Claudia Morgan López, emprendedora mexicana, inició la empresa de productos cosméticos y de aromaterapia Sumetlum Aceites Esenciales en el año 2014, cuando “era aún más difícil confiar en que una mujer pudiera tener una idea de negocio, que fuese innovadora y tuviera éxito”.
López comentó que logró abrirse camino a pesar del “limitado acceso a financiamiento, capacitación, tramitología y el establecimiento de alianzas comerciales”.
Su experiencia no es única en la región de América Latina y el Caribe. Los datos, tan claros como las voces, hablan por sí solos.
Los indicadores de las fichas de puntuación de género del Banco Mundial en el que se estudiaron 29 países de América Latina y el Caribe indican que ha habido avances hacia la igualdad de género pero aún persisten importantes desafíos.
Por ejemplo, la proporción de las mujeres mexicanas con una cuenta en una institución financiera en 2017 era solo del 33%, frente al 41% de los hombres, ambos muy por debajo de la media regional y de los países de renta media-alta.
El ámbito financiero para las mujeres, aparte de la diferencia en bancarización, está afectado por las oportunidades de trabajo. En Paraguay, por ejemplo, si bien la participación femenina ha aumentado por encima de la media regional en las últimas dos décadas, casi el 40% de las mujeres paraguayas tienen empleos informales o vulnerables. De hecho, a unos meses de iniciar la pandemia en el año 2020, el 20% de las mujeres paraguayas había perdido su trabajo, comparado con el 7% de los hombres. Esto indica vulnerabilidades que afectan específicamente a las mujeres.
Andrea Segura, cofundadora de Alfi, una aplicación para aprender finanzas a través del juego con presencia en México, Perú y Chile indicó que, si bien “emprender no es una cuestión de género”, en su caso, “desde el inicio del emprendimiento era pieza clave generar relaciones dentro del ecosistema emprendedor, pero ser mujer muchas veces te excluía de participar en algunas actividades donde asistían solo hombres”.
Esa reducida participación femenina en ciertos ámbitos se ve en Chile, donde las mujeres han experimentado un aumento significativo en la cantidad de tiempo dedicado a la crianza de los niños, al trabajo doméstico y al cuidado debido a los cierres de las escuelas y la escolarización virtual. Como resultado, su participación en la fuerza laboral cayó del 52% al 45% entre 2019 y 2020, deshaciendo más de una década de progreso en términos de participación en el mercado laboral.
En Brasil, la recuperación pospandemia para las mujeres es aún más lenta y compleja donde el aumento de la carga de trabajo doméstico y el cuidado a familiares puede explicar que en noviembre de 2020, una de cada diez mujeres brasileñas en edad de trabajar estaba inactiva, proporción que es 25 veces mayor que entre los hombres.
Lo que viven las mujeres trabajadoras
“Creer en el potencial de nosotras las mujeres es importante y urgente para transformar nuestra sociedad”, indica Segura y esto será posible en países que garanticen marcos que protejan a las mujeres en los diversos ámbitos, incluyendo el laboral.
Un ejemplo llamativo en el Caribe se da en Antigua y Barbuda, donde no solo no existen mecanismos para prohibir la discriminación en el lugar de trabajo, sino que no está estipulada una penalidad ni civil ni criminal en caso de que ocurra acoso sexual. Está de más decir que esto afecta no solo a las trabajadoras sino también a los trabajadores.
Mucha de la discriminación que vive la mujer en el ámbito laboral se da debido a la maternidad. En Latinoamérica y el Caribe, más de la mitad de las economías de la región (19 de 32) no tiene legislación que garantice 14 semanas de licencia de maternidad remunerada, considerado como el tiempo mínimo. Solo la mitad de las economías garantiza por ley una forma de licencia de paternidad remunerada.
Dos casos de estudio son Antigua y Barbuda y Dominica. En ambos países las mujeres pueden ser despedidas de su trabajo por estar embarazadas. Si siguen trabajando, el empleador no tiene la obligación de proveer permiso de maternidad (de al menos 14 semanas) o de paternidad remunerado, ni ningún otro beneficio relacionado con el nacimiento del bebé.
En el caso de Colombia, las oportunidades y la agencia (definida como la capacidad de un individuo de tener recursos y poder para desarrollar su potencial) de las mujeres se ven afectadas por la prevalencia de la violencia de género, las responsabilidades de cuidado no remuneradas y el bajo nivel educativo. Para mejorar la situación de las mujeres, Colombia introdujo la licencia parental remunerada.
De esta manera, Colombia se convirtió en la primera economía de la región que incorpora este beneficio con la posibilidad de que ambos padres compartan 6 semanas de licencia pagada, además de la licencia de maternidad remunerada (12 semanas) y la licencia de paternidad remunerada (2 semanas).
Si bien el panorama parece gris para las mujeres trabajadoras latinoamericanas, se han dado avances en todos los ámbitos a lo largo y ancho de la región. López y Segura, coinciden en que mientras las legislaciones mejoran, las mujeres deben unirse para potenciarse mutuamente.
“Hacer comunidad es importante también, existen diversos medios para estar en contacto entre nosotras, para apoyarnos e impulsarnos”, indica Segura. López, por su parte, recalca que las mujeres deben transmitir “su liderazgo a otras mujeres, estableciendo alianzas que permitan el crecimiento mutuo, que contribuya a que cada vez seamos más mujeres promoviendo la igualdad desde nuestros propios espacios”.