Discursos y transcripciones

Discurso del Presidente del Grupo Banco Mundial, Jim Yong Kim Prosperidad compartida: Igualdad de oportunidades para todos

Octubre 01, 2015


Presidente del Grupo Banco Mundial, Jim Yong Kim Washington, D.C., Estados Unidos

Texto preparado para la intervención

Señora Presidenta Lindborg, damas y caballeros:

Agradezco mucho la posibilidad de hablar hoy aquí, en el Instituto de los Estados Unidos para la Paz, cuyos principios básicos comienzan con el compromiso de aportar soluciones pacíficas a los problemas mundiales. Hoy en día, los problemas que enfrenta el mundo parecen abrumadores. El crecimiento económico se está desacelerando; muchos países siguen atrapados en guerras; el número de fenómenos meteorológicos extremos sigue en aumento, y todos los días vemos la angustia de decenas de miles de familias que han perdido todo y en algunos casos arriesgan la vida para cruzar de Oriente Medio y África a Europa. Con semejantes amenazas y tragedias diarias, puede resultar difícil imaginar un mundo en el que todos compartan la prosperidad. Cuando observamos todos estos elementos en conjunto (desaceleración del crecimiento, estragos causados por el clima, amenazas de pandemias, familias que huyen de los conflictos o de la pobreza), nos vemos obligados a repensar profundamente la tarea del desarrollo. Pero sé que podemos hacer realidad los dos objetivos del Grupo Banco Mundial: poner fin a la pobreza extrema para 2030 e impulsar la prosperidad compartida del 40% más pobre de la población de los países en desarrollo.

Frente a todas las conmociones y las crisis que acabo de mencionar, el Grupo Banco Mundial se centra en quienes viven en la pobreza extrema y en los que se ubican en el 40 % más pobre de la población porque son los que se ven más afectados y los que tienen menos herramientas para recuperarse. Durante los últimos años, y en parte como consecuencia de la crisis financiera de 2008 y 2009, se ha instalado un debate que guarda relación con este tema: el de la desigualdad. El año pasado, Oxfam planteó en su informe titulado Iguales un desafío inusualmente fuerte: en el documento se afirma que las 85 personas más ricas del mundo controlan tanta riqueza como el 50 % más pobre de la población mundial, o sea, más de 3500 millones de personas. Al poner de relieve esta cruda realidad, en la que una proporción tan grande de la población mundial prácticamente no participa de la riqueza del mundo, Oxfam puso el dedo en la llaga.

El enfoque que adoptó el Grupo Banco Mundial para abordar este problema está plasmado en una frase que sugiere una solución: impulsar la prosperidad compartida. En nuestro trabajo con los Gobiernos, respaldamos los esfuerzos destinados a garantizar que todos se beneficien con el crecimiento, no solo aquellos que ya controlan el capital o tienen acceso a él. Sabemos que para impulsar la prosperidad compartida, es necesario que se incrementen los ingresos del 40 % más pobre, idealmente en una proporción igual o mayor que el crecimiento de los ingresos de la población en general.

Sin embargo, desde 1990, en la mayoría de los países, el ingreso derivado del trabajo ha aumentado con mayor lentitud que el producto interno bruto (PIB) nacional. Más recientemente, la desigualdad se ha incrementado en Estados Unidos y en gran parte de Europa, China, India e Indonesia, lo que equivale a la mitad de la población mundial. Pero no todas son malas noticias. De los 94 países incluidos en nuestra base de datos sobre prosperidad compartida, 65 (que representan el 73 % de la población mundial) han mostrado aumentos en los ingresos medios del 40 % más pobre entre 2007 y 2012, a pesar de la crisis financiera. Y en 56 de ellos, el crecimiento del 40 % más pobre ha sido mayor que el de la población en su conjunto.

Por lo tanto, los más pobres no siempre han quedado relegados. Sabemos que las personas ganarán salarios más altos cuando los mercados sean más eficientes para todos los que participan en ellos y cuando los Gobiernos amplíen el acceso a los servicios de salud y educación de calidad. El aumento de los ingresos de una mayor cantidad de gente incrementa la demanda y el consumo, lo que genera aún más inversiones, tanto públicas como privadas.

En consecuencia, para que podamos alcanzar nuestros dos objetivos, tienen que darse tres cosas: crecimiento económico inclusivo, inversión en capital humano y seguros contra el riesgo de que las personas vuelvan a caer en la pobreza. Crecimiento, inversión y seguros: así es como resumimos nuestra estrategia.

