“El espacio urbano determina como organizamos nuestra vida y nuestra comunidad, en definitiva, nuestra sociedad. Desde ese punto de vista refleja y reproduce los estereotipos de género con los que hemos crecido y convivimos. Lo que es más importante, construimos ciudades pensando en un uso ´masculino neutro´ y en presupuestos sobre cuál es el rol de la mujer en el espacio privado de la vivienda versus el espacio público”, afirma Horacio Terraza, experto en desarrollo urbano y ciudades del banco Mundial, y uno de los autores del manual.
“Por estas razones, se vuelve determinante incluir también la perspectiva de las mujeres y las minorías de género en el diseño de nuestras ciudades y nuestras comunidades y pueden de esta manera tener el mismo acceso a los beneficios de la ciudad”, agrega.
Lo cierto es que, a nivel mundial, tan solo 10% de los puestos directivos en estudios de arquitectura y diseño urbano son ocupados por mujeres, señala el manual, por lo que poco del diseño urbano con el que fueron concebidos los espacios públicos tiene en cuenta la diaria de las mujeres y las minorías.
Y además de la baja representación en la planificación, las mujeres, las niñas, y las minorías sexuales y de género son pocas veces convocadas para participar en procesos de planificación y diseño comunitario.
¿Pero por qué importa el diseño urbano para cerrar las brechas de género? De acuerdo con el manual, “la planificación y el diseño urbano literalmente dan forma al entorno que nos rodea, y ese entorno, a su vez, da forma a cómo vivimos, trabajamos, jugamos, nos movemos y descansamos”.
En este sentido, Terraza comenta un caso exitoso en América Latina: La Favorita, un barrio en la ciudad argentina de Mendoza.
“Allí las miembros de la comunidad participaron en el diseño de un espacio público, la plaza Aliar, con soluciones concretas como seguridad, acceso, movilidad, uso, etc. Las participantes del taller rediseñaron repensando usos de espacios claves como un centro municipal que provee servicios de salud, educación, centro cultural, clases de danza, etc., y el desarrollo de nuevos espacios y equipamientos como: un espacio de juegos para niños elevado fácilmente visible desde toda la plaza, una cancha de hockey, paradas de colectivo, un anfiteatro y una biblioteca. Cada uno de estos nuevos espacios y equipamientos reflejan necesidades claras de inclusión de género”, explica.
Tener en cuenta a toda la ciudadanía
En el pasado, las ciudades han sido concebidas para reflejar los roles tradicionales y la división del trabajo por género, especialmente a través de la zonificación moderna. Sin embargo, este manual, aunque diseñado para los hacedores de política pública y quienes trabajen en diseño urbano, presenta enfoques prácticos, actividades y directrices que muestran maneras de implementar un proceso de diseño participativo e inclusivo en que se analizan las experiencias y los usos de la ciudad desde la perspectiva de toda la ciudadanía: mujeres, hombres, minorías sexuales y de género y otras minorías.
También proporciona directrices de diseño claras y específicas —apropiadas y adaptables a todas las regiones—, para una serie de ámbitos de planificación, entre ellos la vivienda, el transporte público y la infraestructura de movilidad, otros servicios de infraestructura y los planes maestros de las ciudades.
“Tendemos a pensar que conocemos las necesidades de los diferentes grupos sociales incluyendo las minorías, pero generalmente no es así, trabajamos sobre presupuestos. Subestimamos muchas veces el conocimiento que el usuario del espacio posee. Necesitamos no solo escuchar a la comunidad, necesitamos incorporarlas al diseño si queremos ciudades inclusivas”, concluye Terraza.