciones de políticas e intercambio de conocimientos entre las regiones. El fondo fiduciario recibió el apoyo de Australia, Canadá, Corea y España.
En Argentina, una nota sobre políticas del Banco Mundial financiada por el fondo fiduciario proporcionó un marco conceptual oportuno para la preparación de un proyecto por un monto de US$150 millones denominado Proyecto de Gestión Integral de los Riesgos en el Sistema Agroindustrial Rural (GIRSAR). Finalizada en junio de 2016, “la nota de políticas puso la mitigación de riesgos en el centro de las preocupaciones del Gobierno, no solo la respuesta ante los desastres”, dijo Juan Buchter, integrante del equipo que preparó el proyecto. El préstamo del Banco Mundial , aprobado finalmente en mayo de 2018 en un entorno financiero difícil, es una señal del firme compromiso del Gobierno con esta agenda.
“Las cuentas federales y provinciales dependen de la actividad agropecuaria y continuarán dependiendo de este sector durante muchos años”, dijo Hugo Rossi, subsecretario de Coordinación Política de la Secretaría de Agroindustria. Los bienes agrícolas primarios y los productos procesados representan aproximadamente el 60 % de las exportaciones argentinas, y el sistema alimentario contribuye de manera importante a la economía y los empleos del país. “La agenda de prestar atención a los riesgos climáticos en este sector es parte de la agenda de la salud fiscal de Argentina y de la agenda de la lucha contra la pobreza”, señaló Rossi.
El proyecto GIRSAR tiene como objetivo fortalecer e integrar mejor los sistemas de información y los sistemas meteorológicos de alerta temprana, apoyando al mismo tiempo la inversión en iniciativas de adaptación a largo plazo, como carreteras resistentes al clima, sistemas de riego eficientes y gestión sostenible de tierras y bosques a nivel provincial. Se espera que entre 10 y 12 provincias propongan planes de inversión prioritarios, incluida la Provincia de Buenos Aires, que incluye a Patagones.
El clima en Patagones, una zona semiárida que sirve de “puerta de entrada” a la Patagonia, es realmente poco fiable. Según medidas realizadas en la explotación agrícola de Hipólito, desde 1981 las lluvias han promediado 450 milímetros (mm) al año, pero han oscilado notablemente entre 300 y 600 mm, y los años secos (menos de 300 mm de lluvia) se repitieron con la misma frecuencia que los años húmedos (más de 600 mm).
Esa incertidumbre alentó alentó a realizar apuestas en el pasado, es decir los agricultores se arriesgan con los cereales de secano so pena de agotar los suelos. También convirtió a Patagones en un campo de prueba ideal para las estrategias de adaptación al cambio climático.
Las extensas tierras agrícolas de Hipólito son una de las zonas productoras seleccionadas para realizar pruebas piloto de prácticas más resilientes de gestión del agua y el suelo en el marco de un proyecto del Banco Mundial financiado por el Fondo de Adaptación de las Naciones Unidas e implementado por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de Argentina.
En los últimos años, en algunas partes del suelo han vuelto a crecer pastizales naturales que se propagan cuando el viento arrastra las semillas y los animales los digieren, y además son más resistentes a los fenómenos climáticos extremos. En otras zonas se ha sembrado hierba de trigo perenne conocida localmente como agropiro e intercalado con vicia, una planta leguminosa que fija el nitrógeno, para remediar la degradación del suelo y la erosión asociadas con los cultivos anuales, como el trigo y la avena. Toda la finca está ahora bajo un sistema de rotación en el que las cercas metálicas se mueven para que los rumiantes coman el pastizal durante periodos breves, se mejora la composición del suelo con estiércol, y luego se deja solo para que se regenere.
En 2014, Hipólito también comenzó a criar ovejas, además de vacas, para aprovechar los altos precios de exportación de la lana merino. Tres perros pastores pirenaicos patrullan el rebaño por la noche para alejar a los pumas y controlar las pérdidas de ovejas. Por último, Hipólito contrata mano de obra ocasional para sacar los arbustos espinosos de las cercas y crear barreras de tierra libre de vegetación con el fin de manejar el impacto de posibles incendios.
Dada la lucha continua contra los riesgos naturales, climáticos y del mercado, no es de extrañar que los hermanos de Hipólito no quieran tener nada que ver con la agricultura y la ganadería. Él administra solo, junto con sus padres ya ancianos, una propiedad de 2500 hectáreas.
No obstante, es optimista acerca del futuro. “No tengo miedo porque soy joven”, dijo Hipólito. Una vaca vale hoy como cinco pares de zapatos. Más importante aún, se siente mejor preparado para manejar la próxima sequía: “Tengo reservas financieras, reservas de forraje y confío en que puedo enriquecer el suelo a lo largo del tiempo con una gestión más sostenible”.