De los tres elementos, el crecimiento económico acompañado por el aumento de los salarios y la creación de empleo ha sido el factor más útil para reducir la pobreza extrema durante los últimos 50 años. Sin embargo, no nos centramos únicamente en el crecimiento del PIB. Rechazamos las nociones de "efecto de filtración", que dan por supuesto que el crecimiento indiferenciado impregna y fortifica el suelo, con lo que todo comienza a florecer, incluso para los pobres. Debemos encontrar un modelo de crecimiento económico que permita a los ciudadanos más desfavorecidos salir de la pobreza, no que enriquezca solo a los que están en la parte superior de la escala. ¿Pero qué podemos hacer en un momento como el que estamos viviendo, con escaso crecimiento mundial?

Una respuesta consiste en alentar a los países a hacer todo lo posible para impulsar el crecimiento, lo cual a menudo significa implementar reformas tales como suprimir los subsidios regresivos a los combustibles fósiles, mejorar el clima para los negocios y hacer más eficiente y dirigir mejor el gasto público. Los países en desarrollo también deben establecer sistemas de recaudación tributaria más equitativos, eficientes y transparentes. La directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, y yo prometimos hace unos meses que nuestras respectivas organizaciones harían todo lo posible para ayudar a los países a recaudar más impuestos de manera más justa. Son demasiados los países donde los ricos evitan pagar lo que les corresponde. Algunas empresas aplican elaboradas estrategias para no pagar impuestos en los países donde trabajan, y esto representa una forma de corrupción que perjudica a los pobres. Con sistemas tributarios más justos, se podrían recaudar montos muy superiores a los de la asistencia oficial para el desarrollo que reciben los países. En muchas de las últimas reuniones a las que he asistido, los países en desarrollo han expresado con toda claridad su fuerte deseo de mejorar la movilización de los recursos internos y de adoptar medidas significativas para lograr mayor autosuficiencia, lo que les permitirá ofrecer más servicios a sus ciudadanos.

Los esfuerzos dirigidos a impulsar la prosperidad compartida variarán según los distintos países. Un país de ingreso bajo quizá necesite incrementar la productividad agrícola. Los de ingreso mediano quizá se centren más en la urbanización. Para un país en el que la mayoría de los niños no asiste a la escuela primaria, este es el primer objetivo que debe lograrse.

Pero en todos los países estamos trabajando arduamente para ayudar a nuestros clientes a promover el crecimiento económico inclusivo. Sin embargo, cuando el crecimiento se desacelera, debemos enfocarnos aún más en la inversión y los seguros. Las inversiones en salud y educación pueden, como bien sabemos, promover el crecimiento económico. Por otra parte, se ha demostrado que los programas de protección social estimulan las economías locales a la vez que protegen a los sectores desfavorecidos para que no vuelvan a caer en la pobreza.

En América Latina, donde se celebrarán nuestras Reuniones Anuales la próxima semana (en Lima, Perú), se implementan varios programas que combinan elementos de una estrategia basada en el crecimiento, la inversión y los seguros. Durante la segunda mitad del siglo XX, América Latina fue una de las regiones más desiguales del mundo, pero en el siglo XXI esta situación ha mejorado. El crecimiento de los países de la región dio lugar al aumento de los salarios por hora, y los Gobiernos adoptaron diversas políticas que han permanecido vigentes: la aplicación de contratos de trabajo y salarios mínimos, la ampliación del acceso a las escuelas, un gasto educativo progresivo que favorece a los pobres; las pensiones, y sobre todo, las transferencias monetarias condicionadas: un importante cúmulo de pruebas indica que, cuando se entrega efectivo (en lugar de aplicar subsidios regresivos a los combustibles o los alimentos), se generan efectos positivos duraderos.

El Programa Juntos, de Perú, creado en 2005, ha llegado a medio millón de familias pobres, a las que se entregan transferencias monetarias por valor de US$38 mensuales, con la condición de que lleven a sus niños pequeños a controles regulares de salud y nutrición. En Brasil, el programa Bolsa Familia benefició a 14 millones de familias y contribuyó a reducir la pobreza en un 28 % durante los últimos 10 años, a un costo equivalente al 0,5 % del PIB. El programa Oportunidades, de México, ahora denominado Prospera, es un mecanismo de transferencias monetarias condicionadas con el cual los beneficiarios ahorran una cuarta parte de sus ingresos y los reinvierten en una pequeña empresa productiva o en emprendimientos por cuenta propia. En todo el hemisferio, el 15 % de la reducción de la desigualdad puede atribuirse a este tipo de transferencias progresivas de protección social.

Sea cual fuere el nivel del crecimiento económico real o previsto, debemos redoblar nuestros esfuerzos para brindar a los pobres mecanismos de seguros contra los riesgos y los desastres que amenazan en la vida moderna. Las personas de buena posición ya reciben los beneficios de diversas formas de seguros, pero todo el mundo debería contar con una red de protección. Hay demasiadas personas a las que tan solo una enfermedad o un accidente pueden arrojar a la indigencia, aun en un país rico como Estados Unidos.

