Ciudad de Washington, 1 de julio de 2020. David Malpass, presidente del Grupo Banco Mundial, pronunció hoy las siguientes palabras en la edición de 2020 de la Conferencia de las Américas en la ciudad de Washington, celebrada en formato virtual:
Comenzaré diciendo que me alegra estar una vez más en la Conferencia de las Américas en la ciudad de Washington. Se trata de uno de los encuentros más confiables y que añade más valor de los que tienen lugar en esta ciudad, consagrado a tratar de llevar prosperidad a toda la población del hemisferio occidental.
También quisiera, ante todo, agradecer a los Estados Unidos por ser el país anfitrión de este encuentro y de muchas de nuestras organizaciones, como el Grupo Banco Mundial (GBM), que tengo el honor de presidir; el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización de los Estados Americanos (OEA), ambos tan importantes para la región; el Consejo de las Américas, que patrocina esta conferencia y del que me enorgullece haber sido miembro e integrante de la Junta Directiva, y, por supuesto, al Departamento de Estado de los Estados Unidos, donde normalmente se celebra esta conferencia. He nombrado apenas algunos de los pilares de este evento, aunque hay muchos otros. La libertad y la seguridad de que gozamos hoy aquí es fundamental para la eficacia de nuestras organizaciones, y quería iniciar mi intervención con este agradecimiento.
Cuando comencé a asistir a esta conferencia en los años ochenta, ya era un evento ineludible para todos los que trabajaban para afrontar los abrumadores problemas financieros y de desarrollo de la región. Me complace estar aquí hoy, aunque me causa una profunda tristeza que esta sea, nuevamente, una época tan difícil para América Latina y el Caribe.
Empecé a viajar por México y América Central en los años setenta, por tierra en aquellos días, y comencé a trabajar para el Gobierno estadounidense en cuestiones regionales en 1984. Hubo importantes actividades posteriores al Informe de la Comisión Kissinger sobre América Central, así como programas de ayuda nacionales y regionales, colaboración multilateral, y la necesidad constante de reformas macro- y microeconómicas, crecimiento y mayores recursos.
En el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, trabajé en temas relacionados con la crisis de la deuda latinoamericana; también viajé a Antigua con el secretario Baker para asistir a la cumbre de líderes regionales en 1987 y lo ayudé con la legislación comercial que posibilitó el Acuerdo de Libre Comercio con Canadá, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y el exitoso tratado de libre comercio con Chile. En mi calidad de subsecretario adjunto de Naciones en Desarrollo del Departamento del Tesoro, fui testigo del inicio de los cambios positivos en curso en el Banco Mundial vinculados al medio ambiente y de la constructiva transición en la conducción del BID, del presidente Ortiz Mena al presidente Enrique Iglesias.
Cuando el secretario Brady pasó a integrar el Gobierno de Reagan y luego el de Bush, 41.o presidente, su plan, conocido como Plan Brady, facilitó la titulización de los préstamos bancarios sindicados que agobiaban a la región y al sistema jurídico. En 1990 me incorporé al Departamento de Estado como subsecretario adjunto de Asuntos Económicos Latinoamericanos e impulsé la Iniciativa Empresa para las Américas, que promovía el canje de deuda por medidas de protección de los recursos naturales (debt-for-nature), y otras iniciativas regionales de comercio y desarrollo, como la Iniciativa para la Cuenca del Caribe y los beneficios del artículo 936 del Código de Rentas Internas (IRC). Hubo crisis con frecuencia, como las de Haití, Panamá, Nicaragua, Venezuela, Perú y otras, pero ninguna tan generalizada como la que la región enfrenta hoy.
Más recientemente, al ocupar el cargo de subsecretario de Asuntos Internacionales del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos en 2017 y 2018, tuve el placer de ayudar a poner en marcha la iniciativa América Crece, que tiene por objeto promover el crecimiento y aumentar la disponibilidad de energía, electricidad e infraestructura en el continente. También completamos el aporte estadounidense al aumento de capital del Banco Mundial y la Corporación Financiera Internacional (IFC), y continuamos proporcionando un cuantioso volumen de recursos a la Asociación Internacional de Fomento (AIF), que reviste tanta importancia para los países más pobres del mundo. Desde octubre de 2017, los comunicados del Grupo de los Veinte (G-20) y el Comité Monetario y Financiero Internacional (CMFI) incluyen una nueva e importante frase sobre el crecimiento, que les voy a leer:
“Para la estabilidad de los tipos de cambio, son esenciales fundamentos económicos firmes, políticas acertadas y un sistema monetario internacional resiliente, al contribuir a niveles de crecimiento e inversión sólidos y sostenibles”.
Este estrecho vínculo entre los fundamentos económicos, la estabilidad de los tipos de cambio y el crecimiento sostenible es crucial para la recuperación resiliente que todos deseamos.
Ya lo sé: demasiados detalles sobre mi trabajo en cuestiones de América Latina. “Demasiada información”, como dicen mis hijos. Quería compartir algunos detalles, en parte porque debemos idear ahora medidas e iniciativas provechosas, que mitiguen el mazazo que nos ha propinado esta pandemia y contribuyan a una recuperación sólida y resiliente. Está claro que es necesario fortalecer la cooperación internacional en los ámbitos de las finanzas, el crecimiento, el desarrollo y el progreso político. En un momento describiré la labor del Banco Mundial a este respecto, pero, en primer lugar, deberíamos analizar la situación actual. En las últimas décadas, en América Latina se habían observado notables mejoras en salud, pues se redujo considerablemente la mortalidad maternoinfantil y se ampliaron la cobertura y la asequibilidad económica de los servicios de atención de la salud. Se habían registrado avances en educación, dado que mejoraron el acceso y la matriculación. La tasa de pobreza había retrocedido del 43 % en 2003 al 24 % en 2018.
