Imaginemos que cada año desapareciera una ciudad de casi cuatro millones de habitantes. Una ciudad como Los Ángeles, Johannesburgo, Yokohama. Algo así difícilmente pasaría inadvertido.
Y sin embargo, casi no se repara en el hecho de que en los países en desarrollo cada año “desaparecen” casi cuatro millones de niñas y mujeres adultas, en comparación con los países desarrollados. De esa cifra, aproximadamente las dos quintas partes no llegan a nacer, un sexto fallece en la primera infancia y más de un tercio muere en edad reproductiva.
Las altas tasas de mortalidad no son más que uno de los muchos obstáculos que impiden la igualdad entre hombres y mujeres, según el nuevo informe del Banco Mundial. Promover la igualdad no es sólo lo correcto, sino también una medida económica acertada. ¿Cómo puede una economía alcanzar su pleno potencial si pasa por alto o relega a un papel secundario a la mitad de su población, o se abstiene de invertir en ella?
En los últimos 25 años, el mundo ha dado pasos significativos para reducir la brecha entre hombres y mujeres en materia de educación, salud y mercados de trabajo.
Hoy día, niñas y niños participan en pie de igualdad en la educación primaria en la mayoría de los países en desarrollo. En un tercio de estos, el número de niñas que asisten a colegios secundarios supera al de varones. A nivel universitario, en más de 60 países hay más mujeres que varones.
Las mujeres están usando la educación que han adquirido para participar cada vez más en la fuerza laboral, diversificar su tiempo de modo de no limitarse a las tareas domésticas y al cuidado de los hijos, y contribuir además a dar forma a las comunidades, economías y sociedades a las que pertenecen. Actualmente las mujeres constituyen más del 40% de la fuerza de trabajo mundial y representan una alta proporción entre los empresarios y agricultores del mundo.
El ritmo de este cambio ha sido notable. Por ejemplo, Estados Unidos tardó 40 años en alcanzar el mismo aumento en la matriculación escolar de las niñas que Marruecos logró en tan solo un decenio.
Otras dimensiones de la igualdad, en cambio, muestran un cuadro más inquietante.
Las niñas que son pobres, viven en zonas remotas o pertenecen a grupos minoritarios todavía no pueden asistir a clases tan fácilmente como los varones. Las mujeres tienen más probabilidades que los hombres de trabajar en ocupaciones de baja remuneración, cultivar parcelas de escaso tamaño y administrar empresas pequeñas en sectores poco rentables.
Sean trabajadoras, agricultoras o empresarias, las mujeres ganan menos que los hombres: 22% menos en México y Egipto; 40% menos en Georgia, Alemania o India; 66% menos en Etiopía. Las mujeres —especialmente las que son pobres— intervienen en menor medida que los hombres en las decisiones y tienen menos control que estos sobre los recursos del hogar. El nivel de participación y representación femenina en la sociedad, los negocios y la política es considerablemente menor que el de los hombres, con pocas diferencias entre países pobres y ricos.
Si se lograra paridad de condiciones para las mujeres, se generarían enormes posibilidades.
Pregúntenselo a Julian Omalla. En 2007 esta empresaria ugandesa no lograba obtener un préstamo. Su caso no era el único. Según nuestras investigaciones, las ugandesas eran propietarias de casi el 40% de las empresas registradas, pero obtenían menos del 10% del crédito comercial. Desde que Omalla pudo acceder al financiamiento gracias al DFCU Bank de Uganda y a la Corporación Financiera Internacional (la entidad del Banco Mundial que se ocupa del sector privado), su compañía de alimentos y bebidas ha prosperado. Actualmente da empleo a cientos de personas.
Es mucho más lo que se puede hacer para poner fin a la marginación económica de las mujeres.
Si se establecieran iguales condiciones de acceso a los fertilizantes y otros insumos para los agricultores de uno y otro sexo, por ejemplo, el rendimiento del agro podría aumentar un 11% en gran parte de África, hasta alcanzar el 20%. Si se eliminaran los obstáculos que impiden el acceso de las mujeres a ciertos sectores y ocupaciones, se podría aumentar en un 3% la producción por trabajador, que llegaría así al 25%, según el país. A través de reformas jurídicas que les permitieran poseer tierras y empresas o heredar, las mujeres gozarían de una autonomía que les permitiría convertirse en agentes de cambio económico.
Se ha comprobado que poner recursos en manos de mujeres no solo es beneficioso para ellas mismas, sino también para sus hijos, quienes tienen así más posibilidades de sobrevivir, disfrutar de mejores condiciones de salud y nutrición y lograr mejor desempeño escolar.
Si se dota a las mujeres de los medios que les permitan utilizar su capacidad y sus aptitudes, es posible que los países puedan incrementar su competitividad y sostener su crecimiento, lo que constituye un recurso valioso y poco utilizado en una economía mundial incierta. Durante la crisis internacional de 2008, los ingresos de las mujeres ayudaron a muchas familias a mantenerse a flote; de ahí la importancia de lograr que la productividad y los ingresos de las mujeres no se vean constreñidos por obstáculos de mercado o institucionales, ni por una discriminación flagrante.
Este desafío no concierne tan solo a los países en desarrollo. En todo el mundo, 1 de cada 10 mujeres sufrirá a lo largo de su vida abusos sexuales o físicos a manos de su pareja o de algún conocido.
En el nuevo informe del Banco Mundial se exhorta a adoptar medidas en cuatro ámbitos:
• hacer frente a los problemas que afectan al capital humano, como el mayor nivel de mortalidad de niñas y mujeres adultas, a través de inversiones en agua limpia y cuidados maternos y por medio de programas específicos dirigidos a mitigar las desventajas persistentes en materia de educación;
• cerrar las brechas de ingresos y productividad entre mujeres y hombres mejorando el acceso a recursos productivos y servicios de agua y electricidad y de cuidado infantil;
• aumentar la participación femenina en las decisiones que se adopten en el seno de los hogares y las sociedades, y
• reducir la desigualdad de género en las futuras generaciones invirtiendo en la salud y la educación de varones y niñas adolescentes, creando oportunidades para que mejoren sus condiciones de vida y ofreciendo información sobre planificación familiar.
Hemos visto que una política focalizada puede ser decisiva. La base más sólida para lograr soluciones sostenibles es una asociación de esfuerzos en la que participen las familias, el sector privado, los Gobiernos, los organismos de desarrollo y las instituciones religiosas y de la sociedad civil.
Aun en las sociedades más tradicionales y en las aldeas más pobres, he observado que, cuando las mujeres logran la oportunidad de obtener mayores ingresos para sus familias, rápidamente se disipan las sospechas —o incluso la hostilidad inicial— de los hombres.
No obstante, a menudo las personas necesitan un proyecto que despierte una perspectiva distinta. Los países más pobres pueden lograr mucho más si se les proporciona ayuda financiera. El Banco Mundial invertirá, en parte, porque los beneficios económicos resultantes son cuantiosos.
Promover la igualdad de género es lo correcto. Y es además una medida económica acertada.
Robert B. Zoellick es el presidente del Grupo del Banco Mundial. El nuevo informe de la institución, Informe sobre el desarrollo mundial: Igualdad de género y desarrollo, se dio a conocer el lunes.