También sabemos que invertir en la gente, especialmente en su salud y su educación, es una de las medidas más cruciales que pueden adoptar los países para promover el crecimiento económico.

Hace dos semanas, 267 de los economistas más destacados del mundo organizados por Larry Summers —grupo en el que se cuentan Kaushik Basu, nuestro primer economista, y varios de nuestros colegas del Banco— firmaron un llamado en The Lancet para que los Gobiernos inviertan en lo que ellos denominan “una senda en beneficio de los pobres” hacia la cobertura sanitaria universal. En su declaración, los economistas señalan que en la última década, las mejoras en la salud representaron el 24 % de todo el crecimiento del ingreso en los países de ingreso bajo e ingreso mediano. Los beneficios económicos de la cobertura sanitaria universal son 10 veces mayores que el costo, y esa es una misión en la que más de 100 países ya se encuentran embarcados.

Uno de nuestros valores más apreciados y ampliamente compartidos es la noción de la igualdad de oportunidades. En nuestros esfuerzos por lograr la igualdad de oportunidades para todos, tendremos que invertir en asistencia sanitaria que conduzca a lo que Summers ha denominado una “gran convergencia” en materia de resultados de salud.

Entre las inversiones en salud que debemos realizar, la más importante comienza con el embarazo de la mujer. Es la combinación de salud y educación, de inversión y seguro: el desarrollo en la primera infancia.

El 26 % de todos los niños menores de cinco años de los países en desarrollo presentan retraso del crecimiento, condición en la que no solo están malnutridos e insuficientemente estimulados, sino que en peligro de perder capacidades congnitivas para toda la vida. En África al sur del Sahara, alrededor del 36 % de los niños presenta retraso del crecimiento. Eso significa que casi cuatro de cada 10 niños de esa región tienen perspectivas limitadas en su vida. Es una desgracia; un escándalo mundial y, en mi opinión, una urgencia médica.

Cuando el cerebro de un recién nacido no se desarrolla plenamente debido a la malnutrición, el estrés tóxico o la falta de estimulación, no se forman las conexiones neuronales. Cuando un niño pierde esas conexiones neuronales, se produce un daño permanente en las áreas del cerebro relacionadas con el aprendizaje, las emociones y la respuesta al estrés. Los trastornos del córtex prefrontal afectan la aparición de las capacidades autorreguladoras de los niños pequeños, y en poco tiempo derivan en problemas graves de las funciones ejecutivas, la memoria operativa y la capacidad de adaptación al cambio.

¿Qué tiene que ver esto con la prosperidad compartida? Muchísimo. Los niños que presentan retraso del crecimiento al cumplir los cinco años no tendrán igualdad de oportunidades en la vida. No puede haber igualdad de oportunidades sin una adecuada atención prenatal de las madres, ni en ausencia de una estimulación, cuidado y nutrición adecuados de los recién nacidos y los niños pequeños. Las condiciones de pobreza, el estrés tóxico y los conflictos les habrán producido tanto daño, que probablemente nunca sean capaces de aprovechar al máximo las oportunidades que se presenten en el futuro. Si el cerebro de una persona no le permite aprender y adaptarse en un mundo que cambia aceleradamente, esa persona no puede prosperar y tampoco lo puede hacer la sociedad. Todos perdemos.

En el Grupo Banco Mundial tenemos la firme determinación de actuar de manera eficaz en el ámbito del desarrollo en la primera infancia. Hemos identificado cinco conjuntos de 25 servicios para familias con niños pequeños, todos ellos sustentados en datos empíricos sólidos. Entre 2001 y 2013, invertimos US$3300 millones en programas de desarrollo en la primera infancia en todo el mundo: Haití, Indonesia, Jamaica, Lesotho, Mozambique, Rusia y Viet Nam. Se están preparando más programas en otros países. Pero debemos hacer aún más. Cada país debe invertir.

Ahora, lo que necesitamos es un objetivo ambicioso que ayude a impulsar nuestra labor relativa al desarrollo en la primera infancia. Con respecto al retraso del crecimiento de los niños, en realidad ya existe un objetivo, fijado en 2012: la meta mundial de reducir el retraso del crecimiento de los niños en 40 % para el año 2025. Pero aun así, habría 100 millones de niños con retraso del crecimiento, por lo que dicho objetivo no es suficientemente ambicioso. Con el firme liderazgo del UNICEF, la Organización Mundial de la Salud y nuevos asociados, como Novak Djokovic, el número uno del tenis mundial masculino, cuya fundación está trabajando con nosotros y con el Gobierno serbio para mejorar los programas de desarrollo en la primera infancia, debemos aumentar nuestras aspiraciones. Si la igualdad de oportunidades es realmente un valor que todos compartimos, y si nos tomamos en serio el objetivo de impulsar la prosperidad compartida, debemos trabajar unidos a fin de fijar una meta para la eliminación del retraso del crecimiento de todos los niños lo más rápidamente posible y mucho antes de 2030.