Pero incluso antes de la pandemia, América Latina se había visto gravemente afectada por la desaceleración económica mundial, que ejerció presión sobre los sectores privados, amplió la desigualdad e intensificó la fragilidad de los sistemas políticos.
El crecimiento mundial se había desacelerado apreciablemente en el año anterior a la pandemia, y muchos países de Europa ya se encontraban en recesión. Los programas de estímulo de muchas de las economías avanzadas solo beneficiaban a unos pocos.
Con la pandemia, se desató la “tormenta perfecta” de crisis externas e internas. Las pérdidas de producción de los países del Grupo de los Siete (G-7) y de China están ocasionando una disminución en la demanda de exportaciones y en los precios de los productos básicos. El turismo se ha derrumbado, lo que supone un duro revés para las pequeñas naciones insulares del Caribe. Muchos países han perdido acceso a los mercados financieros y deben afrontar costos de endeudamiento más altos debido a la preferencia por inversiones más seguras.
Los economistas del Banco Mundial proyectan que el PIB de América Latina se contraerá más del 7 % en 2020. Se trata de la peor contracción desde 1901, cuando comenzaron a reunirse datos confiables, más profunda incluso que la producida a raíz de la Gran Depresión y mucho más profunda que la derivada de la crisis de la deuda latinoamericana o la recesión de 2008. Perjudica en mayor medida a los pobres y vulnerables, a través de enfermedades, la pérdida de trabajo e ingresos, la alteración del suministro de alimentos, el cierre de escuelas y la disminución de los flujos de remesas.
La tasa de pobreza, que venía retrocediendo desde principios de la década de 2000, se incrementará sensiblemente, porque decenas de millones de personas perderán su trabajo. He mencionado que participé en la Cumbre de Antigua, Guatemala, en 1987. Allí se pusieron de relieve la democracia y el Estado de derecho como valores fundamentales para la región, que conducen a los niveles de vida y las libertades que apreciamos. Sin embargo, los sistemas políticos eran frágiles antes de la pandemia y ahora se verán sometidos a una dura prueba.
¿Qué está haciendo el GBM para respaldar a la región en la actualidad y en el futuro?
El objetivo del GBM consiste en ayudar a los países a afrontar el doble desafío que tienen ante sí: i) hacer frente a la amenaza sanitaria y a los efectos socioeconómicos de la crisis provocada por la COVID-19 (coronavirus) y, al mismo tiempo, ii) tener siempre presente su visión de desarrollo a largo plazo. Junto con el FMI y el BID, en el GBM estamos proporcionando apoyo inmediato a la región mediante 1) operaciones sanitarias de emergencia dirigidas a salvar vidas; 2) operaciones de respuesta a las crisis con el propósito de salvar medios de subsistencia, preservar los puestos de trabajo y asegurar un crecimiento empresarial y una creación de empleo más sostenibles, y 3) asistencia técnica y asesoramiento sobre políticas para gestionar tanto la respuesta inmediata a la pandemia como la recuperación.
Para limitar el daño que produce la COVID-19, es importante asegurar los servicios públicos básicos, mantener el sector privado y hacer llegar dinero directamente a la gente. Estas medidas permitirán regresar con más rapidez a la creación de empresas y el desarrollo sostenible una vez que la pandemia haya pasado. Durante este período de mitigación, los países deberían centrarse en prestar apoyo específico a los hogares y servicios esenciales de los sectores público y privado, y también estar alertas para poder contrarrestar potenciales perturbaciones financieras.
Durante el período de recuperación, será importante que los países faciliten la asignación ordenada de capital nuevo a sectores que sean productivos en las nuevas estructuras que surjan tras la pandemia. Para tener éxito en esta tarea, los países necesitarán reformas que permitan que el capital y la mano de obra se adapten relativamente rápido, acelerando la solución de controversias, reduciendo las barreras reglamentarias y reformando los subsidios costosos, los monopolios y las empresas estatales protegidas que han lentificado el desarrollo.
Es importante señalar que la transparencia de todos los compromisos financieros, los instrumentos semejantes a deuda y las inversiones del Gobierno es fundamental para crear un clima atractivo para la inversión y podría avanzar considerablemente este año.
En el futuro, la región debería fortalecer sus políticas, instituciones e inversiones para poder elevar los ingresos de todos, en especial de los pobres, y lograr un crecimiento más resiliente, inclusivo y sostenible. La región debe llevar adelante con urgencia un programa de reformas estructurales que reavive tanto el crecimiento como la esperanza.
Quisiera mencionar un importante cambio en el área de personal del Banco Mundial. Como muchos de ustedes saben, Axel van Trotsenburg pasó a ser director gerente de Operaciones, en reemplazo de Kristalina Georgieva. Carlos Felipe Jaramillo ha asumido el cargo de vicepresidente para la región de América Latina y el Caribe, y espero que todos ustedes tengan oportunidad de conocerlo, ya que él trabaja conmigo, con Axel y con otros gerentes del Banco Mundial y de IFC en relación con los temas que he estado analizando.
Conclusión
No hay duda de que los problemas sanitarios y económicos que enfrenta América Latina y el Caribe son enormes, y los riesgos, muy grandes. El GBM está deseoso de colaborar con los países de toda la región para responder a la crisis y emprender un sólido proceso de recuperación. Tenemos la esperanza de que la población de la región logre importantes aumentos en sus niveles de vida en la próxima década. La prosperidad de las generaciones futuras depende de que se tomen medidas audaces ahora. El GBM está dispuesto a ayudar a sus clientes a avanzar hacia la consecución de sus metas nacionales y regionales.