Pero no debemos detenernos ahí. Incluso antes de iniciar la enseñanza primaria, todos los niños deberían tener acceso a la educación preescolar. La semana pasada en Nueva York me reuní con el presidente Santos de Colombia, que acababa de firmar un acuerdo de paz que pondrá fin al último conflicto que persiste en América Latina. Incluso ante el conflicto, el presidente Santos ha actuado enérgicamente para aumentar el acceso a la educación preescolar, consciente de que esta no es un lujo. Este es el tipo de liderazgo que necesitamos. La educación preescolar es otra gran inversión: cada dólar que se gaste en acortar la brecha de la educación preescolar entre los más pudientes y los pobres tendrá un retorno de entre US$6 y US$17.

Para que la prosperidad compartida sea perdurable de manera que las personas, una vez que han logrado salir de la pobreza, no vuelvan a verse sumidas en ella, tenemos que replantearnos el papel que nos corresponde desempeñar en un mundo inestable, asolado por los conflictos, las crisis, las pandemias y el cambio climático.

¿Quiénes corren mayor riesgo durante los tiempos de crisis? Las personas pobres. El año pasado, el ébola afectó a tres de los países más pobres del mundo: Guinea, Liberia y Sierra Leona. La falta de acción mundial durante meses para combatir la epidemia, y la muerte de más de 11 000 personas, pueden relacionarse directamente con la pobreza que existe en esos países. Muchas de las personas que murieron eran extremadamente pobres, mientras que la tasa de supervivencia de los estadounidenses que contrajeron el virus fue del 100 %. Ahora no se debe hacer lo que hemos hecho siempre: aterrarse mientras la crisis arrasa; desentenderse cuando el tema desaparece de la primera plana.

El Grupo Banco Mundial no olvidará las lecciones que dejó el ébola. Actualmente estamos trabajando en un mecanismo mundial de respuesta ante las pandemias que proporcionará seguros a los países pobres cuando se produzca una nueva epidemia. Para evitar que un brote alcance proporciones de pandemia, este mecanismo liberaría rápidamente fondos para que personal preparado pueda responder en forma inmediata. Con desembolsos de hasta centenares de millones de dólares se financiarán los equipos de respuesta inicial: si ellos logran detener rápidamente la epidemia, se salvarán muchas, muchas vidas, y se evitarán enormes pérdidas económicas. Este mecanismo será una parte fundamental de la mayor capacidad de respuesta frente a pandemias que estamos desarrollando actualmente y que, esperamos, en definitiva estará a la altura del desafío. Si hoy se produjera un brote de influenza como el que causó la muerte de millones de personas en 1918, cobraría decenas de millones de vidas y su costo mundial alcanzaría a entre el 5 % y el 10 % del PIB mundial, es decir, unos US$4 billones a US$8 billones. Pero actualmente no estamos preparados para frenar una pandemia de ese tipo. Y, tal como ocurre con todos los desastres naturales, los más afectados serían los pobres.

En tiempos difíciles, cuando nos preocupa el aumento de la desigualdad, la salud de nuestro planeta y las pandemias que puedan ocurrir en el futuro, y nos indigna que la cuarta parte de todos los niños de los países en desarrollo presenten retraso en su crecimiento, debemos abordar los mayores problemas con las más altas aspiraciones. Solo así tendremos éxito.

Lo he repetido muchas veces: Cuando se lucha contra la pobreza extrema, el optimismo es una opción moral. El pesimismo ante la pobreza extrema puede convertirse en una profecía autocumplida letal para los pobres.

Nuestros objetivos de poner fin a la pobreza extrema a más tardar en 2030 e impulsar la prosperidad compartida no son meros eslóganes.

Los tomamos en serio.

Todo comienza con una mujer embarazada que vive en una zona en conflicto. Debemos hacer todo lo necesario para brindarle apoyo, de manera que ella y su recién nacido tengan muchas oportunidades, iguales a las de cualquier otro niño en el mundo.

Reducir a cero la tasa de retraso en el crecimiento será una tarea enorme, pero en realidad es tarea nuestra, es nuestra responsabilidad común. Ahora es el momento de ponernos serios.

Muchas gracias.

 

 

 

 

 

 


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